Vimos en la nota anterior cómo, a partir de la derrota del sector maoísta en la conducción del Partido Comunista de China en 1978 –dos años después de la muerte de Mao Tsetung— comenzó la restauración del capitalismo que, en un proceso de varios años, transformó a China en un país imperialista.
Vimos en la nota anterior cómo, a partir de la derrota del sector maoísta en la conducción del Partido Comunista de China en 1978 –dos años después de la muerte de Mao Tsetung— comenzó la restauración del capitalismo que, en un proceso de varios años, transformó a China en un país imperialista.
La derrota del socialismo abrió un proceso de “acumulación primitiva” del capitalismo, basado en los métodos más coercitivos sobre el pueblo chino. Bajo el yugo de un régimen dictatorial particularmente represivo, una nueva burguesía monopolista de Estado, con la línea de Deng Xiaoping, desarrolló grandes corporaciones estatales en áreas estratégicas (bancos, petróleo, minería, entre otros) y una apertura al capital monopolista imperialista de Occidente y de Japón en una magnitud nunca vista, incorporando a la explotación capitalista a centenares de millones de personas desplazadas por una contrarreforma agraria radical.
¿Imperialismo o “país emergente”?
El kirchnerismo es la principal corriente política de nuestro país que, en defensa de los acuerdos económicos realizados por el gobierno de Cristina Fernández con el gobierno chino, niega el carácter imperialista de China. Lo presenta como una “potencia emergente” avalando al gobierno chino, incluso queriéndolo presentar como “continuador” de Mao, y calla convenientemente acerca de los crímenes del régimen tanto sobre la población, como de sus tropelías en distintos países, en la disputa con otras potencias imperialistas por el reparto del mundo.
En China se verifican los rasgos principales del imperialismo que definiera Lenin hace ya casi un siglo: hay monopolios (tanto en el área estatal como privados), hay una oligarquía financiera que está al frente de gigantescas corporaciones; la exportación de capitales chinos está a ojos vista, no sólo en nuestro país, sino en el resto del mundo; y tanto el Estado chino como las corporaciones chinas se han asociado internacionalmente y participan activamente en la disputa económica, política y crecientemente militar por el reparto del mundo.
En los últimos años, China ha tenido un papel cada vez más activo. Ya a principios del nuevo milenio se incorporó a la Organización Mundial de Comercio y ha desarrollado acuerdos comerciales, de cooperación económica-financiera y militares con varios países del mundo.
En lo estrictamente militar, resalta la alianza concretada con Rusia, por el cual el segundo y el tercer ejército del mundo acuerdan “crear un sistema colectivo de seguridad regional”, como expresaron los ministros de defensa de ambas potencias en noviembre pasado.
Entre los acuerdos multilaterales más importantes se encuentran la Organización de Cooperación de Shangai (con Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, a la que India ha pedido incorporarse, y en la que están como observadores Afganistán, Irán, Mongolia y Pakistán), el Acuerdo Comercial Asia-Pacífico (que incluye a la India), el Acuerdo de libre comercio China-Asean (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), el Foro de cooperación China-África (Focac), así como acuerdos con la Unión Europea, Australia, Nueva Zelandia, y con el propio Estados Unidos, con el que mantiene múltiples negocios y lazos.
China mantiene actualmente 16 convenios bilaterales en Asia, en donde los gobiernos aceptan el ingreso de trabajadores chinos en “condiciones especiales”. En África, esos convenios abarcan a 31 naciones.
China en África
Dejamos de lado expresamente la creciente injerencia de los chinos en nuestro país y en América Latina, ampliamente desarrollada en nuestras páginas, para dar algunos ejemplos de cómo el imperialismo chino ha penetrado profundamente en otros continentes, como África.
Hace por lo menos cinco años China es el principal socio comercial de África, con la clásica política de una potencia imperialista, saqueando las materias primas y vendiendo productos manufacturados.
Según la agencia estatal Xinhua, las compañías chinas habían firmado –a finales de 2013– contratos por valor de 400.000 millones de dólares, construido más de 2.200 kilómetros de ferrocarriles y 3.500 de autopistas. Ese mismo año, el intercambio alcanzó los 210.000 millones de dólares, mientras que la inversión directa china se multiplicó por treinta en una década y llegó a los 25.000 millones de dólares. Si esto no es un rasgo de expansión imperialista ¿qué es?
Se calculan en 2.500 las empresas chinas presentes en los distintos países de África, especialmente en sectores como las finanzas, las telecomunicaciones, petróleo, gas natural, minerales y madera. Para el 2014, el Parlamento Europeo advirtió que el 50% de las obras de infraestructura en el continente estaba siendo realizado por empresas chinas, en su mayoría con trabajadores chinos, y que “el 86% de las exportaciones de África a China son recursos naturales, a la vez que China inunda África con sus productos baratos, destruyendo la industria africana”, dijo la euro-diputada Astrid Lulling. Más de un millón de chinos, en su mayoría trabajadores y comerciantes, se han mudado a este continente, según el periódico inglés “The Economist”. Esta cifra se eleva a 4,5 millones según estimaciones de la Confederación Sindical Internacional, para el 2014.
La intervención en Sudán del Sur
En toda África, China ha desplegado 18.000 cascos azules en 16 operaciones, bajo el “paraguas” de las Naciones Unidas. Un ejemplo de adónde apunta la intervención militar china es lo que está ocurriendo en Sudán del Sur, donde el gobierno chino ha desplegado tropas para “proteger” a los ciudadanos chinos en este país, que atraviesa por una cruenta guerra civil.
Para los chinos Sudán del Sur es de gran importancia en su calidad de país petrolero. Compran el 60% del petróleo sudanés y poseen el 40% de las dos mayores empresas petroleras del país (Petrodar y Greater Nile Petroleum Operating Co). Detrás de sus “propuestas de paz” se encuentra la preocupación del gobierno de Xi Jinping por la disminución de la producción de crudo.
La expansión china, en creciente disputa con otros imperialismos, particularmente con EEUU, es uno de los factores que –en medio de la multiplicación de guerras locales- pone al mundo al borde de una nueva guerra fría.