Desde 1871, durante la presidencia de Sarmiento, cuando la epidemia de fiebre amarilla registró en Buenos Aires el mayor número de casos en toda América, no se había producido un brote epidémico como el que hoy azota a la Argentina. Esta vez, de una enfermedad pariente cercana a la fiebre amarilla trasmitida por el mismo mosquito.
El dengue –del dialecto africano swahili, denga o yenga (enfermedad por malos espíritus)– reemerge en América Latina en la década del ‘80, con oleadas recurrentes en los últimos 10 años.
El brote actual, que los gobiernos nacional y provinciales tratan de disimular, triplica largamente el número de casos declarados oficialmente en el país. Ya cubre más de la mitad del territorio argentino, con mayor impacto en las masas empobrecidas del Chaco, Formosa, Salta, Corrientes, Jujuy, Catamarca, con casos en Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba y hasta la Capital Federal.
Trasladan la responsabilidad
El discurso oficial, con ayuda de algunos medios afines, trata de presentar la epidemia de dengue como una plaga bíblica, por designio de Dios, y, por tanto, inevitable. Pocas son las referencias oficiales a las condiciones concretas de vida de la absoluta mayoría de los afectados, que en miles de casos bordea la condición humana. No se hacen muchas referencias a la inexistencia, durante años, de las medidas de saneamiento ambiental para tratar de evitar su aparición. No se habla de las pocas defensas inmunológicas por desnutrición de los afectados, que facilita el desarrollo de la enfermedad y la aparición del dengue hemorrágico. Se oculta que el sistema sanitario, deficitario en general, en la zonas más afectadas está hoy desbordado, especialmente los laboratorios de análisis.
En el pico de la negación trasmiten que “el dengue es una enfermedad que no respeta clases sociales”, falacia que no puede explicar por qué en el noreste se registran miles de casos en Charata (Chaco) y ninguno en el Barrio Camba Cua de Corrientes. O que en el Noroeste son miles los casos notificados en Orán y Tartagal y ninguno en el Gran Burg (Salta Capital).
Coherente con la ideología dominante y las recomendaciones del Banco Mundial para el cuidado de la salud, trasladan la responsabilidad principal de su aparición y ahora de su control a “los buenos hábitos de higiene y saneamiento de los hogares” en las zonas afectadas.
En el noroeste se escuchan voces que utilizando un lenguaje pseudo científico hablan de casos “autóctonos” y casos “importados”, expresando con ello un mal disimulado racismo. La culpa del dengue la tendría el mosquito boliviano que no respeta los controles fronterizos. Frente a los miles de casos, ¿qué importa si el mosquito es vernáculo o extranjero? ¿Acaso cambia el cuadro clínico o la evolución de la enfermedad, o los análisis a realizar, o el tratamiento? Por cierto que no. ¿No son acaso las mismas medidas de control actual de la epidemia y las de fondo que deberían tomar los gobiernos municipal, provincial y nacional?
Con medidas sencillas se pueden eliminar en la coyuntura el 80% de los reservorios de mosquitos y sus larvas. No es necesario sobreactuar preocupación oficial mostrando por televisión fumigaciones con insecticidas a mansalva. Su efecto es efímero, 6 a 8 horas, y el riesgo de intoxicación es considerable.
Entre tantas desgracias populares aún tenemos la suerte que en este brote de dengue, la variedad es de tipo 1, productor en general del dengue clásico, y raramente del dengue hemorrágico, pero la repetición de la epidemia aumenta esa posibilidad con mayor mortalidad.
En la provincia de Jujuy se declararon oficialmente hasta ahora 489 casos, confirmados por laboratorio, pero es sabido que los infectados son miles. El 61% de los registrados son del Departamento Ledesma, con epicentro en Caimancito, donde los indicadores sociales y sanitarios son muy malos. El 70% de los infectados son niños y jóvenes entre los 10 y los 39 años, con una ligera prevalencia en mujeres. En estos días el brote estalló en la ciudad de San Pedro. Existe gran temor de que se desborde el sistema sanitario provincial y por lo pronto colapsaron los laboratorios de análisis, aun cuando el brote es por el momento mediano.
“El dengue llegó para quedarse” manifestó suelta de cuerpo la Ministra de Salud, Graciela Ocaña. ¿Para quedarse dónde? Si no se realizan las medidas de saneamiento ambiental permanente y no cambian las condiciones de vida concretas de millones de argentinos, sí, llegó para quedarse en la casa de los pobres.
*Médico pediatra. Secretario de Apuap (Asociación de Profesionales Universitarios de la Administración Pública) de Jujuy. Vicepresidente de Fesprosa (Federación Sindical de Profesionales de la Salud de Argentina)