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24 de octubre de 2018

Hablando de desarrollo científico-técnico ocultan la explotación del sistema

¿El fin del trabajo?

La mayoría de los economistas burgueses hablan de “desocupación tecnológica”, como si ésta fuese una resultante obligada del desarrollo científico-técnico. Y hasta hay algunos que profetizan sobre “el fin del trabajo”, como si el sistema capitalista no se basara más en su explotación.

El contrabando de estos economistas empieza cuando en lugar de hablar de trabajadores asalariados se refieren solo a obreros manuales. De ahí que hablan de mano de obra en lugar de hablar de fuerza de trabajo, en cuya compraventa se basa el sistema capitalista en que vivimos y que se pretende pasar por alto o ignorar. De esa manera pretenden decir que disminuye en número la clase obrera y, lo que es más de fondo, su importancia como fuerza en la que se basa todo el sistema.

La principal identificación de clase no es por el tipo de trabajo (manual o intelectual, liviano o pesado) sino por la relación social en que se desenvuelve. Sin trabajo asalariado no hay capital; la importancia de la clase obrera no la determina el número sino su función dentro del sistema. Y mientras dominen las relaciones capitalistas de producción se mantiene la clase obrera como soporte principal del sistema de producción y valorización del capital, aumente o disminuya su número.

La contradicción está en que el capital, para valorizarse, necesita del trabajo vivo y apropiarse del trabajo excedente. Por tanto, necesita prolongar la jornada y por eso su opción es hacer trabajar menos gente durante más tiempo, en lugar de repartir el tiempo de trabajo entre más gente, pues esto le achicará el trabajo excedente del que se apropia.

Esta es la discusión en concreto de la jornada laboral. En definitiva lleva a la contradicción fundamental del capitalismo. La tecnología permite mover mucho más trabajo muerto (maquinarias, incluidos los robots, que son producto de un trabajo anterior) con mucho menos trabajo vivo y, por ende, podría reducirse la jornada. Pero, a la vez, el capital necesita apropiarse del excedente que surge del uso del trabajo vivo. Por eso trata de extender la jornada, haciendo trabajar más tiempo a los menos trabajadores que emplea. Esta contradicción del capitalismo es la que genera la llamada “desocupación tecnológica”.

Sin cuestionar la relación básica del capitalismo, el trabajo asalariado, la “desocupación tecnológica” aparece como una fatalidad natural que solo se puede paliar con un supuesto Estado del Bienestar, reforzando por tanto la apariencia de árbitro del mismo Estado de las clases dominantes. Es una falsa solución, porque se pretende resolver el problema dentro del propio sistema que lo origina.

Lo que no se quiere ver
Asistimos a un período de extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas sociales, que chocan con las relaciones capitalistas de producción. Se profundizan todos los males cíclicos del capitalismo, convirtiéndose en cada vez más lacerantes, como es el caso de la llamada desocupación estructural.

Nuevamente los ideólogos de la burguesía se quedan en las apariencias. Dicen que la desocupación se produce porque se requiere una inversión gigantesca por cada trabajador, para que haya un puesto de trabajo nuevo. Lo cierto es que con una mínima cantidad de trabajo vivo se puede poner en movimiento una gigantesca cantidad de trabajo muerto, que es lo que en realidad mide la expropiación del obrero en su relación con el producto de su trabajo como clase. Porque ese trabajo muerto lo crearon sus propios hermanos de clase, las maquinarias avanzadas las crearon otros obreros.

En definitiva, la desocupación no es una fatalidad natural o el producto obligado del desarrollo científico-técnico, sino el resultado del funcionamiento de las leyes del sistema capitalista imperante. Sistema que rige el desarrollo científico-técnico haciendo que el mismo no sea en beneficio de los trabajadores sino de la mayor acumulación del capital y, en consecuencia, produciendo una mayor explotación del trabajo asalariado.

“Toda la llamada historia universal no es otra cosa que la producción del hombre por el trabajo humano”, escribió Carlos Marx en 1844. Por eso al precarizarse el trabajo y millones de personas pasar a la condición de desocupados, se deteriora la persona en su condición esencial de productor y se deteriora toda la vida social. Al mismo tiempo, bajo el capitalismo, la decadencia y el empobrecimiento de los trabajadores, como también escribió Marx, “son el producto del trabajo y la riqueza que él produce”. El trabajador en el capitalismo es más pobre cuanto mayor riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y volumen. Terminar con la desocupación y recobrar la dignidad del trabajo para que éste enriquezca a los productores y no a los explotadores exige terminar con el capitalismo.


La flexibilización laboral
La realidad actual del capitalismo no es la misma de hace dos siglos, sin embargo su esencia sigue siendo la explotación del trabajo asalariado. El avance científico-técnico haría posible aumentar el salario, mejorar las condiciones de trabajo y reducir la jornada de trabajo. Pero, mientras rijan las leyes económicas del capitalismo, y ese desarrollo científico-técnico esté en función del mismo, por más que se diga lo contrario, el resultado es que al aumento del proletariado acompaña un aumento más que proporcional del ejército de desocupados, de la fuerza de trabajo disponible, paralelo a un aumento de la explotación de la fuerza de trabajo en actividad. Es decir que aumenta en términos absolutos el número de personas que no tiene otra cosa que vender que su fuerza de trabajo al tiempo que, limitado por su afán de aumentar o preservar sus ganancias, el capital ocupa relativamente menos trabajadores nuevos e incluso despide viejos. Acrecienta así en número e incluso en porcentaje el ejército de proletarios desocupados, no como un fenómeno esporádico sino permanente, bajo las formas constantes que ya analizó Carlos Marx en el capítulo 23 del volumen primero de su obra El Capital.
Pese a todos los avances científico-técnicos, la lucha económica entre el capital y el trabajo sigue siendo esencialmente la misma: la lucha por el precio de la fuerza de trabajo (el salario) en un tiempo limitado (la jornada de trabajo).
Actualmente, en una nueva espiral del desarrollo científico-técnico y ante las crisis que ellas provocan en el sistema capitalista, muchos capitalistas aceptan la reducción del tiempo de trabajo, pero no en términos diarios (de jornada), sino anualizados. Plantean adaptar la jornada de trabajo a sus necesidades, sobre la base del nuevamente acrecentado ejército de reserva de desocupados. Flexibilizar es la palabra de moda: flexibilizar la jornada, flexibilizar los salarios, flexibilizar las condiciones de trabajo, etc.; es decir, aumentar la explotación ocupando el mismo número de trabajadores asalariados, y si es posible menos.
En las actuales condiciones del desarrollo científico-técnico todas las flexibilizaciones, aunque útiles para los capitalistas al permitirles aumentar la explotación de los trabajadores en actividad, no hacen sino acrecentar el problema de la desocupación y de la precarización de las condiciones de trabajo. La única manera que se podría atemperar esto sería generalizando la jornada de 6 horas sin reducción salarial. Impuesta como una norma legal al conjunto de los capitalistas, como fue hace cien años con la jornada de 8 horas, se verían limitados en su recurso a “soluciones” que implican el alargamiento de la jornada de trabajo, disminución de los salarios y aumento de la desocupación, como ocurre con la mentada flexibilización laboral.

 

Escribe Eugenio Gastiazoro

Hoy N° 1740 24/10/2018