La Internacional Comunista tampoco tenía mayor claridad sobre este tema: en su Manifiesto para Sudamérica llama al proletariado de estos países a luchar “contra vuestras propias burguesías: así estaréis luchando contra el imperialismo norteamericano”. Los cuadros dirigentes de la Internacional Comunista -comenzando por el suizo Jules Humbert-Droz, bujarinista [Nikolái Bujarin fue secretario general del Comité Ejecutivo de la Internacional entre 1926 y 1929], responsable del trabajo en América Latina-, afirmando el carácter de semicolonia de nuestros países, negaban “la existencia de una clase de burgueses nacionales en América Latina” y planteaban que no había oposición entre la burguesía industrial y los terratenientes porque “a menudo eran la misma persona”; algunos negaban incluso la existencia de una burguesía “compradora” (en el sentido de comerciantes nativos que tratan con la importación y exportación de productos coloniales típicos)… En la Primera Conferencia Comunista Latino Americana, en 1929, Victorio Codovilla tuvo en este tema la misma posición que Droz, afirmando que no existía una burguesía nacional en nuestros países, puesto que ésta había estado ligada desde su nacimiento al imperialismo, era su agente, etc.
Los comunistas latinoamericanos, incluso los centroamericanos, se resistían a que sus países fueran considerados colonias o semicolonias, pese a la dura realidad de sometimiento nacional -respecto de Estados Unidos, como sucedía en Cuba, o de Gran Bretaña, en el caso argentino- porque exageraban las implicancias de la independencia política de nuestros países. “Hace tiempo -dijo Humbert-Droz en la Primera Conferencia Comunista Latino Americana- tuvimos que discutir vivamente con nuestros camaradas de América Latina, para hacerles aceptar la idea de que sus respectivos países son países dependientes semicolonias del imperialismo inglés y norteamericano”.
En el caso argentino, el tema de la burguesía nacional comenzaba en esos tiempos a transformarse en uno de los grandes problemas a resolver para el triunfo de la revolución. Como vimos, teníamos un gobierno radical que conciliaba con el imperialismo, especialmente con el inglés, pero que tuvo serias contradicciones con el imperialismo yanqui. Además, en 1921 había otorgado una ayuda de 5 millones de pesos en alimentos a la hambrienta y aislada Rusia y en 1922 -rechazando presiones anglo-yanquis- comerció con la Unión Soviética.
Un ejemplo que ilustra la falta de comprensión sobre la cuestión nacional está en la crítica que se hacía desde La Internacional [periódico del PC] al boxeador Luis Angel Firpo, una especie de héroe nacional para la época. Esa crítica tenía un aspecto justo: el repudio a la instrumentación de los deportes por parte de la burguesía, que los usaba para crear sus propios ídolos e imponer sus propias concepciones ideológicas, modelando tendencias espirituales en la masa que facilitaran su opresión. Pero el señalamiento sobre Firpo terminaba expresando desprecio a las masas que el Partido debía ganar para realizar sus objetivos históricos. Así el PC censuró, en varios números, que el pueblo festejase el triunfo de Firpo con un “entusiasmo estúpido y malsano”, con “maneras de jubileo” originadas en “la nacionalidad de Firpo”…Y con un tono de superioridad intelectualoide, típica del positivismo de la burguesía de esa época -tono que mantendría durante muchos años la prosa de Rodolfo Ghioldi, y que llegó a extremos increíbles en los días posteriores al 17 de octubre de 1945-, La Internacional critica a Luis Angel Firpo por “no saber leer ni escribir correctamente”, por hablar una lengua semejante a la de Yrigoyen “su maestro y protector”. Y lamenta que la Argentina se conozca en el extranjero por “las vacas, el trigo y los puños de un animal fuerte con figura humana”, llamando a Firpo “distinguido exponente analfabeto de argentinismo”.
