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02 de octubre de 2010

Frío

Marisol (13 años), Ceferino (22) y su beba Jésica (3 meses); Analía (14 años, hermana de Marisol) y su beba Marilyn (10 meses); Vanesa (2 años), Susana (6) y Marcela (8) murieron al incendiarse el vagón viejo donde vivían. Matías (20 años, pareja de Analía), está internado con quemaduras graves y dos chicos de 4 y 10 años lograron salvarse. Natalia Zárate, madre de las mujeres, su pareja y otros dos hijos se libraron del fuego porque estaban en una estancia trabajando de jornaleros. Las 15 personas compartían desde hacía un año el espacio de 6 metros cuadrados y delgadas paredes de madera del vagón. “Los nenes y las mamás adolescentes iban a desayunar y a almorzar a la escuela, siempre al borde de la desnutrición”, dijeron las maestras.
El frío inclemente los obligó a buscar algún abrigo. Encendieron una salamandra a leña. Cerca –nada podía estar lejos en tan poco lugar– había dos garrafas, usadas sólo para cocinar. Lo demás es fácil imaginarlo. Ocho pequeñas vidas desgajadas de la vida. Ocho prematuras muertes sin consuelo.
El hecho ocurrió la semana pasada en Villa Valeria, 428 km al suroeste de Córdoba capital. Riquísima zona sojera, donde un puñado embolsa en un mes lo que las víctimas, juntas, no podrían reunir durante toda una vida.
Jessica (17 años), Marina (15), Maxi (13) y Marcelo (11) también fallecieron durante la ola de frío, intoxicados. La ferocidad del clima los llevó a encender un poco de leña que consiguieron, en un tacho vacío de pintura. La emanación en la pieza cerrada fue mortal. La mamá, Elena Obregón, lo advirtió a la mañana, cuando no se levantaron para ir a la escuela.
Fue en el barrio Los Grillos, de la zona pobre de Pilar. La familia se mantenía con los pastelitos que cocinaba Elena y los cuatro chicos llevaban todos los días a Estancias del Pilar, la zona rica. Paraje de countries y camionetas 4 por 4, en sus restaurantes de lujo se gasta en una noche lo que a la familia Obregón no le alcanzan varios meses de trabajo para juntar.
A todas estas criaturas no las mató el frío. El Sr. Benetton, por ejemplo, dueño de casi un millón de hectáreas en la Patagonia, goza en un paisaje invernal con una temperatura de muchos grados menos. Pero en su confortable mansión las paredes son espesas y doble el vidriado; tiene aclimatación, y el fuego arde deliciosamente en hogares seguros. Cuando el Sr.Benetton o sus amigos, muy bien alimentados, salen, llevan sobre su cuerpo ropa abrigada que cuesta varias veces el sueldo anual de sus peones y obreros. El frío no mata.
Tampoco mata el designio de dios: ninguna religión habla de un dios tan cruel que aniquila a inocentes criaturas. Menos mata la pobreza, como una abstracción desprendida de la nada o del destino.
Los que matan son los que condenan a miles y miles de familias como los Zárate y los Obregón a ser pobres; a vivir en la pobreza o la indigencia. Matan y escabullen el crimen bajo el ala del frío, dios, el destino o “la pobreza” sin origen ni causa conocida.
De la pobreza nacen innumerables sufrimientos. Penurias que se descargan sobre millones de personas y que golpean sin ninguna compasión a los adolescentes y los niños. Pero la pobreza no nace de la nada. Viene de los dueños de esas enormes extensiones de tierra que podrían trabajar y no trabajan (o trabajan pagando por ellas casi todo lo que producen) miles de campesinos sin tierra. Viene del trabajo y de las toneladas de comida a bajo costo que se podrían obtener y no se obtienen de esas tierras.
La pobreza viene de la explotación cada vez más despiadada en las fábricas, pagando menos a los obreros para ganar más los monopolios, amenazando con la desocupación y manteniendo miles de desocupados para abaratar la mano de obra.
Y la pobreza viene de los gobiernos –los anteriores y éste que tenemos– que lloran lágrimas de cocodrilo para ganar el voto de los pobres, mientras su misión es asegurar que sigan fabricando pobreza el puñado de ricos.