Cuando me lo dijo me corrió un frío por la espalda. Una sensación rara. Fea. Me estaba esperando en la puerta, ni bien llegué me encaró:
—Profe hoy no me quedo a la clase, me dijo cabizbajo.
—Todo bien Fabi, no faltás nunca ¿Qué pasó?, le digo mientras esquivo los reproches de los demás por el puñado de minutos tarde que llego.
—Tengo que despedir a mi mamá.
—Bueno tranqui ¿se va de viaje?, pregunté mientras buscaba la llave del cuartito de materiales.
—No profe, se está muriendo; los ojos se le llenaron de agua, sin que se le caiga una lágrima.
Entonces el frío en la espalda. No puedo preguntarle nada más. Le digo que se vaya. Que después hablamos. Que por la materia no se haga problema, que siempre vino y trabajó bien. Cuando intenté decirle algo más ya estaba del otro lado del portón. Con la educación de siempre me agradeció, aunque esta vez no sonrió.
Arranco la clase, y cuando se arma el picado, al rato, voy a la dirección a buscar información de Fabi. Le pregunto a la Dire si es verdad lo de la mamá. No sospechaba que me mintiera, pero tenía la esperanza que no fuese tan grave como me lo pinto él. Pero era tan grave. La mamá estaba agonizando.
La semana siguiente, al llegar a la escuela, lo veo en la clase. A un costado. Me mira ni bien empiezan a correr y lo llamo. Me cuenta que su mamá falleció el mismo día que me pidió de faltar. Le pregunto y me contesta que tenía 42 años, y que fue un cáncer “que se fue a los huesos”. Que ahora quedó con sus hermanos, me dice Fabi. Él es el del medio. El mayor unos años más, la menor unos menos. Me dan ganas de abrazarlo, pero no me animo. A veces somos muy estúpidos. Los demás corren y piden que la clase sea corta, que quieren jugar a la pelota. Le digo a Fabi que se vaya, que no se quede. Pero me contesta que quiere quedarse, prefiere estirar ahí para “distraerse”, aunque no cree que vaya a jugar hoy. Me alegra que quiera estar.
Al ratito Fabi se prende al picado. A jugar. Fabi tiene de nacimiento una dificultad física. Leve. Así que corre como puede, pero juega con el alma. Sus compañeros lo saben, y si bien a veces tienen apenas algún cuidado, no le regalan nada a la hora del juego. Pero nada. Entonces Fabi juega al fútbol como transita la vida, pienso. Distinto, le cuesta más todo, pero sin aflojar, y siendo un par.
Tres meses más tarde es la fiesta de egresados de Fabi y sus compañeros. Son seis los que logran terminar el secundario este año. Egresar del secundario, para algunos es un trámite. Es lógica pura. Paro otros es un triunfo, un logro que cuesta mucho. Lo social no es igual para todos. La meritocracia es puro verso, no lo duden. Para estos pibes, llegar a egresar es un esfuerzo duro. Reman mucho. Las historias como las de Fabi, y muchísimo más ásperas, son moneda corriente.
Entonces la fiesta es de toda la escuela. La tarjeta cuesta doce veces menos que una fiesta de egresados de esas que pagan insólitamente los pibes hoy. Doce veces menos. Y es una fiesta de toda la escuela. La Dire trabaja como una bestia organizando. Se consigue un club de barrio gratis. Los profes decoran un día entero, otros hacen el asado durante horas, algunas aportan el material y el trabajo para los souvenirs. Algunos aportamos sonido y show, se arma durante días el video. Todo para que premiar, agasajar a los seis egresados. No solo es el triunfo de ellos terminar. Es el triunfo de sus familias, de los profes, de los auxiliares, de los directivos. Es el triunfo de la escuela pública. A pesar de mil cosas, estos pibes terminan.
Son seis sentaditos en el medio del salón. Empilchados como nunca, con vestidos, zapatos y monitos. Entonces, cuando empieza, la Yeny le dedica unas palabras a sus compañeros. Fabi está en el medio de todos. Y Fabi se quiebra. Y llora como un niño. Llora como un niño, a los 19 años Fabi, y nos hace llorar a todos. La mayoría por dentro, porque no nos animamos a quebrarnos. A veces somos muy estúpidos.
La fiesta es inolvidable. Se come, se baila y se festeja como se merece. El triunfo de una comunidad de una escuela pública que pese a infraestructura pésima, a los comedores flacos, a los salarios de miseria, a no contar con material didáctico, a pibes con historias duras, logra que egresen algunos.
Fabi festeja. Come, canta, baila y es feliz esa noche. Y cuando se va me da el abrazo que no me animé a darle esa tarde hace unos meses. Me agradece, y le pido que venga a visitarme. Quizá no sabe, Fabi, lo importante que es para mí, y para muchos. Quizá no sabrá nunca que hoy es cuento. Seguro que se va a pelear la vida como los partiditos en el patio. Distinto, pero sin aflojar.
Betún
Hoy N° 1751 23/01/2019