Militante no se nace, militante se hace, le repetía el pelado Vázquez al Pibe cada vez que lo veía flaquear un poco. Y el Pibe, claro, sabía que eran palabras ciertas y, además, le proporcionaban una suerte de confianza, un estímulo para su reciente comienzo en la práctica concreta de la militancia. Se adentraba a tientas en eso de la discusión, de las marchas o asambleas, de las tareas, de las contradicciones. En su cabeza se batían a duelo tantas ideas juntas y desordenadas… pero del caos brotaba una felicidad algo extraña: ahora era un militante.
¿Y qué significaba ser un militante? ¿Qué cantidad de mecanismos debían compaginarse para que tal o cual se transforme en un verdadero militante? El Pibe no lo sabía -¡y quién lo sabe con precisión cuando comienza a andar el camino! Sí sabía, en cambio, que la militancia lo había ayudado a transformar su interior, turbulentamente.
Solitario, un tanto ermitaño, rigurosamente prolijo en su vestir y en su andar, el Pibe acarreaba una especie de obsesión por los detalles, por la observación minuciosa de todo lo que le rodease. Ningún plato debía quedar sucio; en la calle lo cautivaban las baldosas negras y dibujando rayuelas con sus pies esquivaba las blancas; las canillas eran revisadas unas cuantas veces y la puerta, asegurada con una vuelta y media de llave. Captaba con ligereza los tics en los rostros ajenos, recordaba el sonido particular de cada uno de los que lo rodeaban y tendía reducir a todo y todos a una suerte de esquema rudo e inamovible.
Cuando leyó a Mao por primera vez y discutió sobre las contradicciones, se le produjo tal movilización en la cabeza que el cuerpo le cobró después síntomas variados. No abandonaba su libreta de anotaciones, tal como le había recomendado su psicóloga (“escribí todo lo que te pase, eso te ayuda a liberar, vas a ver”) y así lo hacía.
Anotaba: Fulano todos los miércoles usa el pantalón marrón, Mengano usa repetidamente la muletilla “vamo que ganamo”, Sultana utiliza siempre diminutivos cuando se pone nerviosa en las reuniones. Si alguien dispusiera de todas sus anotaciones, estaría frente a un estudio pseudo- sociológico sobre los militantes.
De hecho, en un lugar de la libreta, el Pibe se dedicaba a escribir con detalles minúsculos observaciones y reflexiones personales sobre las distintas actividades en las que había participado; datos que recorrían como en un mapa, palmo a palmo, ciertos rasgos comunes que hacen a este grupo tan singular como son los militantes. El pibe escribió:
A veces la gente que no milita suele etiquetar a los que sí lo hacemos de un modo bastante particular que sintetizaré en dos vertientes. Uno: los que dicen que todos los militantes son vagos, que por qué no se van a laburar, que éstos joden con los piquetes, que váyanse a dormir, que los setenta ya pasaron muchachos. Y dos: los que te palmean y te felicitan, que vos que sos joven pibe qué bueno que militás, que yo también soñaba cuando tenía tu edad, que ustedes son los que van a gobernar.
En cuanto a los militantes en general, el Pibe anotaba de modo discriminado otros datos:
Los militantes conformamos, más allá de los estereotipos sociales, un grupo interesante de estudiar. He visto casos curiosos, militantes que se convierten en un objeto jugoso, lleno de aristas. Un militante, aisladamente, puede representar a un conjunto y, un conjunto de militantes, puede hablar de un Partido entero.
Y más abajo, luego de una serie de consideraciones generales, el Pibe destacaba fisonomías y comportamientos que enumeró del siguiente modo:
1- Un signo particular que he observado sobre los militantes se produce cuando, en grupo, concurren a un evento no partidario (un cumpleaños, un casamiento o cualquier tipo de fiesta que invite a un momento de relax). La gente, en esas situaciones, se amolda al ritmo de la comida, de la música o de los protagonistas del evento. Por ejemplo, cuando suena el primer tema de Los palmeras, los concurrentes corren presurosos a la pista de baile, organizando festivos trencitos y pasos verdaderamente ocurrentes. Ante esa situación, en cambio, nosotros –los militantes – que de antemano ya nos habíamos ubicado todos en la misma mesa, nos quedamos petrificados en las sillas para seguir charlando de política, incluso pretendiendo hablar más fuerte que la música y sin el menor movimiento de un solo músculo ante el “Bombón asesino” que ya ha obligado a los de traje a revolear sus sacos en el aire. En el tumulto sobresalen las voces y las opiniones: “bueno, ahí tenemos una corriente interesante, hay que ver cómo podemos abordarla”, “¡escuchame, sacaron treinta mil votos, Negro… treinta mil!”, “Pero vos tenés que analizar eso en un conjunto: ¡mirá lo que pasa en Europa!”.
