¿A qué vino el golpe de Estado? Vino, en primer lugar, a aplastar el gran auge de masas que estalló en la Argentina en la década del ’60. En realidad, la década del ’60 en América Latina empezó el 1° de enero de 1959, cuando triunfó la Revolución Cubana, y una gigantesca oleada de rebeldía conmovió a América Latina. Entonces vimos que era posible, en el “patio trasero” del imperialismo yanqui, que triunfara una segunda revolución de liberación nacional. Y ese 1° de enero del ’59 cuando Fidel, el Che, Raúl, Camilo, bajaron de la Sierra, comenzó un nuevo momento en América Latina.
Allí se abrieron dos grandes corrientes: igual que está sucediendo ahora en América Latina. Una corriente que se montó en ese auge de masas: se había llevado a cabo el XX° Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética -este año se cumplen 50 años de su realización-, que planteó la posibilidad de destruir el poder del imperialismo, la burguesía intermediaria y los terratenientes por la vía pacífica, tomando el gobierno por elecciones y por el camino parlamentario. Este camino se intentó en Brasil con Joao Goulart, y fue interrumpido por el golpe de Estado de 1964; y en Uruguay con el Frente Amplio, interrumpido con la “bordaberrización”, como se llamó cuando rodearon al presidente Bordaberry con un gobierno de militares; y también fue interrumpido en Chile con el golpe de Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, en septiembre de 1973.
Pero ya también habían cambiado las cosas en la Unión Soviética: ellos trabajaban “con dos fierros en el fuego”: no sólo el camino pacífico, sino también el de los golpes militares, que avanzaron en resolver el problema de la reforma agraria y de la liberación del imperialismo: con Torrijos en Panamá, con Velazco Alvarado en Perú, y con Torres en Bolivia. Ese camino también fracasó.
Pero esa fue una gran oleada, así como hoy hay una gran oleada de luchas en América Latina, y tenemos una poderosa corriente reformista que se ha montado en eso: el llamado “neodesarrollismo”, con Lula, Kirchner, Tabaré, y ahora también Michelle Bachelet.
Y también surgió entonces una poderosa corriente revolucionaria, que tuvo dos vertientes principales. Una, la de los que siguieron el camino de la lucha llamada guerrillera, del terrorismo urbano, o agrario, que hicieron una lectura apresurada y simplista de la Revolución Cubana y transformaron el “foco agrario” –que en realidad fue una base agraria en la Sierra Maestra- en lo que se podría llamar el “foco agreste”, es decir un foco de un grupo de revolucionarios que se instala en un lugar, para enfrentar a un ejército muchas veces superior sin apoyarse en las masas. O posteriormente el camino del terrorismo urbano.
Esta vertiente, por caminos muy complicados –como se vio en la Argentina con el caso de Montoneros y otros- fue “ensillada” por el socialimperialismo soviético. Porque sus dirigentes consideraban que la Unión Soviética era amiga de los pueblos. Los trotskistas hasta hace poco hablaban de “estado obrero con deformaciones burocráticas”, después de 20 o 30 años que la URSS era un país imperialista, no sólo por sus inversiones de capital y su penetración sino por haber invadido países como Checoslovaquia y Afganistán. “Ensillaron” a esa corriente: esto es muy importante para entender lo que pasó.
Y la otra fue la corriente revolucionaria de masas. Una gigantesca explosión, donde apareció lo que siempre aparece cuando la clase obrera sale al combate: los cuerpos de delegados –o consejos obreros, o soviets-, que cuando son dirigidos por el clasismo y por una fuerza revolucionaria se transforman en un instrumento impresionante para que la clase obrera pueda jugar un rol de dirección en un proceso. Nosotros tuvimos aquí el proceso más avanzado en Córdoba, donde se recuperó el Sindicato de Mecánicos (Smata) con la dirección del camarada René Salamanca, y los cuerpos de delegados de todas esas fábricas –que no eran fábricas esqueléticas como ahora sino que trabajaban 8 o 9 mil obreros, como en Renault-; cuerpos de delegados como el de Sitrac-Sitram en Fiat; y estaba el cuerpo de delegados de Luz y Fuerza, y el que surgió en el Área Material Córdoba, y el de ferroviarios. Y Córdoba se transformó en una ciudad proletaria donde esos cuerpos de delegados jugaban un papel importantísimo.
Y hubo un movimiento estudiantil, que fue un elemento fundamental para que esto sucediera. Había asambleas multitudinarias, como una de Ingeniería de Córdoba con 8 o 10 mil estudiantes, con un Centro de Estudiantes que entonces dirigía el Faudi.
Se generalizaron los cuerpos de delegados. Hay que recordar que la Fotia fue dirigida por la izquierda revolucionaria; que ingenios importantes fueron dirigidos por esos cuerpos de delegados: el Fronterita, entre otros. Había fábricas como Grafanor en Tucumán, que las dirigía el clasismo orientado por la “1° de Mayo”. O el cuerpo de delegados y la dirección clasista del sindicato del Ledesma, en Jujuy.
Esto estuvo en el trasfondo de esas puebladas que conmovieron a la Argentina. Primero arrancaron con el Correntinazo. En el momento en que Perón había dicho que había que “desensillar hasta que aclare”, y el peronismo decía que no había otro camino que la resistencia, porque Vandor y compañía estaban enlazados con la dictadura militar de entonces, nosotros dijimos que había un polvorín bajo los pies de la dictadura, que parecía que nadie la podía parar (habían arrasado el conflicto portuario, el ferroviario, habían intervenido la Universidad). Dijimos que bajo los pies de la dictadura había un polvorín, y trabajamos para que estallara.
En ese entonces nosotros dirigíamos la Federación Universitaria Argentina, que presidía el compañero Rocha, y la de Corrientes, donde nuestros compañeros –Paillole, Gigli y otros que hoy son dirigentes de nuestro Partido- produjeron la gran lucha que terminó en el Correntinazo, donde cayó Juan José Cabral. Y eso se generalizó con el Rosariazo, que fue obrero y estudiantil, y luego el Cordobazo. Y de allí no se pudo parar más: hubo Rocazo, Mendozazo, Salteñazo, Catamarcazo, se instaló un gobierno popular en Gral. Roca (Río Negro) tras la pueblada de Roca, y otro con asamblea popular en Chubut después del Chubutazo.
Eso tenía el trasfondo de los cuerpos de delegados. No sólo obreros. Porque aquí en Buenos Aires se creó la Federación de Villas y Ocupaciones: nosotros dirigíamos la ocupación del Complejo 17 en La Matanza, con el compañero Aureliano Araujo, que aquí se mencionó entre los compañeros que estuvieron detenidos, y fue brutalmente torturado. Fue el presidente de la Federación de Villas y Ocupaciones del Gran Buenos Aires, que dirigía las principales villas y ocupaciones de la Ciudad. Y hubo cuerpos de delegados en la Universidad, como el de Filosofía de Buenos Aires, que fueron históricos por el papel que jugaron, y movilizaron a centenares de estudiantes.
Fue un proceso generalizado, y que creaba condiciones sumamente favorables para el camino que propugnábamos –y propugnamos hoy-, el de la insurrección armada como camino para la liberación del pueblo argentino.
Hoy N° 2002 13/03/2024