La contradicción fundamental de nuestra sociedad sólo puede resolverse mediante la revolución democrática popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo. Esto implica las tareas agrarias que no han sido resueltas históricamente y. también, las tareas antiimperialistas, y es una revolución democrática popular porque sólo puede ser realizada bajo la dirección de la clase obrera, lo que a su vez garantizará su perspectiva socialista. Por eso definimos en marcha ininterrumpida al socialismo.
Es un error golpear al imperialismo y olvidarse de los terratenientes y la gran burguesía intermediaria. Sin la ayuda de éstos el imperialismo no podría oprimirnos. Otro error es otorgar a los terratenientes como clase, una independencia que no tienen respecto del imperialismo. Como clase, los terratenientes argentinos han sido y son la principal base social en la que se apoya la dominación imperialista en nuestro país, siendo el imperialismo el bastonero en el bloque de clases enemigas de la revolución. Si bien la penetración imperialista ha determinado un cierto desarrollo del capitalismo, esto sólo ha sido en algunos sectores que le interesan en particular a él y a los terratenientes, como ocurrió con los ferrocarriles ingleses, siempre en desmedro de la industria nacional, condicionando y deformando toda la estructura productiva del país.
La revolución argentina y las tareas que ella implica no han podido ni pueden ser resueltas por la burguesía nacional. Sólo el proletariado, aliándose al campesinado pobre y medio, dirigiendo al conjunto del pueblo y demás sectores patrióticos y democráticos y ganando a una parte de las fuerzas armadas puede llevar adelante esa revolución, imprescindible para abrir el camino a la revolución socialista.
En la actual etapa de la revolución se enlazan dos contradicciones: la nacional y la democrática. Aunque en determinados momentos predominen las tareas nacionales sobre las democráticas (como en Malvinas), y en otros a la inversa (como durante gran parte del periodo dictatorial), no se puede resolver una contradicción sin resolver la otra. El grado de desarrollo capitalista, el peso del proletariado en la Argentina, y la importancia de la cuestión democrática (el tema del latifundio de origen precapitalista. en primer lugar, y las tradiciones republicanas de mucho más de un siglo) implican que no se puede resolver una de aquellas contradicciones sin resolver la otra.
La tendencia a empujar una revolución nacional en la que el proletariado y su partido comunista sean “la izquierda” de un Frente Nacional hegemonizado por la burguesía como sucedió en algunos países de Asia, África y América Latina, resultó fatal para la clase obrera de esos países y para esos partidos comunistas. Aún está fresco el recuerdo de las sangrientas matanzas de la burguesía nacionalista iraquí, que costó la vida a miles de comunistas; el asesinato de centenares de miles de comunistas y revolucionarios indonesios, ante el fracaso del putsch que intentaron como izquierda de la burguesía nacional liderada por Sukarno; la prisión de miles de comunistas egipcios o argelinos, etcétera.
Esos movimientos de liberación nacional cumplieron y cumplen un papel positivo en tanto y en cuanto enfrentan al imperialismo y producen algunas reformas progresistas (como sucedió en la Argentina en épocas de Perón); pero son incapaces (en la época actual de las revoluciones proletarias) para realizar a fondo las tareas democráticas de la revolución y, desde ya, para permitir el paso ininterrumpido al socialismo, con lo que, las propias conquistas nacionales son precarias y fácilmente revertibles, como sucedió en Indonesia, Ghana, Brasil (con Goulart) entre tantos ejemplos y en el propio caso argentino con el gobierno peronista.
La oligarquía, de base terrateniente, ha sido y es la principal clase que se opone a la democracia y es el principal apoyo del imperialismo para dominarnos. Sin acabar con ella, llevando a fondo la revolución democrática, no habrá liberación nacional. Así también la tendencia que empuja la lucha democrática en forma separada, y en ocasiones contrapuesta a la lucha por la independencia nacional, es errónea. Mal puede haber democracia y menos aún socialismo, en un país en el que el pueblo no es dueño del mismo. La independencia nacional es la condición básica para la democracia y para el socialismo.
