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23 de septiembre de 2014

Estas líneas están destinadas al conjunto de los militantes y amigos del PCR, partido al que pertenezco desde 1982.

“Es difícil ser comunista, pero el mayor orgullo es intentar serlo”

Carta de un camarada

Soy de la generación que se integró al partido pos dictadura, aunque esto no significa que no la haya padecido. Fueron tiempos de confusión. Antes del golpe seguía los acontecimientos pero sin entender qué se estaba discutiendo a sangre y fuego en nuestro país. Tuvieron que pasar varios años para comprender el porqué del festejo de amigos de izquierda ante el derrocamiento de Perón. Mi familia, mi barrio, eran peronistas; por supuesto que yo también lo era. Y como tal conocí a Perón en Gaspar Campos, apretujado contra las rejas que protegían la casa. Ahí, en vez de salir al balcón el Pocho se arrimó al ventanal del primer piso. Un recuerdo imborrable. También quise ver en Ezeiza al hombre amado por los más humildes de mi barrio. Años después comprendí por qué no se dio ese encuentro tan esperado. Lloré frente al féretro de Perón en un día lluvioso y frío. Nunca vi un dolor colectivo tan intenso y desolador.

 

Durante el 74, 75 y 76 trabajé en varias fábricas y de la última me echaron el 25 de marzo de 1976. Aprendí algo de cómo se daba la lucha de los trabajadores. Asambleas y logros importantes me abrieron los ojos a un mundo que desconocía. Con las luchas logramos que la empresa construyera un comedor. Además, logramos crear y mantener una biblioteca circulante de la cual era responsable. No sabía muy bien qué decían esos libros, pero ellos y otros miles fueron pasando por mis manos para leerlos, para distribuirlos, para venderlos. Sentí el orgullo de usar el equipo de trabajo, de comer junto a mis compañeros obreros en cualquier lado,  al costado de las máquinas. El 25 de marzo del 76 me despidieron y fue un premio, “te salvaste pibe” me dijeron los viejos de la empresa. “Los otros no vuelven más”. Los “otros” eran parte de mi comisión interna. 6 años después me enteré de cómo fueron arrancados de sus hogares pasando a ser desparecidos.

 

Aprendí de los libros, pero mucho más de la gente a la que me fui acercando, no por azar, sino parar ocupar aunque confusamente un lugar de lucha. Lo conseguí y en el PCR lo hice a través de los libros. Era lógico que le diera mis respetos a Perón por sus aportes al país, pero aprendí a ver las limitaciones de clase de su doctrina y accionar.

 

Fue durante la guerra de Malvinas que me incorporé a la lucha después de andar perdido. Pasaron más de 32 años y aquel joven peronista “de Perón” progresivamente se fue haciendo comunista imperfecto, maoísta, admirador de lo que fui conociendo a través de los compañeros que viajaban y de lecturas: los impresionantes cambios que había hecho esa China destrozada por las potencias y sumergida en la más profunda miseria con Mao Tsetung y su partido a la cabeza.

 

Hoy, después del cambio de color de China, como antes de la URSS, distintos sectores, grupos y partidos se reagrupan para aprender de lo hecho, de lo correcto e incorrecto. Son pacientes y apasionados. En la Argentina está nuestro Partido.

 

Ser comunista implica una buena cantidad de obligaciones y responsabilidades, enorme paciencia y confianza (aun en las noches más oscuras) en la sabiduría y el poder de las más amplias masas. Por eso es difícil ser cabalmente comunista; pero es el mayor orgullo intentar serlo.

 

Más allá de las palabras ampulosas aprendí a ver y valorar los hechos. Y los hechos me demostraron que elegí el partido adecuado para hacer la revolución.

 

Pero un partido revolucionario que tiene como principal objetivo hacer la revolución, o mejor dicho, orientar a las masas después de haber aprendido de ellas, para que tomen en sus manos la tarea histórica, vive el día a día en la paciente construcción de los avatares de la lucha de clases en todas sus manifestaciones, cuida y fortalece a sus líderes, no deja de estar atento a los dramas y alegrías individuales y colectivos de los más humildes militantes. El PCR sabe mucho de eso. Quien escribe esto atraviesa un cáncer. Difícil pronóstico. Nuevamente la lucha me convoca. No estoy solo ni cuando lo estoy. Soy asistido, cuidado y hasta mimado por quienes me acompañan estando o no. Son mis compañeros de hace más de 30 años que me sostienen la mano. No importan los nombres, los llevo en mí. Pero también llevo en el corazón la idea que hace que esos compañeros me asistan en todo lo que pueden. Más allá de sus virtudes individuales agradezco esa idea y acción concreta del colectivo del PCR, aunque muchos no me conozcan. A ellos toda mi gratitud y abrazos.

 

El que entienda que esto es un panegírico al PCR, efectivamente, lo es. Vivan los panegíricos que salen de lo profundo y expresan como pueden una verdad.

 

¿Hasta la victoria siempre? Claro que sí.