Cuenta la historia que en Argentina comenzó a usarse en 1955 la palabra “gorila” para referirse a una persona antiperonista. La expresión fue tomada de un cuadro humorístico creado por Aldo Cammarota y puesto en escena por Délfor Amaranto en el programa radial La Revista Dislocada.
Cuenta la historia que en Argentina comenzó a usarse en 1955 la palabra “gorila” para referirse a una persona antiperonista. La expresión fue tomada de un cuadro humorístico creado por Aldo Cammarota y puesto en escena por Délfor Amaranto en el programa radial La Revista Dislocada.
El sketch era una sátira de la película Mogambo, con Clark Gable y Ava Gardner, que transcurría en la selva. Una de las canciones que difundía cada domingo La Revista Dislocada era un baión, cuya letra decía: “Deben ser los gorilas, deben ser,/ que andarán por aquí,/ deben ser los gorilas, deben ser,/ que andarán por allí…/
El público lo interpretó “como una alusión a lo que por entonces circulaba con sigilo: un movimiento subterráneo de tropas para derrocar a Perón”.
En 1955, poco antes del golpe de Estado cívico-militar que derrocó al presidente Perón, espontáneamente, los antiperonistas comenzaron a llamarse a sí mismos “gorilas”. También lo hicieron los militares golpistas antiperonistas de la Armada. En las elecciones de 1963 el Partido de la Revolución Libertadora llevaba como lema electoral: “Llene el Congreso de gorilas”.
Hoy asistimos a la aparición de un sujeto sociopolítico o corriente de opinión que si bien a primera vista parece ser opuesta políticamente a las tradiciones del gorila argentino en un breve análisis presenta más similitudes que diferencia: el neogorila.
El neogorila no se define por oposición al peronismo. Sino por oposición a lo que difusamente llaman “la gente”. Pero no a cualquier gente sino aquella que no acuerda con sus posiciones o que no “entiende” lo positivo de sus postulados.
Claramente los puntos de vista políticos de los que parten ambas miradas son distintos a primera vista. El gorila de tradición liberal y arraigo en las clases altas y pudientes del país, parte de concepciones y postulados que de concretarse benefician principalmente a esas mismas clases, y que por tanto, y a partir de ese beneficio derramarán felicidad sobre las grandes mayorías. Pero “la gente”, “el pueblo”, se obstinaba en no aceptarlo y se volcaba al peronismo. De ahí el odio de aquellos gorilas con las grandes mayorías a las que despreciaban y desprecian, pero principalmente con quienes orientaban desde el gobierno a aquellos. De ahí su odio a Perón y su doctrina.
Por su parte los neogorilas parten, la mayoría de las veces, de una concepción más cercana a la de las vanguardias de izquierda. Sus ideas, esas que “la gente” no acepta, o no valora lo suficiente según su criterio, tienen que ver con postulados demócratas, y que de realizarse beneficiarían, según entienden, a esas grandes mayorías. El odio en este caso es directamente orientado hacia la gente, por su incapacidad de comprender o de aceptar sus postulados.
Si bien a primera vista parten claramente desde puntos de vista políticos opuestos y hasta de objetivos distintos, una y otra concepción tienen puntos de coincidencia en la mirada despectiva que sobre el accionar de las grandes mayorías tienen. Ambos parten de la idea de una masa de ciudadanos que no tienen capacidad propia de discernimiento, y por tanto son fácilmente manipulables.
Los gorilas “clásicos”, por llamarlos de alguna manera, partían de la concepción que el pueblo peronista, era peronista porque no comprendía la manipulación que el populismo del General Perón llevaba adelante. El neogorila parte más o menos de la misma idea. A la concepción de la incapacidad popular le agrega el influjo mediático, como canal a través del cual se ejerce en la actualidad la manipulación de trazo más grueso.
Ambos parten de la idea de incapacidad de decisión propia. Esto en base al convencimiento de que las posturas y políticas que ellos pregonan son naturalmente mejores y superadoras. A partir de esa idea solo es concebible no adherir a ellas si no se entiende su beneficio, no se tiene capacidad para apreciarlo o se está bajo el influjo de una influencia que obnubila la razón. Más allá de las diferencias tecnológicas ambas concepciones además coinciden en un punto fundamental: en ambas se desprecia la experiencia como motor de las decisiones.
El gorila y el neogorila parten de que “la gente” obra mal (o sea en sentido contrario a sus propuestas) porque está equivocada en sus ideas. Ambos le quitan importancia al aprendizaje que la experiencia cotidiana nos da a cada ser humano. No importa si en nuestro devenir diario aprendimos que este o tal otro gobierno no nos resuelve los problemas, o que tal o cual política nos benefician, porque seguramente las ideas (antes impuestas por el populismo peronista, hoy del poder mediático concentrado) pesarán más que nuestras experiencias vividas.
A veces estas concepciones entran en colisión con los discursos de los que las pregonan, sobre todo cuando el favor popular les sonríe y explican esa adhesión a partir de la misma experiencia que niegan cuando les es esquivo.
Esto lleva a otro peligroso punto de coincidencia entre los gorilas y los neogorilas, y es que ambos parten de la superioridad de sus ideas, y es a partir de esa concepción que incluso se va perdiendo el respeto democrático, ya que por más que la mayoría defina su destino eligiendo (dentro de los marcos de la limitada democracia burguesa), al ser consideradas inferiores sus ideas pueden, en determinado momento y bajo determinadas concepciones, ser burlada su voluntad. Esto termina abriendo la puerta a concepciones nefastas como la del “voto calificado” o la incapacidad de las mayorías a definir su destino.
El desarrollo de ambas concepciones en nuestro país, tuvo un recorrido similar. Desde arriba hacia abajo. Las clases gobernantes de ayer y las de hoy impulsaron esas ideas que terminaron penetrando en las clases gobernadas, y en muchos casos desviando la mirada desde los responsables reales (quienes definen las políticas) hacia los responsables supuestos (quienes las sufren).
Y por último no quiero dejar de mencionar lo que a mi modesto entender es la contradicción mayor entre estas concepciones y la práctica política. Porque al partir desde la incapacidad, la inferioridad o la maleabilidad de la voluntad popular se plantea el problema de como pensar un proyecto político superador que las incluya. El problema de cómo pensar la práctica política o incluso la toma del poder sin la participación activa de esa “gente”, que es la mayoría.
O se acepta la imposibilidad de producir verdaderos cambios, por culpa de “la gente” obviamente, o se abandonan las concepciones gorilas y neogorilas y se construyen mejores herramientas políticas para dar participación y opciones superadoras.
Porque de fondo lo que no acepta el gorila ni el neogorila es que lo que hizo hasta acá no alcanza, no les alcanza a las grandes mayorías, y por tanto hay que seguir trabajando para mejorarlo.