Tras el derrocamiento del gobierno del general Perón en septiembre de 1955 “se desató una persecución tremenda contra el pueblo y dentro del Ejército”, recordaba en una nota, poco antes de su fallecimiento, el teniente coronel Adolfo Philipeaux (revista Cuadernos para el encuentro en una nueva huella argentina, Nº 10).
Tras el derrocamiento del gobierno del general Perón en septiembre de 1955 “se desató una persecución tremenda contra el pueblo y dentro del Ejército”, recordaba en una nota, poco antes de su fallecimiento, el teniente coronel Adolfo Philipeaux (revista Cuadernos para el encuentro en una nueva huella argentina, Nº 10).
Como parte de la resistencia a la dictadura impuesta entonces, “el 9 de junio de 1956 se produjo el levantamiento de militares y civiles peronistas encabezados por el general Juan José Valle. En La Pampa la rebelión triunfante repuso transitoriamente al gobierno peronista y repartió armas al pueblo.
En el resto del país actuaron grupos militares nacionalistas con escasa participación del pueblo, lo que facilitó su aislamiento. Así la rebelión fue derrotada, y el día 10 la dictadura de Aramburu-Rojas impuso por decreto la ley marcial, fusilando a 22 de los militares sublevados, entre ellos el propio general Valle, e incluso un grupo de 12 civiles, ametrallados por la espalda en los basurales de José León Suárez.” (Programa del PCR, junio de 2013).
El Tte. Cnel. Philipeaux, a cargo de la sublevación en La Pampa, decía: “En el único lugar en donde la revolución triunfó fue en La Pampa, en el resto del país fue un fracaso. En realidad, creo que ese fracaso se debió a que en los demás lugares no confiaron en el pueblo”. Y agregaba: “El acierto que tuve para poder cumplir con éxito la sublevación –aparte de haber conspirado para ello– fue trabajar con mucho cuidado con los grupos de inteligencia. Mi idea era armar al pueblo peronista. No se puede hacer una revolución sin armas…
“Pocas horas antes de la sublevación me acuartelé en mi pequeño destacamento –tenía poca tropa– y con el armamento que tenían los Tiros Federales, comencé a armar al pueblo. [Con esa pequeña fuerza] tomé por asalto la Jefatura de la policía de la provincia e inmediatamente la Casa de gobierno y el destacamento de la Policía Federal. Finalmente, con todo el armamento recolectado amplié el número de paisanos armados.
“Insisto con este concepto: las revoluciones se hacen o no se hacen; no se puede hacer una revolución –como muchos teóricos pretenden– con el pueblo desarmado”, decía Philipeaux.