Noticias

05 de abril de 2020

El distanciamiento físico no es aislamiento social

Solidaridad es unirnos para resolver un problema común. Reflexiones en tiempos de pandemia de Diana Kordon*

Estamos en el segundo período de la cuarentena obligatoria y preventiva. Esta medida de protección sanitaria resuelta por el gobierno nacional se propone reducir al máximo posible la propagación del virus y generar mejores condiciones para la cobertura que pueda brindar el aparato de salud pública.

La pandemia es un fenómeno social y el modo de abordarla es necesariamente social. Requiere de políticas por parte del Estado y de la acción colectiva solidaria.

Se da una situación paradojal: es recomendable el menor contacto físico posible entre las personas en momentos en que es mayor la necesidad de sentirnos parte de un conjunto que comparte día a día las vicisitudes del problema y el modo de abordarlo. En esta complejidad, sostenemos, una y otra vez, que el distanciamiento físico o corporal, no necesariamente es, y no debería ser, aislamiento social.

En un momento como el actual, en el que enfrentamos un flagelo “desconocido” a escala planetaria, la afectación nos atraviesa al conjunto.  Al virus no lo podemos mirar ni controlar de manera directa. Representa un peligro que nos confronta, como otras condiciones de la vida, con nuestra propia vulnerabilidad. Nos confronta, en última instancia, con los fantasmas de la muerte.

La incertidumbre hacia el futuro, mediato e inmediato, es un factor que tiende a desestructurarnos, estimulando los sentimientos de desamparo, de indefensión, de impotencia. Hoy mismo hay otros problemas de salud pública que son graves, como el dengue o la tuberculosis, pero los conocemos y los localizamos. Esta pandemia se nos presenta como algo ajeno, desconocido, y la vez real, cercano y amenazador, que nos invadió.

La subjetividad reconoce un aspecto privado e íntimo y una dimensión colectiva. También la identidad personal incluye lo grupal y lo social en su constitución y mantenimiento. De ahí surge el sentimiento de pertenencia social que nos apuntala a lo largo de la vida. Por eso plantear la lucha contra la pandemia en términos de conjunto no es mera especulación voluntarista. Implica la construcción de significaciones y sentidos, un marco continente y una práctica común que nos ayudan a afrontar la emergencia, simultáneamente, desde el punto de vista social y personal.

Los efectos del distanciamiento físico, entonces, seguramente serán distintos según el modo en que los abordemos. Ante la angustia de la soledad y las vivencias de aislamiento, nos apuntala la presencia interna del otro y de los otros, así como sostener los vínculos, de acuerdo a las posibilidades que las circunstancias actuales nos plantean. Se trata de no privatizar el cuidado, ya que esta actitud nos deja más solos y más indefensos.

No es lo mismo tener temor o miedo, que estar tomados por el miedo o por el pánico. El temor puede funcionar como una señal de alarma que nos permita implementar defensas adecuadas, cuidarnos. El miedo exagerado y el pánico nos conectan con fantasmas amenazantes y con peligros externos que los imaginamos terribles, nos paraliza y transforma la vulnerabilidad real en indefensión.

En las crisis y las situaciones traumáticas, durante su transcurso, caen los marcos de referencia habituales que organizan nuestra vida. Con el aislamiento físico (no ir al trabajo, no hacer encuentros personales presenciales, etc.), y al mismo tiempo el tener que resolver problemas que previamente no estaban planteados como tales, se alteran nuestros esquemas de funcionamiento de la vida cotidiana. Las variables de tiempo y espacio, básicas, precisas, y casi imperceptibles antes, se tornan difusas y tienden a producir fenómenos de desestructuración psíquica.

La situación de aislamiento también pone en juego el funcionamiento de los vínculos más cercanos, de las parejas, de las familias, que comparten la llamada cuarentena. Pueden y aparecen vivencias de atrapamiento. La angustia del encierro se traduce muchas veces en agresiones al interior de los vínculos. La catarsis de hostilidad, lejos de aliviarnos, incrementa las vivencias angustiosas. Es importante que seamos conscientes que transformar la angustia en enojo, en rabia, y descargarla en los otros, nos deja más solos, más impotentes. Las redes de comunicación con otros son, en este sentido, formas concretas de salir de las encerronas que potencian el círculo vicioso de la agresión.

Por otra parte, las reacciones ante la emergencia son diversas. En algunos casos predomina el individualismo, el tomar al otro como sospechoso o potencial enemigo. Y esto es comprensible, teniendo en cuenta la incidencia psicosocial de las ideas de la posmodernidad, correlato en la cultura del llamado neoliberalismo, que sostenían discursos basados en el reforzamiento del individualismo, que tendía a fracturar el lazo social. Sin embargo, estas actitudes no son las más frecuentes. Y además no son estables.

