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02 de octubre de 2010

Ese militante que

Hoy 1209 / Relatos y poemas de Alejandra, de Rosario

Familia
Una gota tras otra retumba en el techo de zinc. Algunas llegan hasta el piso y hay tachos para prevenir el desastre. Los chicos juegan a atrapar las gotas con sus bocas, las esperan ansiosos y el que agarra más, gana. La madre los previene, apostada sobre la mesa, cabizbaja les dice que se están mojando y que no hay ropa seca para cambiarse.
El padre mira los palos de yerba que flotan en el mate amargo,
detenido en esa sencillez doméstica respeta el silencio de la casa, sólo interrumpido por el ruido de las gotas sobre el zinc.
Hoy como tiempo atrás no hay trabajo para sus manos, quizá en eso piense mientras mira los palos de yerba en el mate. Detrás de la puerta descubre una nueva gotera y corre presuroso a sacar la
bandera que lleva a las marchas,
no vaya a ser que se arruine con tanta lluvia.

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Ese militante que
Empieza a leer el diario siempre por las grageas y las lee y relee buscando alguna comparación entre fulano de tal y esos mínimos extractos. Ese militante que nunca se encuentra en las grageas, en esas reflexiones breves que cómo carajo hacen para poner siempre la posta y clavarte en tres renglones todo un debate nacional, piensa.
Ese militante que como
revolucionario no hay como yo y que en sus fueros internos se
autodenomina hijo legítimo del martillo y la hoz, que va por la calle y tararea La Internacional,
que le receta a la masa por
dónde ir y cómo seguir.
Ese militante que ahora lee esto.
Ése, al que estoy unida por la lucha, el debate y la contradicción.

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El abanderado
Nunca había sido, ni en primaria ni en secundaria, abanderado. Los bajos promedios y más que eso, la rebeldía creciente, se lo habían impedido. Nunca le molestó eso, sin embargo ahora cómo llevaba con un orgullo incomparable la bandera de su
Partido en las marchas, flameándola firme y constante, jurando lealtad y entrega por su suelo como no lo pudo hacer antes, en la escuela.

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Hermandad
Ya vas a ver que vamos a salir, de ésta salimos, le repetía hasta el cansancio la Beba a su hermana.
Las dos vivían en uno de esos rincones curtidos de la patria donde el suelo es piedra y olvido. Beba hilaba la lana, la hermana respiraba en la ventana el calor lleno de arena.
Ya vas a ver que de ésta salimos, la sequía en algún momento se tiene que terminar, si hasta dicen por ahí que la lluvia no va a demorar mucho, insistía la hilandera.
Su hermana se secaba la cara
con un trapo lleno de angustia
y de agujeros.
En esta tierra no crece nada,
ni espinillos ni cactus ni nada,
decía la hermana de la Beba.
Y así siguieron hablando largo rato. El viento duro las
resquebrajó y las disolvió en la esperanza de la tierra repartida.

≈  

Revolucionaria hablándole a su fusil
Temblarás en mis manos
porque tendré miedo y seré
algo cobarde.
O quizás no,
quizás te haré florecer al
empuñarte decidida.
¿Cómo habrán hecho esas
otras mujeres en las batallas?
¿Habrán temido también?

Recuerdo que en mi niñez
jugábamos a las guerras de las naranjas
y que mi brazo derecho era
certero, decidido.

Tal vez cuando te dispare
rememore esa escena infantil
y creeré que después de ganar
la pelea
todos iremos a comer naranjas jugosas a la sombra de los
ligustros.