En la subzona Avellaneda-Lanús teníamos un gran desafío: el acto del aniversario del Partido. Las reuniones de secretarios fueron fundamentales. Colectivas. Picantes. ¿Cuánto invitaría cada célula? ¿Cuántos invitados garantizaría cada célula? “Una cosa es invitar y otra es cuántos van”, dijo uno.
Reunión de secretarios. Reunión de células. Ida y vuelta. Ida y vuelta. Finalmente proclamamos un número de piso. General y por célula.
¿Y cuántos nuevos camaradas afiliaríamos el 21? ¿Se puede? “¿Con todo lo que hay que hacer, encima afiliar?”, dijo otro. Finalmente la mayoría de las células elaboraron su plan de afiliación, y en el mejor caso, cada camarada su propia lista.
Superamos lo proclamado para el acto aniversario. Más de 600 compañeros nos emocionamos el 21 de diciembre. En cuanto a la afiliación: no llegamos a lo proclamado en general, pero sí varias células afiliaron lo planificado. El debate sigue abierto y la batalla por afiliar a cientos, está en curso.
Escuelita de Partido
Fortalecidos por el acto de aniversario del Partido, en una reunión de secretarios resolvimos realizar una escuela en enero. Discutimos cuánto duraría, cuántas horas cada día, cómo sería la dinámica de estudio, realizamos el listado de camaradas a invitar: fundamentalmente jóvenes y afiliados nuevos; consultamos el temario.
Desocupados, jubilados, docentes, de la cultura, estudiamos cinco horas cada día durante una semana. Grupos heterogéneos, lectura e interpretación de textos, elaboración de listado de palabras “difíciles”. En la apertura hicimos un minuto de aplauso en honor a los camaradas Elena y Claudio.
Cada día tres horas de estudio en comisiones, una hora de plenario para intercambiar sobre lo estudiado y una hora para comer. En general el almuerzo no llegaba ni a media hora.
La consigna inicial fue que ninguno de los presentes explicaría nada, que cada uno expresaría o diría lo que entendió o lo que le pareció. La única “palabra santa” sería el texto. Por eso cuando lógicamente se empezaba a hablar de la actualidad o se estiraba demasiado el intercambio en algún grupo, se podía escuchar “volvamos al texto, volvamos al texto”.
Otra de las cuestiones fue tratar de avanzar en comprender que es imposible entender un texto de una vez; cada uno se quedaría con una parte, con una palabra, o como dijo una compañera: “tengo cosas en la cabeza y no sé cómo decirlas”.
Algunos se llevaban el texto para leer en casa, otros, como dijo una, “bastante con lo que estudio acá…”.
A medida que avanzaba la semana íbamos transformándonos. Los más viejos empezamos a disimular la soberbia y la ansiedad por contar lo que está escrito y los más nuevos empezaron a animarse a interpretar lo leído o escuchado.
De los primeros plenarios, donde era difícil la circulación fluida de la palabra al último, que casi nos pisábamos para intervenir.
Del primer almuerzo, formal casi en silencio, al último con risas, cargadas, sólo cinco días donde cuadros de diferente tipo y origen leímos, escuchamos, intercambiamos, sobre la teoría de nuestro Partido. En ese último almuerzo, los que quisimos contamos lo que había significado la escuela: orgullo, agradecimiento al Partido, ganas de seguir, ideas desordenadas que se habían acomodado un poco, sorpresa por haber podido estudiar, ganas de volver a la célula y seguir estudiando ahí…
Muchos nos emocionamos, brindamos y nos dimos el lujo de festejar el cumpleaños de dos compañeras.
Varios compañeros plantearon que era una lástima que por cuestiones de tiempo no hayamos podido leer “Sobre la práctica” de Mao. Ahí nomás acordamos fecha y hora para completar el programa de la escuela.
Corresponsal
Hoy N° 1752 30/01/2019