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16 de marzo de 2016

Queremos abordar en esta sección poemas, cartas y/o escritos de comunistas y revolucionarios de todos los tiempos que son ejemplo 
para nuevas y viejas generaciones. Hoy, extractos del Manifiesto de los iguales escrito por el revolucionario francés Sylvain Maréchal en oportunidad de la Conspiración de los iguales en 1796.

El manifiesto de los iguales

Vale la pena luchar por la revolución

¡Pueblo de Francia!
Durante quince siglos has vivido esclavo y, por tanto, infeliz. Desde hace seis años respiras apenas, esperando la independencia, la felicidad y la igualdad.

¡Pueblo de Francia!
Durante quince siglos has vivido esclavo y, por tanto, infeliz. Desde hace seis años respiras apenas, esperando la independencia, la felicidad y la igualdad.
Siempre y en todas partes se adormeció a los hombres con bellas expresiones: nunca y en ningún lugar obtuvieron, junto a la palabra, la cosa. Desde tiempo inmemorial se nos repite de manera hipócrita que los hombres son iguales y desde tiempo inmemorial la más degradante y monstruosa desigualdad pesa insolentemente sobre el género humano. Desde que hay sociedades civiles, el más bello patrimonio del hombre es reconocido sin contradicción, pero aún no ha podido realizarse ni una sola vez: la igualdad no ha sido más que una bella y estéril ficción de la ley…
A partir de ahora pretendemos vivir y morir iguales, como hemos nacido; queremos la igualdad real o la muerte; eso es lo que necesitamos…
La revolución francesa es sólo la precursora de una revolución mucho más grande, mucho más solemne, y que será la última…
El pueblo ha pisoteado el cadáver de los reyes y los curas que se aliaron contra él: hará lo mismo con los nuevos tiranos, con los nuevos políticos mojigatos sentados en el lugar de los antiguos…
¿Que qué necesitamos además de la igualdad de derechos? Necesitamos que esa igualdad no sólo esté escrita en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano; la queremos entre nosotros, bajo el techo de nuestras casas… 
La ley agraria o el reparto de los campos fue el deseo inmediato de algunos soldados sin príncipe, de algunos pueblos primitivos movidos por su instinto más que por la razón. Tendemos hacia algo más sublime y más equitativo, ¡el bien común o la comunidad de bienes! No más propiedad individual de las tierras; la tierra no es de nadie. Reclamamos, queremos, el goce comunal de los frutos de la tierra: esos frutos son de todos…
 Declaramos que no podemos soportar por más tiempo que la inmensa mayoría de los hombres trabaje y sude al servicio y para el disfrute de la más ínfima minoría…