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02 de octubre de 2010

Conocer cómo se gestan los encuentros de vidaleros es acercarnos al Santiago profundo, donde el quichua sigue siendo motor de la identidad y los protagonistas son los dueños del canto del monte: la vidala.

El 12 Encuentro de vidaleros

Hoy 1330 / La cultura popular en Santiago del Estero


Desde el centro del antiguo canchón de la estación de trenes, el Puca Páaj (quebracho colorado) parecía abrazar desde su altura orgullosa al reducido grupo de hombres y mujeres que comenzaron a trajinar aun sin la luz del día, casi refugiados del frío en las paredes posteriores de lo que fue la estación de Fernández. Comenzaban los aprestos para el Encuentro de Vidaleros y Quichuistas que por 12 años consecutivos ha elegido ese lugar para la reunión y la alegría.
Los afanes comenzaron varias semanas antes: conseguir leña suficiente para el fuego del locro, para calentar a los que lleguen, el sonido, las sillas (obligación de la Municipalidad), los aportes de numerosos amigos y vecinos para la comida. En fin, Fernández se prepara así cada año para el Encuentro. Se espera a los que vendrán de las localidades vecinas: Forres, Beltrán, Garza, Taboada, Lugones; de Tucumán, o Buenos Aires (varios son santiagueños que llegan en julio a visitar el pago, sus parientes y buscan dónde encontrarse con otros cantores o músicos). Este año se sumaron amigos de Paraná y Jujuy.
A medida que fue aclarando, en el fuego ya listo comenzaron a hervir los dos tachos con maíz y porotos para el locro, las batatas, el zapallo amarillo, y de a poco se fue agregando el cuero de chancho, las patitas, la panza de vaca, los chorizos…
El Puca Páaj y sus ramas poderosas desde el centro mismo del campo no pueden impedir el frío que se hace sentir, aunque circulan los mates con chipaco. Se van sumando colaboradores/as. Las jóvenes del Movimiento por la Segunda y Definitiva Independencia que llegaron la noche anterior desde Tucumán se suman a la preparación de los pasteles (empanadas fritas); los varones ayudan a ornamentar el sitio: cuelgan el cartel de tela pintado por unas pintoras que residen en Buenos Aires. Trepados a los algarrobos van tendiéndolo y al pie, las cajas, fotos de don Sixto Palavecino, de don Domingo Bravo, los premios que se entregarán a los ganadores de la carrera de sortija de la tarde. Entre dos yuchanes, una bandera argentina con: Bicentenario de la Patria, dan el marco al espacio donde se desarrollarán más tarde las actividades. Todos tienen una tarea, fruto del aprendizaje de años de organización.

El almuerzo
Hacia las 12, comenzaron a llegar los que luego participarían con su voz, su música. Llegó doña Shiva Agüero, con sus ágiles 82 años, fue poniendo en la mesa –como todos los años–, su contribución para el Encuentro: batatas asadas, pochoclos, queso de cabra; venía desde Forres. Las familias recostaron sus mesas en las paredes de la estación, el nublado auguraba que seguiría el frío un rato más. Desde el fuego grande se acercaron brasas para bajo la mesa, así se sentiría menos el frío. Envuelta en su poncho llegó doña Roberta Pajón, vidalera y quichuista. En los Encuentros no hace falta escenario ni luces, un micrófono o dos son suficientes para ampliar la voz de los vidaleros, y el estar pisando la ashpa (tierra) parece que da más fuerza a la voz con que cautivan los oídos de todos los que concurren.
De a poco, se va consumiendo el locro, algunos vienen con recipientes y llevan porciones a sus casas, más tarde llegarán en grupos, trayendo asientos y vestidos todos de fiesta, eso es el Encuentro: una fiesta del pueblo. Se ve llegar de a poco a los jinetes, se ubican bajo los algarrobos en espera de la hora prevista para la carrera de sortija. Se van anotando con José Cancino (será el juez), se ajusta la sortija entre dos palos, se miden la distancia, el terreno… Tienen distintas edades: un niño de 9 años, un hombre mayor de 60, adolescentes que quieren probar y mostrar sus destrezas, los experimentados que ya participaron en años anteriores. En el 7º Encuentro se recuperó este viejo juego comunitario que en Fernández estaba olvidado. Y este año, una sorpresa: la “Carrera del cuero”, un juego donde los jóvenes ponen a prueba su fortaleza y habilidad: un jinete arrastra un cuero vacuno crudo al que se encarama otro joven y se aferra boca abajo. Participan 2 parejas, al llegar a la meta fijada, deben cambiar de rol y regresar al punto de partida velozmente. El que llega primero, ¡gana!
Estas actividades son organizadas y realizadas por hombres del pueblo y localidades vecinas. Hay que ver la seriedad en el cumplimiento de las reglas, el aliento a los primerizos para que no se desanimen, la autonomía con que se desarrollan los juegos. No es preciso conductor que decida qué se debe hacer. Buen ejemplo de la capacidad de nuestro pueblo para organizar éstas y otras actividades culturales y colectivas.


