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10 de noviembre de 2010

Para los economistas burgueses modernos hay cuatro agentes de producción (empresarios, capitalistas, terratenientes y trabajadores) que personifican  cuatro factores “naturales” de la producción (gestión, capital, tierra y trabajo), con cuatro remuneraciones diferentes e independientes entre sí (beneficio, interés, renta y salario). También hay algunos que hacen desaparecer los terratenientes, considerando la tierra como un capital y la renta como su interés. Carlos Marx, en su obra El Capital, demostró que éstas eran formas distorsionadas de la realidad, que ocultaban las verdaderas relaciones de un proceso de producción, no natural sino social e históricamente determinado: el proceso capitalista de producción; o, en otras palabras, el proceso de explotación del trabajo asalariado.

Ganancia, renta y salario

Hoy 1343 > 10/11/2010 /

Hemos visto que el capital –y el capitalista sólo es el capital personificado, sólo funciona en el proceso de producción como el portador del capital- extrae, en el proceso social de producción que le corresponde, una determinada cantidad de trabajo excedente a los productores directos, o sea a los obreros, que recibe sin equivalente y que, según su esencia siempre sigue siendo trabajo forzado por mucho que aparezca como resultado de un libre convenio contractual. Este trabajo excedente se traduce en un plusvalor, el cual toma cuerpo, a su vez, en un producto excedente.
En la sociedad capitalista, este plusvalor o este producto excedente –si prescindimos de las oscilaciones causales de la distribución y consideramos su ley reguladora, sus fronteras normativas- se distribuye entre los capitalistas como dividendos en proporción a la parte de capital social que pertenece a cada uno. Así considerado, el plusvalor aparece como la ganancia media que corresponde al capital, ganancia media que vuelve a desdoblarse a su vez en ganancia empresarial (beneficio) e interés, y bajo estas dos categorías puede recaer en diferentes variedades de capitalistas (agrarios, industriales, comerciales, etc.).

 

Esta apropiación y distribución del plusvalor, o en su caso del producto excedente, por el capital posee sin embargo su limitante en la propiedad de la tierra. Así como el capitalista actuante extrae del obrero el trabajo excedente y con éste, bajo la forma de ganancia, el plusvalor y el producto excedente, también el terrateniente extrae a su vez del capitalista una parte de ese plusvalor o producto excedente bajo la forma de la renta, según leyes anteriormente desarrolladas (en la Sección Sexta, tomo III).
Cuando aquí hablamos de la ganancia como de la parte del plusvalor que recae en el capital, pues, nos referimos a la ganancia media (igual al beneficio más el interés) que ya está restringida por haberse deducido la renta de la ganancia global (idéntica en su masa al plusvalor global); es decir, se presupone la deducción de la renta. Por tanto, ganancia del capital (beneficio más interés) y renta de la tierra son nada más que componentes particulares del plusvalor, categorías en que ésta se diferencia según recaiga en el capital o en la propiedad de la tierra, rúbricas que sin embargo nada modifican de su esencia. La suma de ambas constituye el toal del plusvalor social.
El capital extrae directamente de los obreros el trabajo excedente que se expresa en el plusvalor y el producto excedente. En este sentido puede considerárselo, pues, como productor del plusvalor. La propiedad territorial no tiene nada que ver con el proceso real de producción. Su papel se limita a hacer que una parte del plusvalor producido pase del bolsillo del capital al suyo propio. Sin embargo, el terrateniente desempeña un papel en el proceso capitalista de producción, no sólo por la presión que ejerce sobre el capital ni tampoco meramente por el hecho que una gran propiedad de la tierra sea premisa y condición de la producción capitalista –por constituir la expropiación al trabajador de las condiciones de trabajo- sino especialmente por el hecho que él aparezca como personificación de una de las condiciones más esenciales de la producción.

 

Finalmente el obrero, como propietario y vendedor de su fuerza de trabajo personal, recibe bajo el nombre de salario una parte del producto en que se representa la parte de su trabajo que denominamos trabajo necesario, vale decir el trabajo necesario para la conservación y reproducción de esa fuerza de trabajo, ya sean más pobres o más abundantes, más propicias o más desfavorables las condiciones de esa conservación y reproducción.
Ahora bien, por dispares que puedan manifestarse estas relaciones, todas tienen una cosa en común: el capital rinde año tras año ganancia para el capitalista, la tierra renta al terrateniente y la fuerza de trabajo –en circunstancias normales y mientras siga siendo una fuerza de trabajo utilizable- salario para el obrero. Estas tres partes del valor total producido anualmente y las correspondientes partes del producto total producido anualmente pueden –prescindiendo aquí de la acumulación- ser consumidas anualmente por sus respectivos poseedores sin que por ello se agote la fuente de su reproducción. Aparecen como los frutos consumibles anualmente de un árbol perenne o más bien de tres árboles, y constituyen el ingreso anual de tres clases, del capitalista, del terrateniente y del obrero, réditos que distribuye el capitalista en funciones como extractor directo del trabajo excedente y empleador del trabajo en general.

De este modo, el capitalista considera su capital, el terrateniente su tierra y el obrero su fuerza de trabajo, o más bien su trabajo mismo (pues sólo vende su fuerza de trabajo como una fuerza en acción y su precio, dentro del modo capitalista de producción, como se vio anteriormente, se presenta necesariamente como precio del trabajo mismo), como fuentes distintas de sus ingresos específicos de la ganancia, de la renta, del suelo y del salario. Y lo son de hecho, en el sentido que el capital fija una parte del valor y, por tanto, del producto del trabajo anual en forma de ganancia; propiedad territorial otra parte en forma de renta, y el trabajo asalariado otra parte en forma de salario, convirtiéndolos precisamente a través de esta transformación en los ingresos del capitalista, del terrateniente y del obrero, pero sin crear la sustancia misma que se transforma en estas distintas categorías. Por el contrario, la distribución presupone la existencia de esa sustancia es decir, el valor total del producto anual, que no es nada más que el trabajo social materializado.


(Carlos Marx, El Capital, tomo III, Sección Séptima “Los ingresos y sus fuentes”, capítulo 48, “La fórmula trinitaria”).