Antes que nada, aviso que tendría que haber escrito esto hace algunos años después de esa final. Aquella vez no me pareció tan importante, y hoy, por esas responsabilidades que los que gobiernan eluden, se me hace necesario.
Miren, soy un cabeza de fulbo que puede estar horas hablando de táctica y esas cosas. Espero que se entienda y me disculpen si no.
Antes que nada, aviso que tendría que haber escrito esto hace algunos años después de esa final. Aquella vez no me pareció tan importante, y hoy, por esas responsabilidades que los que gobiernan eluden, se me hace necesario.
Miren, soy un cabeza de fulbo que puede estar horas hablando de táctica y esas cosas. Espero que se entienda y me disculpen si no.
En la final de Infantiles del Torneo del hoy y la Chispa en el Parque Pereyra vi jugar a un Passarellita de 1,10 metros y alrededor de 9 años. Pecho de paloma para salir jugando, un resorte para volver después del córner, jugaba con el rebote de la pelota (enorme para su pie), vivo para cuerpear a nenes más corpulentos. Ni una de más, jugaba callado y la mirada de “a mí no me pasás”.
Final de hacha y tiza, cero a cero. Fueron a penales y los que estábamos alrededor nos acercamos para “cuidar” la distancia. O eso teníamos que hacer. Yo por mi parte estaba viendo un partidazo y tenía mi favorito.
El futuro 2 de la Selección Nacional (para mi ése es su verdadero nombre) erró el penal definitivo. Ni bien el arquero sacó esa maldita pelota, se largó a llorar como el Diego en Italia ‘90. Se los juro por la liberación del pueblo.
Enseguida vino el DT, lo abrazó un rato y después mandó al equipo a darle la mano a los campeones.
Recuerdo haberle dicho a un amigo en joda “hay que poner plata en el pase de este pibe”.
Lo vi al final del picnic, ya sin lágrimas. Subía contento al micro para volver a su barrio en La Plata. Acá terminaba la historia que no escribí aquella vez.
Y lo volví a ver esta semana, en la otra punta de la ciudad. Yo iba para un Comedor de la CCC y me bajé unas cuadras antes, de casualidad. Lo reconocí por la camiseta. Sentado en la esquina de un asentamiento nuevo en la otra punta de la ciudad. Con otros pibes un poco más grandes (ninguno más de 15 años), estaban tomando un Frizze de durazno o ananá (el azul) un martes de vacaciones de invierno a las 5 menos cuarto de la tarde. Ya no tenía la mirada de Ruggeri marcando zona, tenía la vista vidriosa y algo perdida. Cuando me saqué la duda de si era él, fui a saludarlo.
—Hola, soy el de las planillas del Torneo del Parque, ¿Te acordás? ¿Seguís jugando al fútbol?
—Ah… si… ya sé. Ya no, no tira nada jugar al fulbo.
Le dije que iba a volver con las planillas, o que podía ir a buscarlas a lo de Dany. Me manguearon, les dije que a mal puerto iban por leña y me fui.
Vale decir, para poner en contexto, que el Comedor de la CCC al que iba, arrancó hace unos años con el esfuerzo de una compañera que llevaba un chinchorro por las quintas cercanas para pedir leña y hacer la leche. Quizás el Futuro 2 de la Selección va a tomar la leche o a buscar la comida allí.
Al otro día fuimos miles marchando en La Plata, a la Gobernación y a la Municipalidad. A exigir que no le corran el cuero al lonjazo de miseria con que castigan al pueblo trabajador desocupado y campesino pobre. Con la dignidad multiplicada, con bronca contra ellos, y un poco contra uno mismo, hay que decirlo.
Es inevitable la referencia a la montaña de mierda que unos cobardes y miserables tiraron sobre otro chico (¿Habrá jugado al fútbol El Polaquito? ¿Sería bueno?). Por suerte Juan Grabois les respondió como para que guarden y tengan.
Si llegaron hasta acá, gracias por la paciencia. Espero que saquen sus propias conclusiones. La mía es totalmente sesgada: ningún chico es responsable ni merecedor de una vida de miseria, hacía allí lo arroja un Estado totalmente presente en la repartija del revoleo de la corrupción.