El canto
Llega Rubén Palavecino, el hijo de don Sixto con amigos del Alero Quichua Santiagueño. Pancho Padilla, fernandense que reside en Buenos Aires, abre la serie de cantores de vidalas. Zulli Ardiles a medida que se escuchan voces jóvenes cantando en quichua, va contando del Proyecto Utuquita, cuyos objetivos son rescatar la lengua tanto tiempo estigmatizada. Zulli es maestra, trabaja con las familias, sin apoyo logístico oficial. Ejemplo de una concepción de cultura que se reconoce en la producción de los valores que sostienen la identidad. Doña Roberta Pajón contará un humorístico relato en quichua, que la concurrencia (que ha ido acrecentándose) sigue y aplaude gozosa (los que saben quichua, claro, los restantes escuchamos a Casilda traduciendo cada frase). Luego canta vidalas que aprendió “para cada ocasión, cortitas nomás”.

La sortija
Walter Pereyra, padre de una familia de jinetes, dirige unas palabras; resalta la importancia de mantener viva la tradición de la gente de a caballo. Todos nos dirigimos a la cancha, los asistentes ya llegan a cerca de 500, algunos apresuran el paso y buscan un lugar para seguir el desarrollo del juego. La alegría con que alientan a los jinetes es contagiosa; ensarte o no la sortija, es aplaudido y alentado a que dé otra vuelta. Los que estamos cerca del Yúraj Páaj sentimos en el rostro la brisa de las ramas que se mueven. ¿Será que también está alegre el árbol más fuerte del monte? Es un sobreviviente a la tala de los árboles cercanos ordenada por una intendenta años anteriores. Ha quedado solo, pero está acompañado hoy por todos los que buscamos el encuentro.
La carrera concluye, varios ganadores reciben a su tiempo el premio de este año: un cuadro con reproducciones de Molina Campos. Sentimos en la espalda el calorcito reconfortante de un sol que –como un reflector– ilumina por fin la fiesta. Siguen los vidaleros, el dúo Alfonso Ledesma y José Silva, Fidel Ferrande y Lucho Corbalán. El micrófono circula entre los grupos. Doña Shiva relata en quichua un cuento fantástico de un caballo al que su dueño lo curaba con semillas de sandía molidas… pero algunas habían quedado enteras… y al llegar la primavera reconoce el relincho de su caballo que sale del monte ¡con 120 sandías en el lomo! La traductora Casilda ayuda a todos a gozar de esas picardías campesinas. Llega el bandoneón de Ramón Chazarreta con las más lindas chacareras. La invitación a bailar no se hace esperar, y las parejas emparejan el pastito con sus mudanzas. De a poco cae la tarde, los vecinos regresan llevándose en corazones y oídos las melodías y los versos de las vidalas que resuenan por las calles de Fernández.
Cuando últimamente se habla de cultura y se organizan grandes acontecimientos culturales, ¿estará en esos industriosos a cargo de la cultura este conocimiento, este orgullo de ser dueños de lo que producen? Nuestra cultura, la del pueblo, necesita ser conocida, valorada y ampliada por nosotros mismos, los que trabajamos, vivimos y somos herederos de lo que los mayores produjeron antes. Demasiados años se nos ha hecho sentir que lo nuestro no tiene nivel, que “la” cultura viene de los que saben y están afuera. Sebastián Jerez, con sus 15 años potentes, mostró que es posible, al traducir del castellano al quichua la chacarera Añoranzas, hacer crecer desde abajo y desde adentro lo nuevo, apoyado en el conocimiento de lo anterior, pero enriqueciéndolo hacia la cultura que nos representa.