Tampoco somos partidarios de que el proletariado y su partido promuevan, como línea, un alzamiento o putsch militar con apoyo de masas. El tema tiene vigencia porque existen en la Argentina fuerzas antiimperialistas que plantean esta salida. Una cosa es un movimiento militar que empalma con la lucha revolucionaria de masas, como empalmaron en enero de 1958 núcleos de militares de rango medio y subalterno de la suboficialidad venezolana, con la lucha revolucionaria, insurreccional, del pueblo venezolano unido tras la Junta Patriótica que luchaba contra la dictadura de Pérez Jiménez, o que el pueblo tercie con independencia, como sucedió, en cierta medida, en 1952 en Bolivia, ante el golpe nacionalista; y otra cosa, muy distinta, es promover una aventura putschista, como sucedió con el alzamiento de la Alianza Nacional Libertadora, en 1935, en Brasil, organizado por el Partido Comunista de ese país unido a otras fuerzas antiimperialistas; o en los casos de los alzamientos de las bases de Puerto Cabello y Campano, en Venezuela, promovidos por el PCV, en la década del 60, entre otros numerosos y trágicos ejemplos para el movimiento revolucionario latinoamericano.
El Partido puede y debe –en ocasiones– tener una política de alianzas con fuerzas que empujan tales movimientos en la medida en que sean parte del pueblo y luchen contra el enemigo común; e incluso una política que aproveche toda situación de fractura o enfrentamiento militar entre distintos sectores de las fuerzas armadas. Pugnando siempre por acumular fuerzas para nuestra estrategia insurreccional, lo que exige librar una batalla permanente para demostrar que esos movimientos no llevarán al triunfo, en ningún caso, a la segunda revolución liberadora en América Latina. Y que donde ésta triunfó –tal el caso cubano– lo fue sobre otra base: la de la lucha revolucionaria del pueblo, con eje en la alianza obrero-campesina, destruyendo a las fuerzas armadas del Estado oligárquico-imperialista y ganando a los militares democráticos y patriotas que se le sumen. Sólo esta línea podrá abrir el camino del triunfo a la revolución cuya necesidad es cada día más imperiosa en la Argentina.
Acumulación de fuerzas
En la Argentina, la revolución tiene al proletariado no sólo como la fuerza dirigente sino también como la fuerza principal. Atesora una larga experiencia de luchas sociales y políticas que jalonaron nuestra historia, que golpearon a los enemigos estratégicos de la revolución argentina, que permitieron el avance del conjunto del pueblo y el logro de conquistas importantes; pero no pudo jugar hasta ahora su papel dirigente en la lucha por el poder. En esto incidió la fuerza concreta y la línea del partido marxista, primero, y marxista-leninista, después. Con el surgimiento del PCR se ha abierto en la Argentina la posibilidad de que el proletariado juegue su papel dirigente en la lucha por la revolución democrático-popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo.
El Cordobazo, el Rosariazo, el Correntinazo, Tucumanazo, Mendozazo, Rocazo, etc., y los combates librados por las masas en estos últimos años vuelven a confirmar que el medio de lucha específicamente proletario, la huelga, es el medio principal para poner en movimiento a las masas obreras, campesinas y populares, incluso a sectores del empresariado nacional.
El análisis de la experiencia del proletariado, de la experiencia de los procesos de lucha más avanzados de la clase obrera y el pueblo donde participó el PCR, demostró la importancia de articular correctamente: la lucha económica de masas con la lucha política; el frente único en la clase –que tiene como columna vertebral la unidad de los peronistas con los comunistas revolucionarios– con el frente único antiimperialista y antiterrateniente; y la lucha de masas con una justa política de alianzas y acuerdos con otras fuerzas políticas, que ayude y no se contraponga a los objetivos históricos, estratégicos y tácticos del proletariado.
Así fue en el proceso de recuperación del SMATA Córdoba, en el periodo de la lucha antigolpista (Cuerpo de Delegados de Santa Isabel, rurales, frigorífico de Berisso, etc.), en la resistencia a la dictadura (ferroviarios, carne, Lozadur, Galileo, Madres de Plaza de Mayo, etc.), en la lucha por la paz con Chile, durante la guerra de las Malvinas, y en el periodo alfonsinista, en los distintos procesos con diversas formas de lucha en las que participamos enfrentando su política, en particular la heroica lucha de los obreros de Ford, encabezados por su comisión interna y su Cuerpo de Delegados.
