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30 de mayo de 2012

Extractado del capítulo VI, pags. 49 a 55 de la publicación de Editorial Agora (Buenos Aires, 2003).
 

El reparto del mundo entre las asociaciones de capitalistas

Hoy 1421 / Del libro de lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo

Las asociaciones capitalistas monopolistas –cárteles [convenio entre empresas  no tan centralizado], sindicatos [asociación entre empresas], trusts [convenio entre empresas más centralizado]– primero se reparten entre sí el mercado interno y se apoderan de un modo más o menos completo de la industria del propio país. Pero bajo el capitalismo el mercado interno está inevitablemente entrelazado con el mercado exterior. El capitalismo creó hace tiempo un mercado mundial. Y a medida que aumentaba la exportación de capitales y se ampliaban en todo sentido las vinculaciones extranjeras y coloniales y las “esferas de influencia” de las más grandes asociaciones monopolistas, las cosas gravitaron “naturalmente” hacia un acuerdo universal entre esas asociaciones, y hacia la formación de cárteles internacionales.
Este es un nuevo grado de la concentración mundial del capital y la producción, incomparablemente más elevado que los grados anteriores. Veamos cómo aparece este supermonopolio.
La industria eléctrica es sumamente característica de los últimos progresos técnicos, y muy característica del capitalismo de fines del siglo 19 y principios del 20. Donde más se ha desarrollado esta industria ha sido en los dos principales de los nuevos países capitalistas, Estados Unidos y Alemania. En Alemania, la crisis de 1900 dio un impulso particularmente grande a su concentración. Durante la crisis, los bancos, que en aquel entonces estaban ya bastante fusionados con la industria, aceleraron e intensificaron enormemente la ruina de las empresas relativamente pequeñas y su absorción por las grandes. “Los bancos –dice Jeidels– negaron su ayuda precisamente a las empresas que más necesidad tenían de capital, provocando con ello, primero, un auge frenético y después la quiebra irremediable de las empresas que no estaban suficientemente vinculadas con ellos.”
La revista berlinesa Die Bank decía al respecto que Alemania sólo podría luchar contra el trust petrolero creando un monopolio de la electricidad y convirtiendo la energía hidráulica en electricidad barata. Pero –añadió–, “el monopolio de la electricidad vendrá cuando lo necesiten los productores, a saber, cuando sea inminente el próximo gran crac en la industria eléctrica, y cuando no puedan ya funcionar con beneficio las gigantescas y costosas centrales eléctricas que construyen en todas partes, a un alto costo, las empresas eléctricas privadas, que están obteniendo ya algunas franquicias municipales, estatales, etc. Entonces se deberá utilizar la energía hidráulica; pero no será posible convertirla en electricidad barata a expensas del Estado; será también necesario entregarla a un ‘monopolio privado controlado por el Estado’, pues la industria privada ha firmado ya una serie de contratos y estipulado grandes indemnizaciones… Así ocurrió con el monopolio de la potasa, así ocurre con el monopolio del petróleo, así ocurrirá con el monopolio de la energía eléctrica. Es hora ya de que nuestros socialistas de Estado, que se dejan deslumbrar por principios brillantes, comprendan, por fin, que en Alemania los monopolios nunca persiguieron el objetivo, ni tampoco obtuvieron el resultado, de beneficiar al consumidor, o, incluso de entregar al Estado parte de los beneficios empresarios; han servido únicamente para facilitar, a costa del Estado, la recuperación de las industrias privadas que estaban al borde de la quiebra”.
Tales son las valiosas afirmaciones que se ven obligados a hacer los economistas burgueses alemanes. Vemos aquí claramente cómo, en la época del capital financiero, se entrelazan los monopolios privados y del Estado; como los unos y los otros no son en realidad más que distintos eslabones de la lucha imperialista entre los grandes monopolistas por el reparto del mundo.
Algunos escritores burgueses (a los cuales se ha unido ahora K. Kautsky, que abandonó completamente la posición marxista, que sostuvo por ejemplo, en 1909) han expresado la opinión de que los cárteles internacionales, por ser una de las expresiones más sorprendentes de la internacionalización del capital, traen una esperanza de paz entre los pueblos bajo el capitalismo. Desde el punto de vista teórico esta opinión es completamente absurda, y en la práctica un sofisma y una defensa deshonesta del peor oportunismo.
Los cárteles internacionales muestran hasta qué punto se han desarrollado los monopolios capitalistas y cuál es el objetivo de la lucha entre las diferentes asociaciones capitalistas. Esta última circunstancia es la más importante; sólo ella nos muestra el sentido histórico–económico de lo que ocurre, pues las formas de la lucha pueden cambiar, y cambian constantemente de acuerdo con causas variables relativamente específicas y temporales, pero la esencia de la lucha, su contenido de clase, no puede cambiar mientras existan las clases. Naturalmente, a la burguesía alemana, por ejemplo, a cuyo lado en realidad se ha pasado Kautsky en sus argumentos teóricos (de ello me ocuparé mas adelante), le conviene ocultar el contenido de la actual lucha económica (por el reparto del mundo) y subrayar ya una, ya otra forma de dicha lucha. En este mismo error incurre Kautsky. Y no se trata, por supuesto, sólo de la burguesía alemana, sino de la burguesía de todo el mundo.
Los capitalistas se reparten el mundo, no debido a una particular perversidad, sino porque el grado de concentración a que se ha llegado los obliga a seguir ese camino para obtener beneficios; y se lo reparten “proporcionalmente al capital”, “proporcionalmente a la fuerza”, porque no puede existir otro método de división bajo la producción mercantil y el capitalismo. Pero la fuerza varía según el grado de desarrollo económico y político; para poder comprender lo que está aconteciendo, es necesario saber qué problemas han quedado resueltos con el cambio en las fuerzas. Si dichos cambios son “puramente” económicos o no económicos (por ejemplo, militares), es un problema secundario que de ningún modo puede influir en la concepción fundamental sobre el último período del capitalismo. Reemplazar el contenido de la lucha y los acuerdos entre las asociaciones capitalistas por el problema de la forma de esa lucha y esos acuerdos (hoy pacífica, mañana bélica, pasado mañana otra vez bélica) significa descender al papel de sofista.
La época de la última etapa del capitalismo nos muestra que entre las asociaciones capitalistas han surgido determinadas relaciones sobre la base de la división económica del mundo, mientras que paralelo y vinculado a ello, surgen determinadas relaciones entre las asociaciones políticas, entre los estados, sobre la base de la división territorial del mundo, de la lucha por las colonias, de la ‘’lucha por esferas de influencia”.