Cuando en mayo de 1950 se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero –primer gran antecedente de la Unión Europea–, ya las burguesías dominantes de los estados integrantes (Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo) la presentaron como un medio para evitar nuevas guerras en Europa. Pero en realidad se trataba de la necesidad de esos estados de asegurarse una parte del mercado mundial del acero, creando un monopolio que iba desde la energía (el carbón, pues Europa no disponía de petróleo) a la producción, capaz de asegurarles fuerza para competir en los mercados externos e internos.
Así, la concentración del capital y de la producción permitió crear esos monopolios, manifestándose de este modo el primer rasgo del imperialismo.
Pero una vez establecida esta comunidad de interés, las clases dominantes, sus empresas y bancos, comenzaron a expandirse sobre lo que hoy son los países periféricos de la Unión Europea de 27 miembros, de los cuales 17 pertenecen a la llamada Zona Euro.
Pero el euro unió bajo una misma moneda a países en diferentes estadios de desarrollo y, sobre todo, bajo el dominio de los monopolios de los países centrales (Alemania, Francia y los del Benelux).
A partir de aquí, y según los acuerdos de la Unión Europea, los estados menos desarrollados se vieron en la obligación de “competir” económicamente con los estados centrales, y así se desarrolló esta lucha desigual.
Como la UE no es una unión federal, cadaEstado constituyente “decide” sobre su política económica (al menos así lo deja creer el tratado de Maastricht y anteriores tratados europeos); pero esto resulta una falacia, pues los 17 de la Zona Euro no son soberanos en cuanto a su moneda.
Como estos estados no son dueños de su moneda, sus burguesías dominantes se ven obligadas a “competir” con sus “socios” de la Zona Euro con “armas iguales”, es decir países de desarrollo menor con grandes monopolios del imperialismo europeo.
Estados en quiebra
El paso siguiente en esta sucesión es buscar inversiones con capitales de bancos europeos de los países centrales. Así nos dicen los economistas burgueses y voceros del imperialismo: “estas inversiones aseguran el desarrollo económico de los países periféricos”.
De esta manera estos países periféricos (Irlanda, Portugal, Grecia y hasta la misma España) se encuentran endeudados y casi en quiebra. Y la receta aconsejada y practicada por estos mismos economistas burgueses es la privatización en gran escala de su economía, recortes salariales y jubilatorios, presupuestos reducidos –cuando no minimalistas–, y eliminación de las inversiones en salud, educación, cultura, etc. Todo ello con el fin de poder pagar sus deudas a los bancos alemanes, franceses, holandeses, etc. y enriquecer a sus burguesías.
Pero aún con estos ajustes presupuestarios, países como Grecia, Portugal, Irlanda, España, etc., no tienen un PIB capaz de afrontar intereses y deudas tan colosales: los cálculos actuales muestran que estos países no sólo no podrán pagar jamás su deuda, sino que necesitan nuevos préstamos para pagar aunque más no sea una parte de los cuantiosos intereses con vencimientos inmediatos.
Entonces, otra vez aparecen los “expertos económicos” de la burguesía, ahora claramente divididos, pero como siempre con propuestas para que sean los trabajadores de cada país los que paguen los platos rotos. Por un lado están los que, como Christophe Donay, de Pictet & Cie, conciente de que Grecia (y muy pronto los otros) no podrá pagar su deuda, propone un default parcial, es decir borrar una parte de la deuda, pero recapitalizando las pérdidas de los bancos. Así, los estados centrales no prestarán más al Estado griego para pagar la deuda pero destinarán esos montos a los bancos, perjudicados por la anulación de esa parte de la deuda (lo que ya hicieron los yanquis y europeos con el salvataje de sus bancos en 2008-2009).
Y por el otro lado están los “estructuralistas” o “presupuestaristas”, estos últimos ligados a los bancos que serían perjudicados por un default, aunque sea parcial, y ven dudosa una recapitalización por parte de sus propios estados. Entonces aparecen quienes, como el francés Jean Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, hablan de “reformas de conducción de la zona euro”, señalando que el problema del superendeudamiento de los países radica en un “patinazo” presupuestario de los estados deudores. Y propone medidas estrictas en el establecimiento de los respectivos presupuestos de esos países (justamente en el presupuesto, el aspecto que les quedaba –al menos teóricamente– a las legislaturas de los estados de la UE, pasaría entonces a ser directamente impuesto por los bancos y monopolios acreedores). Otra vez: control de gastos de dichos estados, con los correspondientes ajustes en salarios, etc., programa que esos estados ya han hecho al menos dos veces (caso de Grecia, España, Irlanda), y le piden aún otro nuevo ajuste. En realidad la situación es tal que casi todos los estados de la Zona Euro (incluidos los estados centrales) se encuentran endeudados:
Si bien la deuda de España es baja con respecto a los otros estados, su situación actual depende de préstamos de la UE para poder sobrevivir, luego de la crisis de 2008 y la burbuja de la construcción que arrastra desde hace años.
Mientras tanto, los pueblos y sus clases trabajadoras salen a la lucha. Todos los días hay concentraciones populares en Atenas y otras ciudades del interior de Grecia, con participación de decenas de miles y con represión policial, con gases y armas de fuego, con su séquito de heridos. En Barcelona y Madrid, como en ciudades de Portugal, los enfrentamientos con la policía son cosa de todos los días. Todos esos gobiernos están en crisis, no sólo por los levantamientos populares sino porque sus alianzas se resquebrajan. Los pueblos empujan desde abajo, y por arriba ya no pueden seguir gobernando como lo hacían hasta ahora.