Yendo de lo político a lo sindical y reivindicativo y de lo sindical y reivindicativo a lo político, lo fundamental es la línea del Partido. Cuando logramos llevarla adelante en cada momento político concreto, integrando lo fundamental que es la táctica política con las reivindicaciones específicas de las masas obreras y populares, poniendo el eje en los centros de concentración, practicando el principio maoísta: “de las masas a las masas”, el PCR pudo crecer en fuerza y en influencia.
La constitución del FREJUPO para las elecciones del 14 de mayo, ha sido un paso muy importante en nuestra línea de frente único, a partir de impulsar desde 1986, la confluencia de las luchas obreras, campesinas y populares contra la política alfonsinista articulada con la propuesta del frente opositor. Nosotros tratamos de que no fuese un mero frente electoral, a sabiendas de la oposición que encontrábamos para esto en sectores del peronismo y en otros partidos que adhirieron al FREJUPO. Seguimos considerando correcta esta orientación con la finalidad de impulsar, y concretar, la unidad con las grandes masas influenciadas por el peronismo, para poder incidir positivamente en el nuevo proceso abierto con la derrota electoral del alfonsinismo el 14 de mayo.
La constitución y desarrollo de comités de apoyo al FREJUPO en empresas claves, barrios, universidades, zonas agrarias, etc., ha sido un instrumento decisivo para la derrota del alfonsinismo y para vincular la táctica electoral a la lucha por avanzar en la recuperación de sindicatos, cuerpos de delegados y demás organizaciones de masas en favor de la línea de frente único con hegemonía proletaria, fundamental en la acumulación de fuerzas revolucionarias.
Partiendo siempre de nuestra táctica en cada momento concreto (lo que exige en primer lugar precisar el enemigo principal a golpear), la acumulación de fuerzas revolucionarias pasa principalmente por impulsar la lucha económica, social, política e ideológica de la clase obrera, una justa línea de frente único social y político, y de construcción de Partido. Con el objetivo de cambiar la correlación de fuerzas y recuperar para el clasismo a los cuerpos de delegados, comisiones internas, sindicatos, federaciones, CGT regionales, y CGT nacional. Privilegiando los cuerpos de delegados y comisiones internas de las grandes empresas de concentración del proletariado industrial, lo que creará condiciones, a su vez, para dirigir al conjunto de la clase obrera y para que ésta dirija a las masas populares en la lucha por la revolución. Lo que exige articular correctamente, en cada momento concreto, las diversas formas de lucha y estar preparados para los cambios de situación.
Igualmente, partiendo de nuestra táctica en cada momento concreto, impulsar la lucha, la línea de frente único y de construcción del Partido, para ganar para una línea de hegemonía proletaria a los organismos de masas campesinos, de soldados, de las barriadas populares, de las amas de casa, de los estudiantes, de los técnicos y trabajadores de la cultura, de la pequeñoburguesía urbana y demás sectores populares.
Todo ello para crear las condiciones para que los cuerpos de delegados y demás organizaciones de masas se transformen, bajo la dirección del Partido, en un momento insurreccional, en órganos revolucionarios de doble poder. Instrumentos eficaces de la unidad obrero-campesino-popular con hegemonía de la clase obrera que puedan dirigir la huelga política de masas y la insurrección armada, y que sean base, a su vez, del frente popular de liberación, de los organismos populares de poder, del gobierno provisional revolucionario, de las milicias populares y del Ejército popular de liberación. Posibilidad que bocetó el Cordobazo y los procesos de lucha más avanzados del país.
El camino de la revolución argentina: de la ciudad al campo, insurreccional, dirigido por la clase obrera, determina que éste es el principal camino de acumulación de fuerzas en una perspectiva revolucionaria. Sin embargo, en determinados periodos, el centro del combate político y de clases se desplaza hacia lo electoral; y eso nos obliga a privilegiar todas las tareas conexas a esta forma de lucha (personería electoral, acuerdos electorales, actos y actividades semejantes, etc.). El arte de las direcciones del Partido está en articular las tareas electorales, de tal forma, que nos permitan acumular fuerzas en los lugares decisivos y nos ayuden a intensificar el trabajo para ganar a los cuerpos de delegados y organizaciones de masas para la táctica política y la orientación estratégica fundamental del Partido.
