Las condiciones de trabajo y de vida contra las que se rebelaban los obreros y empleados en las ciudades, no eran sino el producto del mismo régimen impuesto a todo el país, por lo que la gran riqueza que se producía iba a parar a manos de los grandes terratenientes, grandes monopolistas intermediarios o inversores imperialistas, a cuyo través emigraba hacia las distintas potencias imperialistas bajo la forma principalmente de cereales, lanas, cueros y carnes a bajo precio para pagar intereses usurarios, beneficios monopolistas y gastos y compras suntuarias en el exterior (principalmente en esas mismas metrópolis imperialistas) de nuestra oligarquía, convertida en verdadero apéndice de esos imperialismos.
De ahí que, como hemos venido observando a lo largo de este capítulo, la mayoría de los movimientos de sus distintos sectores y personajes, hasta sus toses y estornudos, se vinculen tan estrechamente a los movimientos, pugnas y achicadas, de uno u otro imperialismo, en particular de las grandes potencias que disputaban entonces la hegemonía en Europa y en el mundo. Es decir, en primer lugar Inglaterra y Alemania, pero también Francia, Bélgica e Italia, a los que se agregará después sobre todo Estados Unidos, en relación a nosotros se entiende, porque los ecos de otras potencias como Rusia y Japón todavía parecían demasiado lejanos.
Contra la expresión política de ese régimen se alzó la Unión Cívica Radical, pero sin cuestionar la base económica que lo sustentaba, ni la propiedad terrateniente ni la imperialista. Por lo que podemos decir que si bien en abstracto expresaba la necesidad de un régimen burgués, democrático, en concreto careció de un programa específico al respecto, lo que permitía que convivieran ideas burguesas tan dispares como las librecambistas y las proteccionistas, terratenientes liberales y demócratas burgueses, y hasta nacionalistas burgueses en algunos casos. La conciliación con las ideas terratenientes, aparte de que pertenecieran a esa clase la mayoría de sus principales dirigentes, iba a transformar en mera fraseología a las ideas democráticas y antiimperialistas que pudiera formular, porque, ¿de qué democracia se puede hablar, en definitiva, sin reparto democrático de la tierra?, y ¿de qué antiimperialismo se puede hablar si se concilia con quienes son la principal base de apoyo, verdaderos apéndices como decimos, del imperialismo? En cuanto al movimiento obrero y las rebeliones campesinas, como se puede ver por sus reivindicaciones, cuestionaban en concreto la base económica del régimen, sus relaciones específicas de producción, pero carecieron de una expresión política que pudiera elevarlas a la lucha por el poder político, que es desde donde, en definitiva, que se pueden cambiar. Si no sólo se pueden obtener reformas parciales, mejoras, que no son deleznables, por el contrario, pero que de por sí no bastan para cambiar el sistema. Sólo un partido marxista de la clase obrera, con una línea de hegemonía proletaria para la revolución democrática como lo planteaba Lenin en esa época, puede resolver ese problema. Pero la dirección del Partido Socialista, como vimos, ya estaba en otra cosa, aunque tomara las reivindicaciones inmediatas de los obreros y chacareros, como efectivamente ocurrió, ya que no sólo en el movimiento sindical sino también en el “Grito de Alcorta” tuvieron los socialistas una importante participación.
Tras la inmediata súperexplotación obrera y las miserables condiciones de vida, en las ciudades donde ya predominaban las relaciones capitalistas de compra y venta de la fuerza de trabajo, había todo un sistema de relaciones semifeudales en el interior del país, sobre todo en el campo, que impedían que los obreros tuvieran alternativas mejores, incluso en la venta de su fuerza de trabajo, y que los obligaban a tener que aceptar también condiciones semifeudales, no sólo en los talleres artesanales, sino incluso en las “grandes industrias”, desde los frigoríficos a los ingenios azucareros, pasando por los puertos y los ferrocarriles, a los que tantas loas cantan ahora algunos privatistas a la moda (a los que invitamos a leer los bien fundados, y justamente apasionados, trabajos de Raúl Scalabrini Ortiz).
Si vamos hacia los extremos del país, desde el sur de los Menéndez, Braun y compañía hasta el norte de los Arrieta y Patrón Costa, o el norte de los obrajes y yerbatales, vamos a encontrarnos con los sistemas de vales y proveedurías y las policías de los propios latifundistas que, a más del hambre sancionada por esa clase de “salarios”, van a permitir la existencia de un verdadero peonazgo de deuda, como relación de producción. …
Este era el sistema generalizado hacia los bordes del país, y más firme y más brutal era cuanto uno se acercaba más al borde porque se establecía sobre los indígenas o trabajadores inmigrantes de los países hermanos, donde las posibilidades de un contrato más libre aún eran menores, ya sea en Chile, Bolivia o Paraguay. Pero no se crea que la situación era mucho mejor hacia el centro, hacia lo que constituía “el granero del mundo”. Si bien había más libertad… para irse, ni en el trato como persona ni en la posibilidad de discutir salario o límite a la jornada, o alojamiento y hasta precio del almacén, había mucha más libertad. Y ni qué hablar de un pedazo de tierra: cuando se conseguía era para atarse de por vida como puestero o aparcero (de todo lo que produzca y hasta de la mujer, de uno se entiende, porque lo que es del capataz o del patrón, ellos no lo comparten; ahí rige la sacrosanta propiedad privada).