La fiesta sigue e incluso el papel picado ya entró en escena y el cotillón en general hace estragos en la pista. Lo curioso es que en ese tumulto de comentarios de los militantes, que siguen ajenos a la marea humana que se desplaza en círculos por el salón, siempre hay uno que sugiere: “¿sabés cuál es nuestra virtud, Alfredo… sabés cuál es?: ¡que nunca nos despegamos de las masas, viejo!”.
2- Otra particularidad –siguió el Pibe en su libreta- se desprende quizás de la anterior y es que el militante, como tipo social, es un ser poco propenso a realizar comentarios livianos, al chiste fácil, a la palabra vana. Por el contrario: su único norte es la política y en pos de ello, casi como si fuera una consecuencia directa, las conversaciones suelen reducirse a temas de tal tenor. Incluso algunos adoptan tal rictus que acompañan el contenido con los siguientes ornamentos: barba (cuanto más larga y gris, más de izquierda), boina inclinada, pipa o habano (suelen aportar un aire más sesentista que el cigarro).
3- Somos seres perseverantes. Luego de los practicantes de ciertas religiones que generalmente los días domingos organizan verdaderos censos urbanos, con una prolijidad organizativa ciertamente envidiable; los militantes conformamos el segundo grupo social en este tipo de prácticas persistentes.
¿Calor, frío, condiciones adversas de todo tipo?: allí estamos.
¿Faltan mil para llegar al compromiso?: rastrillaje minucioso.
¿Hay que traer las banderas de zona sur, el sonido del centro, los tablones desde la otra punta de la ciudad? Nada importa: allí estaremos.
La nómina es extensa, plagada de anotaciones al margen, algunas incluso en lápiz.
4- De entre varios defectos a recalcar, hay uno llamativo: el militante es un ser impuntual. A menudo llega la cita: “7.30 en Moreno y Pellegrini”. Vaya a saber por qué implícitamente queda estipulado que 7.30 significa llegar a las 8 para empezar a las 8.30… 8.45. Una vez consolidado el grupo en cuestión, la entrada en calor (que incluye el cigarrillo previo y la preparación del mate), las agujas ya señalaron las 9.
5- Comportamiento en las charlas políticas. Este título recorre varias aristas, una de las cuales ya fue abordada en el punto anterior. Lo cierto es que no solamente en el inicio de la actividad el militante realiza un comportamiento especial sino antes del cierre, justo cuando llega el momento del debate. En ese instante, como si alguien estaría haciendo el simulacro de un incendio, casi la totalidad de los concurrentes se levantan en masa para darse a actividades curiosas, entre las que se destacan: saludos y abrazos a cuanto compañero se cruce, verdaderas charlas en pequeños grupos sobre temas específicos, cigarrillos y humareda comunitaria. Hasta que el reducido grupo que se mantuvo atento al debate –que suele ser a menudo otra charla dentro de la principal- lanza un rotundo “shhhh” para ordenar a los otros que, entre pito y flauta, han organizado pequeñas sociedades mutantes.
La psicóloga, después de que el Pibe leyera partes de su escritura, birome entre los labios, le preguntó: ¿y vos qué opinás de todo esto?
“Pienso, pienso”, dudó el Pibe. “¿Cómo qué pienso?”
“Sí, qué pensás, qué te provoca”. El Pibe se sintió en el aire, al mismo tiempo que se preguntaba ante esa pregunta por qué los psicólogos siempre preguntan tanto.
“Me genera contradicción”, respondió como en un pase de magia.
“Ajá”, asintió la psicóloga, y luego de un breve minuto prosiguió: “es bueno, Martín, que para lo que estamos tratando de tu personalidad haya algo que rompa los esquemas, que te genere contradicción, ¿no?”. El Pibe volvió a repetir una mueca y a preguntarse por qué siempre los psicólogos logran que la gente encuentre en lo que dice, eso que es su problema.
“Sí”, respondió secamente el Pibe, y se quedó duro en el sillón.
“Sí” volvió a acentuar la psicóloga, esperando que su paciente agregue algo más. Y continuó: “además, me parece Martín, que ya no son ‘los’ militantes, desde afuera, sino que ahora vos sos un militante, ¿no?”
“Sí”, volvió a responder el Pibe automáticamente, mientras miraba una telaraña en el rincón del techo del consultorio y pensaba en lo bueno que estaba pertenecer a un Partido donde las contradicciones podían ser tratadas. ///