La lucha por el frente único
La lucha por la hegemonía del proletariado es imposible sin una política permanente de alianzas que apunte a conformar el bloque histórico de clases revolucionarias. Sobre la base de la táctica del Partido en cada momento político concreto, precisando el enemigo principal a golpear, es necesaria la unidad de todas las fuerzas posibles de ser unidas contra ese enemigo, incluso marchando separados y golpeando juntos contra él con fuerzas intermedias que se le opongan.
Los cuerpos de delegados mostraron en años anteriores de auge revolucionario, su capacidad para ser órganos de base del frente único en la clase obrera y bocetaron las formas más probables del movimiento revolucionario de masas. La lucha por democratizar y dirigir los sindicatos debe concebirse en una relación dialéctica con los cuerpos de delegados que han demostrado, en el periodo 1969-1976, su capacidad potencial para transformarse, en una situación revolucionaria, en organismos de base de un gobierno popular revolucionario.
El aliado principal del proletariado es el campesinado pobre y medio. El proletariado rural como destacamento de la clase obrera debe jugar el papel principal para forjar esa alianza, con la línea de apoyarse en los semiproletarios y campesinos pobres, unirse a los medios y neutralizar a los ricos. Debemos dar particular importancia al trabajo por movilizar y organizar a los campesinos pobres, y por ganar a los medios y al sector patriótico y democrático de los ricos para la lucha antiterrateniente y antiimperialista.
El problema de la tierra está en el trasfondo del problema campesino en todo el país, y debemos saber ponerlo de relieve, concientes de que su resolución no será posible por vías reformistas sino revolucionarias. La causa principal del fracaso de los revolucionarios del siglo pasado, y ya en este siglo –en la época del imperialismo– estuvo en que no se propusieron, o fueron incapaces de alzar a la lucha liberadora a las masas campesinas oprimidas por los terratenientes, masas que venían luchando contra éstos desde el inicio de la colonia. Si el proletariado no logra forjar una alianza estrecha con las masas explotadas y oprimidas del campo, tampoco triunfará.
Un aspecto particular de esta cuestión es el referido a las comunidades aborígenes, cuya situación actual es uno de los testimonios más desgarradores del carácter sanguinario y antidemocrático de los terratenientes y de la ilegitimidad de sus títulos sobre las mejores tierras argentinas. Debemos prestar atención y esfuerzos especiales para desarrollar la participación de las comunidades aborígenes en el movimiento revolucionario contra los terratenientes y el imperialismo, responsables del despojo de sus tierras, de su confinamiento a las zonas más pobres y de la discriminación social, racial, cultural, etc., con las que se continúa la política oligárquica de las campañas de exterminio.
A su vez, tanto en el campo como en los centros urbanos es fundamental que el proletariado preste particular atención al movimiento juvenil y al femenino, atendiendo a la incidencia de estos movimientos no sólo en la clase obrera y el campesinado sino también en otros campos como los de la intelectualidad, en el arte y la cultura, en los profesionales, en los pequeños y medianos empresarios, en las fuerzas armadas, etc.
El movimiento juvenil argentino tiene, en comparación con el de otros países dependientes, una larga experiencia organizativa, tanto gremial y deportiva, recreativa y cultural, como política. Fueron organizaciones juveniles de relativa importancia de masas las que dieron origen –confluyendo con otras fuerzas– al Partido Radical, al Partido Comunista y a nuestro Partido. En las luchas posteriores a 1968 jugaron papel decisivo tanto en el movimiento juvenil en general, como en el estudiantil en particular. La unidad obrero-estudiantil adquirió en estos años modalidades concretas muy avanzadas que, en algunos casos, como sucedió en Córdoba, perfilaron una alianza de gran potencialidad revolucionaria.
