La dominación imperialista, la dependencia, es determinante en la configuración de la sociedad argentina. No se trata sólo de un factor económico, es un sistema de dominación social, político y cultural, que determina particularidades de la estructura social del país, no sólo en las clases dominantes sino también en los sectores dominados, en las clases que conforman el pueblo.
Ya hemos visto que en la economía capitalista argentina, la mayor parte del plustrabajo, obrero o campesino, no se reinvierte en beneficio del desarrollo nacional sino que se convierte principalmente en superbeneficios monopolistas de capital extranjero y en renta terrateniente. La clase obrera argentina, como en los otros países dependientes y oprimidos, sufre una doble opresión: la del capitalismo local y la del capital extranjero. El capital extranjero viene aquí, entre otras causas, a aprovechar mano de obra más barata que en las economías metropolitanas. Si la mano de obra se vuelve cara por la lucha del pueblo, trata de revertirlo, como sucedió desde 1976 en adelante.
También esquilma a los pequeños y medianos campesinos, no sólo porque, asociándose históricamente a la clase terrateniente, contribuye a perpetuar el poder latifundista sobre la tierra, sino porque genera y reproduce todas las otras condiciones económicas que impiden la acumulación del campesinado: los monopolios que compran la cosecha, los que venden los insumos, la usura. La opresión imperialista determina también los procesos de pauperización de las capas medias urbanas, de la pequeña burguesía, esquilmadas por los monopolios y el Estado, limitadas en sus expectativas de ascenso social, periódica- mente cercenada en el acceso a la educación superior, en el desarrollo de las ciencia, la tecnología y la cultura nacionales. Es decir, la dependencia es determinante en la explotación y opresión social de las clases populares y por eso mismo, la lucha de la clase obrera y del pueblo por sus reivindicaciones adquiere inevitablemente el carácter de lucha antiimperialista contra los factores de opresión nacional.
También, la dependencia se manifestó en contradicciones de distinta envergadura y alcances entre el dominio monopólico del capital extranjero y vastas porciones del empresariado nacional, urbano y rural, que no son apéndices del imperialismo como la gran burguesía intermediaria. Al revés que esta burguesía intermediaria, porciones mayoritarias de capitalistas nacionales ven limitado y restringido su crecimiento y acumulación por el predominio del capital extranjero y sus socios internos, los que determinan las condiciones del funcionamiento de la economía. Por lo tanto, esta escisión del empresariado, entre un sector poderoso vehículo de la dependencia, y amplias capas empresariales débiles económicamente y que históricamente han sido impotentes para lograr el poder político y económico, se manifestó, como hemos ya señalado, en la emergencia de movimientos con programas reformistas y nacionalistas en distinto grado, que expresaron a esos sectores burgueses nacionales y lograron el apoyo de amplios sectores populares, como fueron los casos del yrigoyenismo y el peronismo.
Esta es una cuestión de gran importancia para el análisis político. Actualmente, analistas, teóricos, periodistas y funcionarios de gobierno, convocan a “reconstruir una burguesía nacional”, pero denominan así a los grandes grupos de la burguesía intermediaria que se han adueñado del país, subordinados a distintos capitales extranjeros. También suelen presentarse como medidas “favorables al capital nacional” a políticas que en realidad favorecen a unos u otros de esos grandes grupos del capital intermediario. Al mismo tiempo y como contracara, se sentencia la inexistencia de la burguesía nacional…
La dominación imperialista se ejerce y manifiesta también en el terreno político. Desde ya las potencias imperialistas operan dentro de la sociedad, el Estado argentino y sus instituciones burocráticas y coercitivas, e infiltran a sus agentes de espionaje y provocación. En las últimas décadas, servicios de espionaje como la CIA, la DEA o la ex KGB han adquirido incluso presencia legal dentro del país. Por su parte, el imperialismo inglés usurpa las islas Malvinas y del Atlántico Sur y los mares adyacentes e impulsa sus reclamos por la Antártida Argentina y la Chilena y amplias porciones de nuestro mar territorial. A la vez, la dominación imperialista ha consolidado la esencia antidemocrática y restrictiva del poder y el Estado argentino, un obstáculo a la democracia tanto en el sentido elemental y profundo de la vigencia del poder de decisión de las mayorías, como también en el restringido de la democracia burguesa (las libertades públicas y derechos ciudadanos, el voto universal, etc.).
