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13 de septiembre de 2012


El “repunte” que no llega

Hoy 1436 / Una crisis profunda y prolongada

El jueves 30 de agosto, el presidente de Francia, François Hollande, dijo en un discurso público: “Estamos ante una crisis de una gravedad excepcional, una crisis larga que dura desde hace más de cuatro años y ninguna potencia económica, ni las emergentes, están a salvo”. Está claro que este reconocimiento tardío de Hollande sobre la crisis, lo hace para reclamar “tiempo” a los franceses por no cumplir sus promesas electorales y pedirles “los esfuerzos necesarios”. Todo dentro de su concepción burguesa-imperialista de seguir descargando la crisis sobre los trabajadores y el pueblo de su país y de los países dependientes.


Pero “el tiempo” pasa, aumentan “los esfuerzos” que se imponen sobre los trabajadores y el flagelo de la desocupación y el hambre sobre todos los pueblos del mundo no amaina, por más que los voceros de los imperialistas traten de adormecerlos diciendo que “lo peor ya pasó”. Hasta un economista crítico de los “ajustes” como Paul Krugman, ahora en campaña electoral para los demócratas yanquis, acaba de decir: “los próximos cuatro años podrían ser mejores” (La Nación, 8/9/2012).

 

Ni los yanquis pueden “escapar”
Una característica de la actual crisis económica mundial, es que mientras los bancos centrales de los países imperialistas inyectan a los bancos miles de millones de dólares, euros, yenes o yuanes, para “salvarlos” de la bancarrota, ese dinero no se vuelca a la producción. En todo caso, esos fondos se derivan hacia la especulación. Así vemos que mientras se “reactivan” las Bolsas y se sostienen algunos mercados “a futuro”, como en el petróleo y los granos, la inversión y el consumo (es decir, la demanda de medios de producción y de medios de vida) se mantienen prácticamente estancados y se mantiene o aumenta la desocupación.


Pese al dinero que reciben a bajas tasas de interés, los bancos no prestan, prefieren mantenerse “líquidos”, pero tampoco las empresas quieren arriesgarse a un nuevo o mayor endeudamiento: no hay nuevas inversiones, por lo menos en una escala que permita sostener un aumento de la producción y ocupar a los desocupados. En el caso de Estados Unidos, la “tímida recuperación” se sostiene en la mayor explotación de la mano de obra ocupada (el mismo trabajo con menos gente), no hay nuevas inversiones ni creación de nuevos empleos que llenen la brecha: se mantiene la desocupación a niveles socialmente insoportables. Todo lo cual resiente las posibilidades de una mayor recuperación de la demanda futura.


Como escribía Federico Engels en 1886, sobre lo que sucedía entonces en el período posterior a la crisis general de 1867: “Cierto es que parece haberse cerrado el ciclo decenal de estancamiento, prosperidad, superproducción y crisis que venía repitiéndose constantemente desde 1825 hasta 1867, pero sólo para hundirnos en el pantano desesperante de una depresión permanente y crónica. El ansiado período de prosperidad no acaba de llegar; apenas se cree atisbar en el horizonte los síntomas anunciadores de la buena nueva, éstos vuelven a desvanecerse. Entre tanto, a cada nuevo invierno surge de nuevo la pregunta: ¿Qué hacer con los obreros desocupados? Y aunque el número de éstos aumenta aterradoramente de año en año, no hay nadie capaz de dar contestación a esta pregunta; y ya casi se puede prever el momento en que los desocupados perderán la paciencia y se ocuparán ellos mismos de resolver su problema” (En el “Prólogo de Engels a la edición inglesa” de la obra de Carlos Marx, El Capital, tomo I, Fondo de Cultura Económica, pág. XXXIII).

 

La nota de Engels
Para conocimiento de nuestros lectores al respecto, reproducimos el texto que como nota escribió Engels en su edición del tomo III de la obra magna de Marx, publicado por primera vez en 1894:
“Como ya hemos hecho notar en otro pasaje [en el Prólogo citado], se ha operado aquí un viraje desde la última gran crisis general. La forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que hasta entonces venía observándose parece haber cedido el puesto a una sucesión más, bien crónica y larga de períodos relativamente cortos y tenues de mejoramiento de los negocios y de períodos relativamente largos de depresión sin solución alguna. Aunque tal vez se trate simplemente de una mayor duración del ciclo. En la infancia del comercio mundial, de 1815 a 1847, pueden observarse sobre poco más o menos ciclos de cinco años; de 1847 a 1867, los ciclos son, resueltamente, de diez años; ¿estaremos tal vez en la fase preparatoria de un nuevo crack mundial de una vehemencia inaudita? Hay algunos indicios de ello. Desde la última crisis general de 1867, se han producido grandes cambios. El gigantesco desarrollo de los medios de comunicación -navegación transoceánica de vapor, ferrocarriles, telégrafo eléctrico, Canal de Suez– ha creado por primera vez un verdadero mercado mundial. Inglaterra, país que antes monopolizaba la industria, tiene hoy a su lado una serie de países industriales competidores; en todos los continentes se han abierto zonas infinitamente más extensas y variadas a la inversión del capital europeo sobrante, lo que le permite distribuirse mucho más y hacer frente con más facilidad a la superespeculación local. Todo esto contribuye a eliminar o amortiguar fuertemente la mayoría de los antiguos focos de crisis y las ocasiones de crisis. Al mismo tiempo, la concurrencia del mercado interior cede ante los cartels y los trusts [asociaciones de monopolios] y en el mercado exterior se ve limitada por los aranceles protectores de que se rodean todos los grandes países con excepción de Inglaterra. Pero, a su vez, estos aranceles protectores no son otra cosa que los armamentos para la campaña general y final de la industria que decidirá de la hegemonía en el mercado mundial. Por donde cada uno de los elementos con que se hace frente a la repetición de las antiguas crisis lleva dentro de sí el germen de una crisis futura mucho más violenta” (Carlos Marx, El Capital, tomo III, FCE, pág. 459).