La dictadura fascista golpeó con saña a la juventud obrera y estudiantil, para impedir el desarrollo de su potencial revolucionario. Esto trajo un profundo debate en los jóvenes sobre la necesidad de buscar nuevas formas de lucha. Fue así que las primeras movilizaciones masivas de la juventud fueron a partir de la lucha por la paz con Chile, contra los intentos belicistas de la dictadura. Luego, con motivo de la recuperación de las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, miles de jóvenes, en condiciones difíciles, realizaron una gran experiencia de lucha armada contra una potencia imperialista y se desarrolló un poderoso movimiento de masas, patriótico, de la juventud. A partir de estas experiencias centenares de miles de jóvenes se incorporaron a las luchas sociales y políticas y miles se transformaron en activistas gremiales y políticos.
La juventud ha sido siempre un sector sensible a todo tipo de opresión política, social y nacional, y por eso se rebela contra ésta. Con formas y contenidos propios, en cada época, participa en la lucha democrática, antiimperialista y antiterrateniente. Busca afanosamente una respuesta a sus interrogantes y en esta búsqueda el movimiento juvenil crece junto a las ideas y procesos más avanzados. Es necesario que el Partido ayude a ganar a la mayoría de los estudiantes para la Revolución; pues sin esto es imposible que el movimiento revolucionario triunfe. Existen varias experiencias históricas, en nuestro país, que demuestran que esto es posible. Además de la importancia como ámbito de debate político e ideológico que tiene la Universidad, es necesario tener en cuenta que en ella ha crecido enormemente el peso de las clases medias de la capa inferior, en relación con las últimas décadas y con lo que sucedía en la dictadura militar.
En cuanto al movimiento femenino, en nuestro país tiene una larga tradición de luchas obreras y populares. En 1880 fue la primera huelga de domésticas. A principios de siglo las huelgas y concentraciones de telefónicas y del vestido, movimientos por la alfabetización de las mujeres, por la defensa de la salud de los niños, por sus derechos civiles y políticos. Fue activa su participación en los movimientos de solidaridad con las grandes huelgas obreras y con las luchas liberadoras de otros pueblos.
En 1946, con el triunfo del peronismo, las grandes masas de mujeres del campo y de la ciudad irrumpieron en la arena política. El voto femenino conseguido nacionalmente, fue un triunfo de reivindicaciones que estaban vedadas y creó mejores condiciones para el avance de la lucha de las mujeres. En los años siniestros de la dictadura surgió un destacamento de avanzada, las Madres de Plaza de Mayo. Luego se desarrollaron organizaciones específicas como secretarias de la mujer en los sindicatos, Amas de Casa del País, asociaciones profesionales, Multisectorial de la Mujer, e iniciativas como los Encuentros Nacionales de Mujeres que se realizan anualmente.
Las mujeres no son una clase social. Son un sector específico de la sociedad, parte de las clases sociales en las que ésta está dividida. Por esa razón la mayoría de las mujeres se ubica dentro de las clases explotadas. Como mujer es un sector socialmente oprimido y discriminado. Como trabajadora sufre una doble opresión: como explotada, y como mujer. Su trabajo (llamado tareas) como ama de casa tiene un doble carácter: trabaja y no es remunerado y lo realiza la mayoría de las veces en base a sentimientos y costumbres. Estas tareas que hoy recaen sobre la mujer deberían ser resueltas por el conjunto de la sociedad. El trabajo doméstico es parte del trabajo útil a la sociedad, imprescindible para el mantenimiento y reproducción diaria de la fuerza de trabajo. Según estimaciones serias, el valor económico de la actividad del hogar equivale al 33 % del PBI. Este monto pasa, por una vía indirecta, a engrosar las ganancias de los capitalistas y terratenientes.
Para incorporar a las mujeres a la lucha revolucionaria no partimos de la división en sexos. Partimos de la división de la sociedad en clases antagónicas. De ahí la importancia de nuestra participación activa en los movimientos femeninos, ayudando a avanzar en la elaboración de líneas específicas que permitan encontrar las vías aptas para incorporar a las amplias masas de mujeres a la revolución democrático-popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo, como primera condición para que las mujeres de las clases trabajadoras puedan avanzar en la lucha por su liberación. En este camino, damos batallas a las ideas feudales y burguesas que llevan a concebir que la mujer puede ser llevada de arrastre al proceso revolucionario o ser neutralizada.