En el menosprecio de cuestiones claves que hacían a lo nacional, pesaban opiniones liberales como las de Domingo F. Sarmiento -tan admirado por Juan B. Justo y los socialistas- con su antinomia de civilización o barbarie y, al igual que él se preguntaban: “¿Somos europeos? ¿Somos indígenas? ¿Mixtos? ¿Somos Nación?”. También pesaba la tesis liberal, sobre las dos civilizaciones en conflicto: una india-gauchi-mulata y otra blanca-euro-argentina…
La incomprensión del tema nacional se manifestó durante años, en una cuestión clave: la concerniente al libre cambio y el proteccionismo. Se criticaba el “descarado proteccionismo argentino sobre el azúcar (…) con el cuento de proteger la industria nacional” y se condenaba a Alejandro Bunge “por continuar impertérritamente una campaña proteccionista” cuando proteger la industria argentina, planteaban, “es la solución más cara para los consumidores”. En esto los dirigentes del joven PC fueron continuadores de Juan B. Justo que había dicho, en 1898, que el progreso argentino se debía a la burguesía porteña y al librecambio.
La importancia de lo que más tarde se llamaría “la defensa del patrimonio nacional” no se vio hasta mucho después de la década del 20, principalmente por la confusión teórica sobre la diferencia existente entre burguesía nacional y burguesía intermediaria en los países oprimidos por el imperialismo.
En 1927 el PC publicó declaraciones en defensa del petróleo nacional, contra los trust yanquis e ingleses. Pero en ese mismo año los dirigentes del PC reiteraron su error respecto de la cuestión nacional cuando estalló el gran debate en torno al petróleo. El yrigoyenismo había presentado un proyecto para transformar los yacimientos petroleros en bienes de la Nación y dejarlos bajo jurisdicción federal (manteniendo las concesiones ya hechas al capital extranjero). Planteó en la Cámara de Diputados la nacionalización y el monopolio por el Estado de la explotación petrolífera y luego, ante la oposición de otros partidos -como el socialista- que acordaban con la explotación privada, se retiró de la sesión. La Internacional calificó de demagógica la posición yrigoyenista, argumentando que tal medida “era imposible bajo el gobierno burgués” y recordó que, en su anterior gobierno, Yrigoyen había hecho grandes concesiones para cateos.
Los “chispistas” criticaron la línea de Penelón-Codovilla-Ghioldi, apoyada por la Internacional Comunista, por resucitar las “viejas teorías del librecambio inglés”, las viejas ideas de Juan B. Justo, que propiciaban la “libre importación de automóviles, sedas y artículos de lujo”. La Internacional contestó a La Chispa acusándola de tener “el criterio reaccionario de sostener editorialmente la defensa de la industria nacional frente a la industria extranjera”.
El problema nacional, como demostró la historia de este siglo en Asia, Africa y América Latina, en general, y la experiencia argentina lo comprobaría -dramáticamente para el PC- en 1946, es un problema esencial que debe resolver el proletariado de un país oprimido por el imperialismo en su lucha por acabar con la explotación del hombre por el hombre. Las revoluciones triunfantes demostraron, con la fuerza irrefutable de la práctica, que el carácter social de la revolución en los países coloniales, semicoloniales y dependientes es democrático-burgués y de liberación nacional. Pero debido a que en la época del imperialismo y la revolución proletaria la burguesía nacional es incapaz de llevar hasta el fin a la propia revolución democrático-burguesa, ésta sólo puede ser dirigida por el proletariado para establecer, en una primera etapa, una sociedad de nueva democracia (como la llamó Mao Tsetung), una dictadura conjunta de todas las clases revolucionarias, una dictadura democrático-popular que avance ininterrumpidamente, en una segunda etapa, a construir el socialismo. Esas revoluciones democráticas, de liberación nacional, ya no son parte de la revolución burguesa mundial sino de la revolución socialista, proletaria, mundial. De allí el lema de Lenin para la Tercera Internacional: “¡Proletarios de todos los países, pueblos y naciones oprimidos del mundo, uníos!”.
El carácter de país en disputa de la Argentina es un rasgo favorable para el triunfo de la revolución aquí. Este rasgo lo señaló Mao Tsetung como uno de los aspectos claves que diferenciaron a la Revolución China de la revolución hindú: “¿Por qué (…) la revolución no triunfó en la India, según la tesis del eslabón más débil, tal como la concebían Lenin y Stalin? Ello se debe a que la India era una colonia del imperialismo británico. En este punto difería de China. China era una semicolonia dominada por varios países imperialistas”. Pero es un rasgo favorable cuando se acierta en la determinación del principal enemigo imperialista a golpear, y se usan las contradicciones interimperialistas sin tener ilusiones, sin apoyarse en un imperialismo para golpear a otro.
hoy N° 2013 05/06/2024