Lo que predomina es el deseo de colaborar, de participar solidariamente, concibiendo la solidaridad como una acción común para resolver problemas comunes. En estos días hay múltiples prácticas sociales en las que el compromiso solidario da batalla para ganarle al virus.

En esta emergencia es importante también tener en cuenta que la pandemia no es atemporal. El saber que empieza y termina es también un elemento de apoyatura.

Todo el pueblo está afectado por la pandemia. Sin embargo, como resulta inevitable, ésta afecta de diferente manera según las condiciones materiales y sociales de vida. Para los sectores más vulnerables desde ese punto de vista, la situación es extremadamente difícil. Es difícil transitar la cuarentena cuando hay problemas graves de vivienda, o cuando faltan los suministros necesarios en cuanto a alimentación e higiene. Muchos podemos estar en nuestras casas, pero hay que tener en cuenta que, además de la emergencia sanitaria, la Argentina está en emergencia alimentaria y en emergencia de vivienda, por lo que las tareas de aislamiento tienen que contemplar estas situaciones.

Se han puesto en evidencia, al rojo vivo, problemas estructurales de la Argentina. Problemas históricos que siguen sin ser resueltos.

Las políticas de los últimos años llevaron a un nivel de devastación social y económica gravísimo con el avasallamiento de derechos básicos. Se agudizaron en un salto cualitativo la desigualdad y la falta de políticas que garanticen los derechos a la vivienda, al trabajo, a un salario que cubra las necesidades, etc. También están presentes problemas tales como la falta de agua potable y cloacas. Vale la pena recordar que ya la epidemia de fiebre amarilla de 1871 puso en evidencia el problema del agua y las cloacas.

El abandono también tuvo su expresión en términos de políticas sanitarias, llevando a una grave crisis del sistema de salud. Hecho más grave aún si tenemos en cuenta que en otros tiempos la Argentina fue un ejemplo para toda América Latina.

Algunos sectores estimulan hoy políticas represivas, que hasta ahora han tenido sólo expresiones aisladas. Más que vigilar y castigar, es imprescindible que el Estado ponga en juego todos los recursos que se articulen con la solidaridad, el apoyo, la comunicación del conjunto. Es fundamental apoyarnos en el aporte colectivo y no en el miedo generalizado. La situación no se resuelve por vía punitiva. La experiencia demuestra que, en tiempos de emergencia social, las acciones solidarias y organizadas ayudan a reducir las actitudes transgresivas. El gran riesgo de la implementación de la represión es que siempre los más vulnerables son los más perjudicados y el problema que se pretendería resolver sigue abierto.

Las políticas de Estado que está implementando el gobierno nacional son un elemento esencial para enfrentar la epidemia. Es necesario que se amplíen y profundicen, y que se articulen, en colaboración mutua, con las organizaciones sociales, que garantizan la participación colectiva, para resolver los problemas fundamentales que la emergencia plantea, para asegurar que las medidas protectoras lleguen a todxs y para preservar y ampliar los elementos psicosociales de anclaje subjetivo.  Esta experiencia puede tener un carácter fundante.

Es necesario afrontar los problemas coyunturales y los problemas de fondo. Indudablemente habrá, y ya los hay, costos sociales y económicos enormes. Hay un antes y un después de la pandemia. De lo que se trata es de hacer lo posible, y lo imposible, para reducir las pérdidas a su mínima expresión. En estos días hemos vivido prácticas solidarias creativas para sostener las tareas necesarias, en modalidades adecuadas a las circunstancias críticas actuales.

Es conmovedor el trabajo de todos aquellos que hacen posible darle continuidad a nuestra vida cotidiana. El compromiso de los médicos y de todos los trabajadores de la salud y el de los miles de anónimos que se hacen cargo de sostener los  servicios esenciales. El profundo reconocimiento social se expresa en el aplauso cotidiano. Todos somos uno en ese homenaje.

Circunstancias tan difíciles como las que hoy nos atraviesan, que dejarán secuelas de pérdidas inmensas, llevan consigo también la apertura de nuevas posibilidades, nuevos aprendizajes. Del modo en que enfrentemos esta crisis dependerán también sus consecuencias. El ejercicio colectivo de la solidaridad, que ya se está manifestando de múltiples formas, puede ayudarnos a salir de la situación, más fuertes, más comprometidos en la construcción de caminos comunes.

 

* Coordinadora del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (EATIP). Integrante de LIBERPUEBLO

Fuente: liberpueblo.net