Asimismo, es importante prestar particular atención y realizar esfuerzos para ganar a la mayoría de la intelectualidad para las posiciones auténticamente antiimperialistas y antiterratenientes y lograr que sirvan al pueblo con su trabajo específico. Esta es una lucha decisiva para la suerte de la revolución ya que ésta requiere, para triunfar, de la participación activa de la mayoría de los intelectuales: profesionales y trabajadores docentes y de la ciencia y la cultura en general. Debemos partir de las reivindicaciones que unifiquen a la mayoría de esta capa social y trabajar para que, a partir de su participación en las luchas populares, pongan su actividad profesional o docente, científica o cultural al servicio de la lucha liberadora.
También es necesario resolver una política específica para todo el sector de cuentapropistas (parte de la pequeñoburguesía urbana) que ayude a organizarlos en defensa de sus intereses y para participar, junto al resto de los trabajadores y el pueblo, en la revolución democrático-popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo.
En cuanto a la burguesía nacional (urbana y rural), dado su doble carácter, y considerando que es una fuerza intermedia, la política del proletariado es de unidad y lucha y apunta a su neutralización. Esto implica: ganar a un sector de ella (los sectores patrióticos y democráticos), neutralizar con concesiones a otro sector, y atacar al sector de la gran burguesía que se alíe con el enemigo. Es necesario tener una política que ayude a desarrollar y recuperar las organizaciones de la pequeña y mediana empresa, para enfrentar la crisis, en la perspectiva del combate antiimperialista y antiterrateniente.
También es necesario tener una política específica para fracturar las fuerzas armadas ganando una parte importante de las mismas, a su base popular y a los sectores patrióticos y democráticos de la oficialidad. En 1945, en 1955, en 1963, en 1973, en junio de 1982 y en abril de 1987, las Fuerzas Armadas se fracturaron. Este es un dato fundamental de la realidad, ya que la revolución no podrá triunfar, no ha triunfado en ningún país, sin ganar a una parte de las fuerzas armadas y sin neutralizar a una gran parte de éstas. Nuestra línea esencial en caso de enfrentamientos, es crear las condiciones para que la clase obrera y el pueblo tercien y aprovechen a su favor, en una línea revolucionaria, esos acontecimientos. El tema no es la fractura en abstracto, ya que ésta es producto de la realidad concreta, propia de las contradicciones de nuestra sociedad. El tema es si la clase obrera tiene una política para el caso de enfrentamientos entre ellas o para el choque con el pueblo, ganar una parte 105 de ellas para acabar con ese Estado e instalar un poder popular.
Debemos además tener una política diferenciada respecto de los distintos sectores de burguesía intermediaria y de terratenientes, sin olvidar que ellos son enemigos de la actual etapa de la revolución. La experiencia ha demostrado que se pueden utilizar las contradicciones en beneficio de la lucha revolucionaria del pueblo. La experiencia también enseña las consecuencias funestas de basarse en un imperialismo para liberarse de otro, porque ello termina siempre en el cambio de amo.
Es preciso tener una justa política de frente único, política de unidad y lucha con los partidos que son la expresión política de las clases sociales que, durante la actual etapa revolucionaria y en cada momento histórico concreto, deben aliarse contra un enemigo común. Política en la que respecto de esos partidos, en ocasiones predomina la unidad y en ocasiones la lucha. Nuestra línea de construir y apoyar al FREJUPO, y la práctica realizada por el Partido tanto antes como después de las elecciones, han implicado un salto cualitativo en nuestra experiencia frentista, en particular en relación con el peronismo, tanto por abajo como por arriba y en las direcciones intermedias.
Camino de la revolución
Impulsamos un movimiento revolucionario integral (como definió Mao Tsetung), que abarca la revolución democrática y la revolución socialista. Lo que implica comprender a fondo la diferencia y la relación existente entre ambas. Somos partidarios de la revolución ininterrumpida y por etapas, con la línea general de unir, sobre la base de la alianza de la clase obrera y el campesinado pobre y medio, a todas las fuerzas susceptibles de ser unidas para llevar hasta el fin la lucha contra el imperialismo, los terratenientes y el gran capital intermediario, realizando una revolución conducida por el proletariado.
