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03 de agosto de 2011

Al cierre de esta edición, son más de 2.000 familias de Libertador (Jujuy), ocupando  de punta a punta, tierras de la Empresa Ledesma SA.
 

El pueblo enfrenta al monstruo de Ledesma

Hoy 1380 / Después del desalojo, volvieron con más familias

Domingo 31 a la tarde, ha llovido en Libertador General San Martín. La humedad, el frío y el barro no frenan el desembarco de familias que se apostan en El Triángulo, pedazo de 15 hectáreas de las miles que están en posesión de la empresa Ledesma SA, de Blaquier. Como si los muertos del Apagón del ‘76, el despojo y la humillación de años no alcanzaran, ahora son cuatro las muertes que se cobran la empresa y el gobierno provincial, para frenar el reclamo de tierra a sus originarios dueños.

Domingo 31 a la tarde, ha llovido en Libertador General San Martín. La humedad, el frío y el barro no frenan el desembarco de familias que se apostan en El Triángulo, pedazo de 15 hectáreas de las miles que están en posesión de la empresa Ledesma SA, de Blaquier. Como si los muertos del Apagón del ‘76, el despojo y la humillación de años no alcanzaran, ahora son cuatro las muertes que se cobran la empresa y el gobierno provincial, para frenar el reclamo de tierra a sus originarios dueños.
La muerte de los paisanos no los amedrenta: los templa, los endurece. El “Familiar”, que acecha desde hace años a sus habitantes en los cañaverales de la fábrica, como animal herido, hizo circular el terror en forma de rumor por estos días; pero la necesidad de tierra para vivir es tan grande como el odio silenciado durante años contra la empresa Ledesma.
Manchones negros sobre la tierra son los vestigios de la represión feroz que inició la policía provincial en la madrugada del 28 de julio; de la quema indiscriminada de carpas y ranchitos construidos aquel 20 de julio, día que 700 familias decidieron asentarse en El Triángulo. Como el fuego que arrasó los nylon y carpas, se convirtió en reguero la solidaridad y la necesidad de los vecinos, muchos de ellos obreros del Ingenio Ledesma. Hoy ascienden a más de mil las familias, y otro pedazo de tierra, lindante con El Triángulo, es ocupado por gente del pueblo, entre ellas, esposas de policías.
El duelo por la muerte de cuatro de los suyos (entre ellos un cabo de la policía, que los vecinos dicen “un hijo de este pueblo”) es reciente herida, pero la única manera es resistir en el lugar. Son cientos los fogones para mitigar el frío. Otra vez se levantan carpas con lo que se tiene, con lo que arrima el pueblo.

 

“A ellos les tiene que tocar un día”
Nélida González es la mamá de Ariel Farfan, el joven de 17 años que murió enfrentando la policía. A Nélida no le salen las lágrimas ni las palabras, por eso Beatriz, que la acompaña en el dolor, con indignación dice: “Acá estamos, para darle fuerzas a ella y seguir la lucha como tiene que ser. Porque tengan plata no nos van a venir a pisotear a nosotros, porque seamos pobres. Nosotros valemos más que ellos, somos humildes, seamos lo que seamos… A nosotros nos rebajan de vagos, nos rebajan de chorros, nos rebajan de borrachos. Nosotros somos pobres, humildes… pero un día les tiene que tocar a ellos, así como mataron a sangre fría a un hijo de una señora humilde, a ellos les tiene que tocar algún día. Por eso vamos a seguir hasta conseguir lo que queremos.”
Nélida no tiene casa, por eso peleaba su hijo por un pedazo de tierra. “Yo no voy a bajar los brazos”, es lo que tiene para decir Nélida.
“Las tierras eran ya de la gente, nada más que estos han quitado como han quitado en Yuto, Caimancito, Piquete, y en Arroyo Colorado. Estamos cansados de alquilar, de andar agregados por ahí. Una piecita sale unos 600 pesos, con baño compartido”, agrega Beatriz.
Los testimonios se multiplican: Alejandra tiene 34 años, una hija y vive “de agregada” en la casa de sus padres; quiere construir “un ranchito para tener una familia”. Sonia tiene “una casita”, y como ella son cientos los que pasan días enteros montando guardia para que una hermana, una hija, una madre tenga dónde vivir.

Organización de los delegados por manzana
Los acampantes cuentan que desde el mes de enero vienen realizando asambleas coordinadas por la CCC, que es la organización que garantiza la unidad. Recuerdan “la marcha en la que perdimos el miedo y fuimos hasta Ledesma por las tierras de El Triángulo”; también cuando “el inicio de la zafra por tierra y trabajo”. A estos reclamos, la empresa Ledesma les prometió tierras en Calilehua, pero “no aceptamos porque a la gente de Calilehua les prometió y no les dio nada”, además “somos gente de Libertador, y ellos nos quieren enfrentar con el pueblo de Calilehua. Ledesma tiene tierras acá, acá queremos que nos den tierras”, reafirman.
Una vez instalados en El Triángulo, comenzaron las tareas organizativas: los vecinos eligieron delegados por manzana (así está organizado el acampe). En primera instancia se hicieron lotes de 8 por 20 metros por familia, pero no alcanzaban; en una asamblea se decidió reducirlas a 6 por 20 metros “para que entren más familias”.
Los delegados de manzana arman las reuniones donde se organizan los turnos. Se establecen ollas de comida por manzana con el aporte de los vecinos.

 

La madrugada que enfrentaron el terror
Los relatos de los testigos de la madrugada del jueves 28 son escalofriantes. La represión y la resistencia duraron seis horas.
Sonia cuenta en su haber  varios enfrentamientos, con piedras y gomera,  con la policía. Para Alejandra, en cambio, fue la primera experiencia: “No se podía respirar por los gases y el humo de la quema de las carpas que nos quemaban los milicos”. Durante horas enfrentaron el embate con piedras a la policía, “No les interesó nada, les quemaron sus colchones, las frazadas, colchitas, todo. Les quemaron todo. Había gente que había juntado banderitas, chapitas para construir”. “El llanto de los chicos y las madres no me lo puedo sacar de la cabeza”.
Pero no estaban solos, salían los vecinos para acarrear agua y limones para soportar los gases. Los trailers que trasladan a obreros a la fábrica, el jueves llegaron “vacíos a Ledesma, porque los obreros se sumaron al combate”.
Teresa, una vecina que vive a unas cuadras de El Triángulo, cuando fue a socorrer a las mujeres y los niños, fue detenida junto a un grupo de mujeres por la infantería. En su testimonio, cuenta que fueron “empujadas a golpes adentro de un camión y llevadas hasta la comisaría que está dentro del Ingenio”. “Allí nos desvistieron, nos sacaron hasta las bombachas delante de policías varones y hombres que estaban detenidos en la celda de enfrente. Mojaron el suelo y nos tiraron al piso”. “Entre las mujeres había una señora embarazada, que cuando pidió agua le dieron una botella con orín para beber. A una abuela de 70 años le hicieron quitar hasta el corpiño delante de los hombres. La verdad que no puedo sacarme ese tormento”, contó sollozando Teresa.
Marcela y Jackeline son madre e hija, y fueron duramente golpeadas por las mujeres de infantería. Marcela cuenta que estaba en la ocupación de tierra acompañando a su hija que quedó con fracturas por la golpiza. “Pedimos que nos trajeran un médico, pero recién cuando quedamos en libertad, nos hicimos atender en el hospital”, relata. Además cuentan que quedaron incomunicadas, que las familias supieron dónde estaban detenidas a través de la radio, porque en las comisarías se negaban a darles la información.