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21 de marzo de 2018

El genocida fue llevado nuevamente a la cárcel

Etchecolatz donde tiene que estar

La Cámara de Casación revocó el arresto domiciliario del genocida Miguel Etchecolatz, tras las movilizaciones y reclamos para que vuelva a la cárcel.

Mar del Plata, donde Etchecolatz fijó residencia hace dos meses, cuando los jueces cómplices de la dictadura le dieron la prisión domiciliaria, se conmovió con inmensas movilizaciones de repudio. Los vecinos del domicilio del represor, se organizaron en “Vecinos sin genocidas” y, junto con una serie de escraches, presentaron ante la justicia el reclamo por la revocación de la domiciliaria, que finalmente fue resuelta el viernes 16 de marzo.
Uno de estos vecinos es el compañero Ariel Oliveri, hijo del querido doctor “Chino”, Néstor Oliveri, puntal en la lucha por el derecho a la salud, con su vasta experiencia desde la Sala de Salud del Barrio María Elena, en La Matanza.
Ariel describió con sencillez y contundencia lo vivido por los vecinos estos dos meses: “Los vecinos son un caso. Hay de todo. Los metidos, los chusmas, los solidarios, los amigos. Hay de todo. Podríamos contar mil historias. De las buenas, de las malas, de las graciosas. Pero vecino genocida….eso es otra cosa.
“Son las 9 hs del sábado 17 de marzo del 2018, y acabo de ver el video de la salida de este genocida de su casa, alrededor de las 6 de la mañana. Con muchos vecinos que hicieron guardia desde ayer a la tarde cuando nos enteramos que se le revocaba la prisión domiciliaria, recordándole, que no lo queremos en el barrio. Que su casa es la cárcel común. Que como a los nazis, les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar. Y exploto de emoción. De pensar que hubo gente que prefirió no dormir, para que un tipo así no pueda irse en paz. Se la pasaron a mate, cuentan que hicieron choris. Nunca más estará en paz. Porque se lo merece. Porque es justo.
“Hace un par de meses se me rompió la bomba de agua. Vino, como siempre, a arreglarla, un amigo, Norberto, que trabaja de esto. Tiene un negocio de eso, en el barrio. Estar sin agua es desesperante, así que siempre que pasa lo llamo de urgencia, lo vuelvo loco hasta que lo soluciona.
“Mientras terminaba me cuenta. “A vos te la arreglo, a este vecino nuevo no”. No entiendo. Me cuenta. Cae un tipo al negocio, con una bomba de agua. Es de una pileta le dice. Para cuando está y cuánto sale pregunta. Acepta. No me falles, le pide, mirá que es para la casa del vecino nuevo. ¿De quién?, pregunta Norberto. De este, el famoso, el que hacen marchas todos los días. Norberto le dice que espere, va hasta el fondo y trae la bomba, la apoya en el mostrador. Llévatela, le dice. No la arreglo. El tipo, el cliente, se sorprende. ¿Cómo que no la arreglas?, ¡recién me dijiste que sí! Sí, arreglo bombas, pero no ésta. No a él. Es más, si estuviese en la cárcel sí se la arreglo, pero como está ahí no. Si estuviese en Batán sí. A Batán fui varias veces a arreglar bombas. Pero a este tipo no.
“Esto me contó Norberto hace un par de meses, y a mí se me erizó la piel. Qué dignidad la de Norberto. Rechaza un laburo, en estas épocas, por digno. Y el trabajo le hace falta, doy fe.
“Gracias a actitudes como la de él, gracias a las marchas, gracias a los cartelitos que nunca dejaron de reponerse en el bosque, gracias a la lucha de muchos, hoy este genocida está viajando a su casa, a la cárcel común.
“Hay gente que dice que el destino es el destino, y nada se puede hacer para cambiarlo. No estoy de acuerdo. Podemos hacer cosas para cambiar la realidad. Sin todo esto que conté, yo seguiría hoy teniendo un vecino genocida”.

 

Semanario Hoy N° 1710 21/03/2018