Cuestión fundamental a desenmarañar. Su incuestionable papel en la revolución democrática era ya un debate saldado entre los marxistas. Tras Febrero, y en tránsito de la etapa democrático-burguesa a la socialista, nuestros bolcheviques debían determinar cómo se expresaría tal alianza en esas nuevas condiciones. La respuesta a este dilema constituyó uno de los principales aportes de Lenin.
Cuestión fundamental a desenmarañar. Su incuestionable papel en la revolución democrática era ya un debate saldado entre los marxistas. Tras Febrero, y en tránsito de la etapa democrático-burguesa a la socialista, nuestros bolcheviques debían determinar cómo se expresaría tal alianza en esas nuevas condiciones. La respuesta a este dilema constituyó uno de los principales aportes de Lenin.
Unos pocos enclaves industriales en un océano rural… La condición de posibilidad para cualquier transformación profunda pasaba, ineludiblemente, por incorporar a la acción a todos los sectores “necesitados”. Una significativa mayoría de éstos, de extracción pequeñoburguesa, conservaba expectativas en el Gobierno Provisional, y/o en los eseristas y mencheviques que dirigían los principales soviets. La gran tarea a la que convocaba Lenin pasaba por explicar “de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas” el carácter de clase del Gobierno y su cómplices. Que transformaba en mentira cada una de sus promesas.
Febrero reavivó el hambre de tierra del campesinado ruso. Los social revolucionarios, su Partido por antonomasia, sofrenan toda medida efectiva hasta la celebración de una Asamblea Constituyente que nadie convoca. Y cuando los “impacientes” pasan a la acción y ocupan los campos de los terratenientes los reprimen en salvaguarda de la sagrada propiedad privada. Rusia poseía una importante tradición de luchas agraristas. Hacia 1770 un ignoto campesino, Pugachov, se proclamó Zar y al frente de 30.000 alzados atacó la propiedad feudal. A Catalina la Grande le llevó dos años derrotarlos.
Lenin impulsa la alianza obrero campesina apoyado en un riguroso manejo de las contradicciones. Por un lado, deja más allá de toda duda la legitimidad de la tal alianza. Es justa aún antes de que es necesaria. Lo cual es mucho decir dado el inmenso valor de dicha alianza como instrumento para evitar el aislamiento del proletariado. No idealiza al aliado ni disimula la debilidad de la fuerza propia. Como en cualquier otra contradicción (también en las no antagónicas) rigen las leyes de unidad y lucha.
Tema a determinar, el rango de las concesiones y las fronteras que no se deben traspasar. El debate se concentra alrededor del Programa agrario. Y ese será el límite. Porque, la lucha por la hegemonía es innegociable. Lenin nos dice: “Mientras la burguesía desune y dispersa a los campesinos y a todas las capas pequeño burguesas, cohesiona, une y organiza al proletariado. Sólo el proletariado –en virtud de su papel económico en la gran producción– es capaz de ser el jefe de todas las masas trabajadoras y explotadas, a quienes con frecuencia la burguesía explota, esclaviza y oprime no menos, sino más que a los proletarios, pero que no son capaces de luchar por su cuenta para alcanzar su propia liberación”.
Lenin sabe de la composición de clase en el campo ruso. Saluda la integración en los soviets de obreros, braceros y campesinos. Pero se cura en salud al reclamar que los campesinos pobres organicen sus propios soviets. Con relación a los “braceros”, durante la VII Conferencia del Partido bolchevique (Petrogrado, mayo del 17) un delegado impugna ese término por despectivo y por desdibujar su naturaleza de clase. Lenin acepta la crítica y se conviene en denominarlos de ahí en más como lo que son, obreros agrícolas.
No sin resistencia, la que se mantuvo a lo largo del período Febrero-Octubre, Lenin impulsó un programa agrario avanzado, pero no socialista. La culminación de esta línea se plasma en el Decreto de la Tierra. (8 noviembre). Los bolcheviques no se andan con vueltas. Adoptan los “242 Mandatos campesinos locales”. Lenin comenta: “Se oyen voces aquí, en la sala, que dicen: el decreto y el mandato han sido redactados por los socialistas-revolucionarios. Bien. No importa quién los haya redactado; más como gobierno democrático, no podemos dar de lado la decisión de las masas populares, incluso aunque no estemos de acuerdo con ella”. El concepto de tierra como bien común antecede al marxismo. La izquierda de la Revolución Francesa popularizó la consigna “la tierra no es de nadie… sus frutos son de todos” (del Manifiesto de los Iguales). Algo de esto campea en lo que se está aprobando.
A no menospreciar los peligros en ciernes. A no desguarnecerse. Ni ingenuidad, ni embellecimiento de los aliados. El Programa significará la cristalización de infinidad de pequeñas unidades productivas. ¿Qué más da que formalmente se haya nacionalizado la tierra si millones de campesinos las pasan a considerar como propias? Lenin llama a correr el riesgo. Y a luchar por ganar a estos sectores para la construcción del socialismo. Porque en realidad, la condición de avance de la alianza obrera campesina residirá en la hegemonía del proletariado. Una vez más todas las coordenadas convergen hacia el fortalecimiento político-ideológico y por supuesto numérico del Partido bolchevique.