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17 de junio de 2015

 El 20 de junio de 1820 moría en Buenos Aires, Manuel Belgrano, el creador de la bandera azul-celeste y blanca.

El “atrevimiento” de Belgrano

20 de junio, Día de la Bandera

Recién en 1938, 118 años después, por Ley 12.361, se fijó esa fecha como “Día de la Bandera”. Con ello se pretendía cerrar el círculo de la apropiación del héroe nacional por las clases dominantes de Argentina, absorbiendo sus “históricas desobediencias” a los sectores conservadores y liberales de su época, expresados en particular por Manuel de Sarratea y Bernardino Rivadavia.

Recién en 1938, 118 años después, por Ley 12.361, se fijó esa fecha como “Día de la Bandera”. Con ello se pretendía cerrar el círculo de la apropiación del héroe nacional por las clases dominantes de Argentina, absorbiendo sus “históricas desobediencias” a los sectores conservadores y liberales de su época, expresados en particular por Manuel de Sarratea y Bernardino Rivadavia.
Estos sectores habían acordado el 18 de febrero de 1812 en el uso “por las tropas de la patria” de la escarapela blanca y azul-celeste (“que se declara nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata”) para diferenciarla de las tropas españolas que enfrentaban (porque hasta entonces, en ambos lados, tenían la misma escarapela roja de España). Pero Belgrano, enviado a hacerse cargo del derrotado Ejército del Norte, a su paso por Rosario de Santa Fe tuvo “el atrevimiento” de hacer coser una bandera con esos colores y enarbolarla en las baterías que defendían esa ciudad, el 27 de febrero de 1812. Además llamó a dichas baterías Libertad e Independencia, en una clara manifestación de lo que eran las aspiraciones de los revolucionarios de Mayo.
Después volvió a enarbolar la bandera en Jujuy el 25 de mayo de ese año (Bartolomé Mitre lo justificaría diciendo que no le había llegado el mensaje reprendiéndolo desde Buenos Aires). Y tras encabezar el histórico éxodo del pueblo jujeño hacia el Sur, con los jujeños y salteños que venían con él y el aporte de los tucumanos, presentó batalla en los campos de Tucumán a los españoles y los derrotó el 24 de septiembre de 1812, también en desobediencia al gobierno que, desde Buenos Aires, le ordenaba su repliegue a Córdoba.
La bandera de Belgrano se ganó así su lugar en la historia argentina, de hecho, porque no hubo reconocimiento formal. La siguieron usando los ejércitos de Belgrano y la hizo coser San Martín, agregándole el sol de los originarios, para el Ejército de los Andes. Recién en 1818, tras derrotar a los españoles en Chacabuco, en Chile se la  declara como bandera de guerra. Se lo hace diciendo que “sirviendo para toda bandera nacional los dos colores blanco y azul en el modo y forma hasta ahora acostumbrado”, etc. En la Argentina, todavía llevaría años a las clases dominantes aceptar “el atrevimiento” de Belgrano.
 
Rescate y denuncia
Los comunistas revolucionarios de la Argentina reivindicamos la bandera creada por Belgrano porque ella fue el estandarte de la unidad de nuestros pueblos en la lucha por la libertad y la independencia del colonialismo español. Y también al sol que incluyó San Martín en la misma, como símbolo de la prolongada guerra liberadora, en unidad con los pueblos hermanos de Chile, Bolivia y Perú. Y denunciamos a su vez a la oligarquía que, apropiándose de ella, la usó para llevar a nuestro país a la guerra fratricida contra Paraguay en 1865, masacrar a los pueblos originarios de las regiones pampeana, patagónica y chaqueña, apropiarse de la tierra, someter a los trabajadores criollos e inmigrantes y avasallar nuestro país a su asociación con el imperialismo, reprimiendo en su nombre a quienes se rebelan.
Hoy también el kirchnerismo compite con los otros sectores del bloque dominante por apropiarse de la bandera de Belgrano, para hacer pasar su entrega a los nuevos imperialistas (de China y de Rusia) en disputa con los tradicionales (de Inglaterra, de Europa y de los Estados Unidos), cuando fue Belgrano el primero que dijo frente a ellos “ni amo viejo, ni amo nuevo”. Y ni qué decir de su ejemplo de vida: que donó sus ingresos para la construcción de escuelas y, al morir, solo le quedaba su reloj de bolsillo que dio en pago a su médico de cabecera.