Ese carácter antidemocrático del Estado tuvo su origen, como hemos señalado, en la frustración de los aspectos democráticos de nuestra independencia y en el poder consolidado por la oligarquía criolla, genocida de indios, negros, criollos y después de obreros inmigrantes; carácter que fue aprovechado y perpetuado por la penetración y dominio imperialistas. Sucede que este Estado, instrumento de esos intereses predominantes en la economía, debe garantizar políticas a su servicio que colisionan agudamente, una y otra vez, con las amplísimas mayorías populares y los intereses nacionales. Por ende, las clases dominantes dependientes no pueden nunca lograr consensos suficientemente amplios y estables para gobernar pacíficamente.
Así, la dependencia ha estado en la base de los golpes de Estado. Son precisamente las Fuerzas Armadas, corazón del Estado, las que dan el golpe junto con y al servicio de intereses –civiles– de las clases dominantes, para clausurar las formas electivas y garantizarse el control directo de las palancas del gobierno. En la reiteración de los golpes de Estado se pueden observar, con peso variable, tres tipos de motivaciones conjugadas. Por un lado, la necesidad de clausurar las libertades democráticas y reprimir al pueblo, en diversas condiciones mundiales y nacionales, para frenar sus luchas e imponer ciertas políticas que generan o van a generar una enorme oposición popular. En segundo lugar, apuntan a desalojar del gobierno a fuerzas que sin resolver los problemas nacionales a favor del pueblo y la nación, también son un obstáculo para que se resuelvan a favor de los intereses imperialistas y sus aliados nativos, como fueron el caso de los golpes contra Yrigoyen, Perón, Illia o Isabel Perón. Por último, un tercer factor que impulsa la desestabilización golpista es la carrera y confluencia de distintos sectores imperialistas y de sus socios locales, en la lucha por controlar el poder del Estado a favor de unos u otros. Así, la disputa interimperialista se manifiesta en la competencia y la rivalidad entre distintas camarillas y corrientes dentro del bloque de clases dominantes, de la burocracia estatal y de las Fuerzas Armadas. Sucedió en el caso inaugural del ‘30 con el uriburismo proalemán, aliado a los intereses norteamericanos, y Justo, como expresión del ala liberal hegemónica subordinada al imperialismo inglés y al francés. Ese trasfondo de distintas corrientes proimperialistas que confluyen y rivalizan estuvo también en el ´55, entre Lonardi y Aramburu-Rojas, en el ´66 entre Onganía y Lanusse y, agudamente, en el golpe de 1976.
Por lo tanto, históricamente la dependencia refuerza y perpetúa todo lo que en la estructura económica determina los aspectos anti- democráticos de la sociedad argentina y también en la vida política y en el Estado, lo que hace a su esencia elitista y ferozmente represiva, la cual ha operado hasta los niveles del terrorismo de Estado genocida de la última dictadura en defensa de los intereses imperialistas y oligárquicos. Ahora que la dependencia se ha profundizado hasta el hueso, aunque rige la forma constitucional de gobierno y el sufragio universal, se ha profundizado también la exclusión total de las mayorías populares de las decisiones, en un retorno paródico a las formas de la política del más viejo cuño conservador oligárquico, con la cooptación y el soborno abierto de representantes electivos, con el manejo de los fondos estatales y el cercenamiento del federalismo, que evidencian que las decisiones se toman entre bastidores, donde se dirimen las disputas entre distintos sectores del bloque dominan- te. Son formas políticas necesarias para el predominio de sectores muy minoritarios que sólo así pueden llevar adelante sus intereses en los marcos de la democracia representativa burguesa. A eso se le agrega el manejo monopólico de los medios de comunicación y la información, manejo muy disputado, pues constituyen poderosos instrumentos de dominación política, ideológica y cultural, también en manos de un puñado de grupos que responden a distintos intereses imperialistas. En suma, una estructura antidemocrática del “sistema político”, que es condición para el manejo del poder por uno u otro de esos sectores. Una estructura antidemocrática que ha sido desnudada e intensamente cuestionada por las grandes rebeliones populares desde fines de la década de 1990 al Argentinazo del 2001.
hoy N° 2018 17/07/2024