El problema central para realizar la revolución es el problema del poder. Los enemigos de la revolución son extremadamente fuertes y controlan las palancas fundamentales del Estado.
Las restauraciones oligárquico-imperialistas han sido siempre a sangre y fuego. Los golpes de Estado siempre triunfaron porque el pueblo estaba dividido, desorganizado y desarmado (así sucedió en 1930, en 1955, en 1966, y en 1976).
La opción entre tiempo y sangre es falsa. No es conciliando con los enemigos como se ahorra sufrimientos a la clase obrera y al pueblo. El pueblo debe estar unido, organizado y armado. La unidad sin armas no basta y las armas sin unidad tampoco.
Para enfrentar a los enemigos de la revolución argentina debemos prepararnos para una lucha que es encarnizada y que será larga.
En un momento determinado las formas de lucha principales son el Parlamento y el movimiento sindical; en otro, la insurrección. La utilización de las formas pacíficas de lucha, la combinación del trabajo legal y el ilegal, abierto y clandestino, nos tienen que servir para acumular fuerzas en dirección a los objetivos estratégicos.
La revolución en la Argentina va de la ciudad al campo y tiene a la insurrección armada como forma principal y superior de lucha. Esta, combinada con la modalidad de lucha armada en el campo (guerrilla rural y otras formas de combates armados campesinos), es el único camino que permitirá terminar para siempre con el poder del imperialismo y los terratenientes. Como enseña nuestra historia sólo cuando el pueblo se levantó en armas pudo triunfar. Así fue frente a las invasiones inglesas en 1806 y 1807 y así fue contra el colonialismo español de 1810 a 1824.
El Cordobazo bocetó la forma particular insurreccional de la vía revolucionaria en la Argentina. Los cuerpos de delegados obreros, populares, estudiantiles y del campesinado pobre y medio, capaces de transformarse –en una situación revolucionaria– en órganos de doble poder (como se insinuó en las luchas posteriores a 1969). En esto es fundamental el papel del Partido. Un partido fuerte en número y calidad de afiliados, enraizado en las masas, que practique el principio de las masas a las masas, decisivo para que la huelga general política de masas, el frente único que constituya el gobierno revolucionario y el alzamiento armado del pueblo, se combinen para que el triunfo de la insurrección armada liberadora imponga un gobierno provisional revolucionario órgano de esa insurrección, que convoque a una Asamblea Constituyente plenamente soberana e inicie las tareas de la revolución democrático-popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo.
El partido
En nuestro país ha sido la falta de un partido marxista-leninista de vanguardia, con arraigo de masas y consolidado ideológica, política y orgánicamente, lo que impidió al proletariado argentino llevar al triunfo la revolución agraria y antiimperialista y abrir así el camino al socialismo, en los momentos de auge revolucionario en 1918-19, en 1945-46 y en 1969-70.
Hoy existe el Partido Comunista Revolucionario, maoísta (que es la exigencia contemporánea para ser marxista-leninista), forjado en más de 20 años de lucha dura y difícil.
El Partido Comunista Revolucionario de la Argentina es el partido revolucionario del proletariado, la forma superior de su organización de clase. Se basa en el proletariado industrial y su teoría es el marxismo-leninismo-maoísmo. Y es internacionalista, porque es el partido de vanguardia en la Argentina de una clase –el proletariado– que es internacional.
La defensa y la práctica de un método marxista-leninista –que implica el centralismo democrático–, la crítica y la autocrítica y la lucha ideológica activa que permita que el partido sea un organismo vivo, que no se burocratice y no degenere.
Es imposible la existencia de un movimiento revolucionario sin un partido revolucionario que lo dirija, y es imposible alcanzar el comunismo sin un movimiento comunista de masas, lo que presupone un partido auténticamente comunista que sea fermento revolucionario y guía de ese movimiento comunista.
Están dadas las condiciones, objetivas y subjetivas, para transformar al PCR en el partido que necesita la clase obrera argentina. Transformarlo en un partido organizado en todo el país, un partido revolucionario, con un amplio carácter de masas, vinculado a éstas por millones de lazos; y apoyado por las masas explotadas y oprimidas por haber éstas comprobado, a través de una práctica prolongada, que es su partido de vanguardia.