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09 de marzo de 2016

Continuamos con la serie de notas basadas en conversaciones con el compañero Claudio Spiguel, historiador y docente universitario.

El bicentenario de la independencia

200 años del 9 de julio de 1816

 

 
La lucha revolucionaria tiene su punto de inflexión el 25 de Mayo de 1810, con un proceso largamente preparado. No solamente por las luchas sociales, anticoloniales anteriores sino por el proceso más inmediato que en Buenos Aires tiene su origen en las invasiones inglesas, con las consecuencias ya conocidas: la impotencia de los españoles para defender el lugar, la huida del virrey, el armamento popular, la formación de las milicias criollas que en un proceso –que explica muy bien Eduardo Azcuy Ameghino en Nuestra gloriosa insurrección– engendran esa conspiración criolla que va formando una fuerza que opera clandestinamente, que busca los caminos de aproximación para llegar a lo que fue el 25 de Mayo. Esto estuvo precedido por la conmoción fundamental que fueron las rebeliones de Chuquisaca y La Paz en 1809, donde los criollos conocieron cuál iba a ser el destino si los españoles triunfaban. Fueron todos al cadalso. 
Del Alto Perú al Plata la revolución emerge en tres zonas, lo que muestra el papel de los factores internos, porque hubo lugares en los que la revolución no emergió. Algunos siguieron siendo colonia de España por largo tiempo, como Cuba. Se demuestra que las condiciones externas operan a través de causas internas. Las causas internas tienen que ver con el desarrollo del factor subjetivo, es decir, de los movimientos que prepararon el proceso, y que en América fueron tres grandes regiones revolucionarias: la de México con el cura Hidalgo y los campesinos mexicanos, la de Caracas y la de Buenos Aires. Ahí empezó todo. Aunque el corazón del poder español estaba en Los Andes, en Perú y en el Alto Perú, el eslabón débil se dio en esos lugares. 
 
Lucha por la hegemonía
Producido el hecho revolucionario, desalojadas las autoridades virreinales, establecida la Primera Junta de gobierno, comienza una lucha interna dentro de lo que Azcuy considera “un frente antiespañol”. No en el sentido de un frente formal, pero sí de una confluencia de fuerzas que en la lucha, enfrentan a las tropas españolas, que al principio se ven desconcertadas pero se rearman: empieza una conspiración en Córdoba con Liniers, se hacen fuertes en Montevideo, tienen todo Perú y el Alto Perú, etcétera. 
Esa confluencia es una confluencia de sectores políticos y de figuras clave como Saavedra, jefe de las fuerzas militares. Como Moreno, comerciantes, hacendados, intelectuales, etcétera, pero a la vez es una confluencia de fuerzas sociales. Desde el punto de vista de que allí donde la dejaron expresarse, la mayoría de la población estuvo a favor de la ruptura, contra España. Porque para las mayorías, efectivamente, era el primer paso ineludible para hacer todas las transformaciones: abolir la esclavitud, acceder a la tierra, etc.
El problema era quién dirigía esa confluencia. Sabido es que en la Primera Junta de gobierno, gracias al accionar del grupo llamado jacobino, posteriormente -en comparación con los jacobinos franceses: Moreno, Castelli, con Belgrano, etcétera- se operó un programa revolucionario de acción que implicó el envío de expediciones para desarticular la contrarrevolución que ya de forma inmediata se fue generando. 
 
“La máscara de Fernando Séptimo”
Al mismo tiempo es sabido que en ese momento la Primera Junta asumió el poder en nombre de Fernando Séptimo, con el argumento jurídico de que habiendo caducado el gobierno español, nombrado por la monarquía y estando el rey preso, ninguna junta ni poder como el que existía en Cádiz tenía el derecho de gobernar estas tierras, que eran reinos unidos sólo por la monarquía. La monarquía no estaba, la soberanía volvía al pueblo que gobernaría en nombre y mientras tanto el rey estuviera cautivo. 
Esto tenía su consagración jurídica en las doctrinas de Suárez y los jesuitas, que limitaban a una monarquía absoluta en relación a que el rey tiene la soberanía que le da el pueblo y servía como convalidación jurídica frente a los cabildantes. Al mismo tiempo implicaba una táctica para usar de modo inmediato, para neutralizar a los sectores vacilantes que temían romper con España, y sobre todo desarticular la acción de la contrarrevolución enemiga. Y así fue usado eso que después se llamó “la máscara de Fernando Séptimo”. Gobernar en nombre de Fernando Séptimo.
Pero el otro elemento que surgía con esta legitimación del poder de la Junta era el hecho de que Inglaterra y sus representantes aquí, no solo los comerciantes sino el poder inglés en la Embajada de Río de Janeiro, la flota inglesa, etcétera, se oponía a toda declaración de independencia, como condición para comerciar y negociar con las provincias rebeldes. Buscaba aparecer como un árbitro entre leales y rebeldes al poder español, en la medida de que Inglaterra era aliada de los españoles contra Napoleón. Esto se ve en toda la correspondencia que los revolucionarios empezaron a establecer con esta otra potencia rival; los ingleses ponen dos condiciones: que no declaren la independencia y que no tomen contacto con “el tirano de la Francia”. Si esas dos condiciones se cumplen “nosotros comerciamos, les vendemos armas”, etc. 
La alianza con los españoles contra Napoleón era una prioridad inglesa respecto de sus miras de expansión y miras mercantiles, que la llevaban a tratar de negociar con los rebeldes y utilizar su acción para ir penetrando ellos. 
 
