Normita, como la llamábamos todos por su calidez, que no empañaba su firmeza revolucionaria, falleció en el 2004 tras una larga enfermedad contra la que batalló con la misma entereza con que lo hizo toda su vida contra los enemigos de clase.
Normita, como la llamábamos todos por su calidez, que no empañaba su firmeza revolucionaria, falleció en el 2004 tras una larga enfermedad contra la que batalló con la misma entereza con que lo hizo toda su vida contra los enemigos de clase.
Norma era tucumana y se destacó como dirigente estudiantil de muy joven. Era secretaria del Centro de Estudiantes de Medicina de la Federación Universitaria del Norte cuando fue detenida en marzo de 1975, en momentos que el PCR desplegaba la lucha contra el golpe de Estado que se avecinaba.
Estuvo siete años presa en las cárceles de la dictadura y, allí, su firmeza y convicciones se transformaron en ejemplo de los miles que peleaban contra el terror fascista. Por esos años, desechó la “opción” con que la dictadura quiso empujarla al exilio, pues consideraba la cárcel “una trinchera de lucha”. Esa actitud le valió la amistad y el reconocimiento de compañeras de cárcel de distintas corrientes políticas, entablando lazos que perduraron con los años.
Al salir de prisión, si bien se libró una lucha por su reincorporación a la carrera de Medicina (cursaba el cuarto año cuando cayó presa), las tareas políticas la llevaron a dejarla. Inmediatamente salida de prisión retomó tareas militantes en Buenos Aires, donde ayudó al desarrollo de la JCR, en particular del sector universitario. Para muchos de los que la conocimos allí, Norma fue mucho más que una compañera de militancia. Estudiantes de varias generaciones nos educamos políticamente con su ejemplo.
Norma era alguien con quien se podía conversar de los problemas personales, discutir la situación política, disentir, pero siempre manteniendo en primer lugar el afecto y la camaradería que demostraba a cada paso. En esto, como en otros aspectos, Norma demostró su desarrollo como dirigente maoísta.
Ya como miembro del Comité Central de nuestro Partido, desarrolló distintas tareas militantes como colaboradora de la Secretaría Política, ayudando en la organización y los debates de los Encuentros Nacionales de Mujeres, en la Corriente Clasista y Combativa y en el trabajo con los hermanos originarios. El corte de 18 días de La Matanza en el 2001, las Asambleas Nacionales Piqueteras (fue oradora en la segunda), los cortes de ruta y los fuegos que calentaron el Argentinazo contaron con Norma en la primera fila.
En esas tareas militantes se ganó el cariño de muchos compañeros y compañeras sencillos que ingresaron a las filas del Partido y la Corriente en esos años, así como de dirigentes de otras fuerzas políticas.
“La mejor de su generación”, dijo al despedirla el secretario general del PCR, camarada Otto Vargas. Su muerte fue y es una inmensa pérdida no sólo para su familia, sus amigos y camaradas, sino para el conjunto del pueblo, que perdió con ella una revolucionaria cabal.
Como dijo la compañera Mónica Bustos en el homenaje realizado en el 2014: “nuestra obligación no es sólo rendirle homenaje sino llevar adelante sus banderas. Para que sus banderas se hagan realidad, necesitamos miles de Normitas nuevas”.