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11 de septiembre de 2013

El atentado a Falcón (1)

Crónicas proletarias

El domingo 14 de noviembre de 1909, Simón Radowitzky atentaba contra al odiado jefe de Policía de la Capital, coronel retirado Ramón Lorenzo Falcón (54), arrojando una bomba al carruaje que lo transportaba cerca del cementerio de la Recoleta, cuando salía del entierro de un oficial de policía. Junto a Falcón se encontraba Alberto Lartigau, de 20 años de edad, su secretario privado. Ambos murieron horas después en el hospital Fernández. 

El domingo 14 de noviembre de 1909, Simón Radowitzky atentaba contra al odiado jefe de Policía de la Capital, coronel retirado Ramón Lorenzo Falcón (54), arrojando una bomba al carruaje que lo transportaba cerca del cementerio de la Recoleta, cuando salía del entierro de un oficial de policía. Junto a Falcón se encontraba Alberto Lartigau, de 20 años de edad, su secretario privado. Ambos murieron horas después en el hospital Fernández. 
Radowitzky tenía en ese entonces 18 años, y era un anarquista de origen ucraniano, emigrado a la Argentina en 1908, tras escapar de Rusia, donde había estado encarcelado por participar en la revolución de 1905 en la ciudad de Kiev. Allí, con apenas 14 años, participó como integrante del soviet local, designado por sus compañeros de trabajo. 
Luego de tirar la bomba, Radowitzky comenzó a correr, y al verse perseguido por la custodia de Falcón, se disparó un tiro en el pecho. Al caer, fue golpeado y llevado detenido por la policía.
Conocida la muerte de Falcón, se desató una feroz represión sobre el movimiento obrero. El escritor anarquista Diego Abad de Santillán reproduce un manifiesto de la FORA, que decía que el estado de sitio “fue impuesto por los zánganos del gobierno para arrasar, atropellar e incendiar los diarios obreros La Protesta y La Vanguardia, la Federación Obrera Regional, Conductores de Carros, Carpinteros, Zapateros, Caldereros, etcétera, para abofetear a numerosos compañeros, entre ellos a un anciano (el doctor Creaghe), por el solo delito de rebelarse contra tanta injusticia, contra tanta tiranía, contra tanta desvergüenza… El Guardia Nacional, un barco de la armada, sirvió en esa oportunidad, como en 1905 el Santa Cruz y el Maipú, de prisión y de lugar de tortura para numerosos trabajadores… Entre los deportados figuraba el secretario de la FORA, Juan Bianchi”.
Radowitzky se salvó de ser fusilado al comprobarse que era menor de edad para las leyes de entonces. Estuvo 21 años preso, sometido a terribles vejaciones. Para las clases dominantes pasó a ser el símbolo del peligro subversivo. Así lo dijo Julio A. Rojas en el sepelio de Falcón: “Una mano extranjera ha obrado con villanía contra el representante del orden público… La nacionalidad está en peligro, y los del grupo nativo debemos unirnos en un movimiento de común defensa”. Para los anarquistas, y para gran parte de los obreros, se transformó en un héroe. “È morto Ramón Falcón massacratore; evviva Simón Radowitzky vindicatore”, se cantaba en las manifestaciones. Veremos en otra columna que no todas las corrientes obreras pensaban igual.