Pero, ni siquiera los gringos y sus hijos, la pasaban mucho mejor. A la mayoría también le estuvo vedado el acceso a la propie- dad de la tierra, y si querían trabajarla tenían que someterse a contratos, cuyos precios y cláusulas leoninas iban en aumento, a medida que aumentaba el “valor” de la tierra gracias a la incorporación de brazos trabajadores…
Con el “Grito de Alcorta” los “colonos” se levantaban contra una realidad que no se pudo modificar entonces, como surge de las cifras del censo de 1914: que el 69,5% en la provincia de Buenos Aires, el 74,4% en Santa Fe y el 60,5% en Córdoba, del total de las explotaciones agropecuarias, eran trabajadas por arrendatarios o aparceros. Pero esto era además acompañado de una duración de los contratos tan reducida en promedio, que asombra al propio Manuel Bejarano: más de la mitad de los contratos en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, son de una duración menor de tres años, y en Córdoba, el 42,7%. Y de los restantes, el grueso estaba entre tres y cuatro años…
El tipo de contratos que reseñamos en el párrafo anterior, y su generalización como sistema, es lo que explica que la Argentina haya pasado a ser el primer productor de lino de semilla (para aceite industrial) en el mundo; y además, que los terratenientes, sin prácticamente ninguna inversión, hayan visto aumentar año a año sus tierras sembradas de alfalfa, en la que se preparaban los vacunos para la exportación. También eso explica que tanto el lino, como el trigo y el maíz, se hayan desarrollado principalmente no en función de un mercado interno creciente, como en Estados Unidos, por ejemplo, sino en función del mercado externo…
Todo esto ya de por sí está indicando que el balance de los “años de oro” de la oligarquía argentina no puede ser “un interior pobre y un litoral rico”, como dicen algunos. Porque si bien es cierto que el mayor “progreso” se produjo en el litoral pampeano, esto lo fue en el sentido de que aquí se producían la mayor cantidad de los bienes exportables, y eso hizo que aquí se concentrara la mayor parte de la población y de los “adelantos” importados, también es cierto que ello se hizo sobre la base de las mismas, o semejantes, relaciones de producción que en el resto del país, y que la zona pampeana o el litoral, también sufriera los mismos efectos del atraso y de la dependencia…
Otro ejemplo, que pone al desnudo el carácter del “desarrollo” oligárquico, podemos tomarlo en relación al significado de las exportaciones sobre la producción total. Entre 1911 y 1913, la Argentina exportó el 60,6% del trigo cosechado y el 77,1% del maíz. En comparación, Estados Unidos que era el primer exportador de cereales del mundo, apenas exportaban el 17,5% de su trigo y el 1,7% de su maíz…
Y si vamos a la educación, nos vamos a encontrar que, tras 45 años de esfuerzos, en 1914 todavía apenas un 48% de los niños en edad escolar recibía instrucción. En comparación, “Japón, tras aproximadamente 40 años de educación tenía el 95% del total de niños en edad escolar, recibiendo instrucción”. Y encima, prácticamente no había educación técnica y en cuanto a la universidad, dirá Ricardo M. Ortiz: “La universidad no repartía ningún conocimiento referente a las actividades productivas; sólo enseñaba a realizar servicios, a manejar entes fabricados en otros lugares…
¿Para qué seguir? La Argentina que “desarrolló” la oligarquía en sus “años de oro” agrandó las diferencias entre el interior y el litoral, pero no para enriquecer a éste sino para enriquecerse ella y enriquecer a sus amos imperialistas, con la consecuencia de que también el litoral, a pesar de su aparente opulencia, quedaba aherrojado por las cadenas del atraso y la dependencia. Es decir, como el país, imposibilitado de auto sostenerse y no precisamente porque careciera de recursos o porque el trabajo de “negros” y “gringos” haya sido precisamente poco, y aliviado, sino que la mayor parte del esfuerzo productivo, casi todo el “excedente”, se transformaba en renta terrateniente y en beneficio imperialista, por las condiciones concretas en que se realizaba y expandía la producción.
Foto: Trabajadores viñateros de San Juan. La foto pertenece al Informe de Bialet Massé sobre las condiciones de trabajo, en 1904
hoy N° 2044 29/01/2025