La hegemonía de las corrientes conservadoras
En el uso de “la máscara” estaba el tema de en qué medida se podía aprovechar el apoyo de los ingleses. Pero al mismo tiempo, ese uso se fue estirando. Y lejos de ser utilizado como una táctica para desconcertar al enemigo, se convirtió en una traba para el desarrollo de la lucha. Se estiró, no sólo porque Inglaterra imponía esas condiciones sino por las tendencias sociales que pasaron a predominar en los gobiernos patrios, desalojado el grupo jacobino de Moreno ya de 1811 en adelante. No es que no siguieron existiendo líderes, corrientes o regiones donde se expresaron esos programas como en la Banda Oriental en el programa artiguista. Pero desde el punto de la hegemonía, ya desde la Junta Grande en adelante predominaron corrientes conservadoras. 
Esta hegemonía de las corrientes conservadoras tenía la siguiente consecuencia: estas corrientes políticas cifraban más el desarrollo del programa, el éxito de la lucha anticolonial, en las negociaciones diplomáticas con Inglaterra y otras potencias como Francia después, que en la propia lucha popular. ¿Por qué? No porque fueran agentes de Inglaterra o de Francia (aunque agentes había) sino por una tendencia de clase. Porque el desarrollo de la lucha popular arriesgaba desestructurar el orden social que ellos se proponían no transformar sino defender a toda costa, tratando de que fuera alterado lo menos posible. 
La participación popular en la guerra, en la lucha armada, exigía como exigió en Cuyo la libertad de los esclavos, la movilización de los indios como hizo el artiguismo, de los gauchos, de la población mestiza, lo cual podría atentar –y atentaba de hecho- contra el orden social, feudal y esclavista que España implantó junto con el colonialismo. Y las corrientes hegemónicas, estas clases sociales querían acabar con el colonialismo pero conservar el orden social que había implantado España, de la cual esa oligarquía terrateniente y esos comerciantes intermediarios habían sido beneficiarios secundarios durante el periodo colonial. Por una tendencia inherente a su clase social, temían el desarrollo de la lucha popular. 
 
Hubo 14 años de guerra liberadora
Por el contrario, la corriente democrática- revolucionaria no tendría miedo, y buscaría movilizar a las amplias masas como camino principal para la lucha por la independencia. Y ahí viene la contradicción porque la lucha sigue y porque España no se iba. Debilitada, invadida y todo, apenas pudo envió tropas. Y en 1814, si no se liberaba Montevideo, hubiera venido una flota gigantesca que como se liberó Montevideo fue a Caracas y degolló a todos los criollos en la guerra a muerte. Bolívar se tuvo que ir al exilio… O sea que España estaría muy en decadencia, Inglaterra controlaba los mares y el comercio, pero los españoles no se iban. Hubo 14 años de guerra, una de las más grandes de la humanidad hasta ese momento, para tirar abajo ese poder colonial decadente. 
En ese marco, esa lucha chocaba con el problema de la máscara. En algo tan elemental, como que no se disponía de bandera propia. Porque tener una bandera propia implicaba un gesto de independencia. Por eso, el primer Triunvirato con su secretario, Rivadavia, le plantea a Belgrano que no alzara bandera propia. Y gracias a la desobediencia de Belgrano que alza bandera propia en las barrancas del Paraná, el ejército patriota, -que era un ejército de desarrapados que conseguía armas de donde podía- puede tener su propia bandera, distinta del enemigo contra el cual lucha. Porque en los manuales aparece “el ejército oficial de los gobiernos patrios” pero el ejército oficial era el de los españoles. 
Por esa misma razón también el Primer Triunvirato le plantea a Belgrano que no dé batalla en Tucumán y Belgrano desobedeció, como se cuenta “no le llegó la noticia”, dio la batalla en Tucumán. Tuvo el apoyo de la población tucumana y salvó la frontera norte, que fue lo que determinó la caída del Primer Triunvirato. La caída del Primer Triunvirato y la subida del Segundo Triunvirato determinaron la convocatoria a la Asamblea del Año 13, que al principio estaba destinada a declarar la independencia. 
Así fueron las instrucciones que el pueblo oriental con Artigas dio a sus delegados en esa asamblea: que se declare la independencia, que se proclame la república, la separación de poderes, el fin de todo despotismo militar y el autogobierno de las provincias. Pero en esa asamblea del año 13, a pesar de que surgió contra la conciliación del Primer Triunvirato del grupo de Rivadavia, etcétera, predominó de vuelta la línea conservadora, ya sobre la base de los manejos de Alvear, y entonces no solo no se aceptó la instrucción de los diputados orientales, a los que se los echó por defectos de formas en que habían sido elegidos, sino que no se declaró la independencia, y sólo se accedió a la libertad de vientres.