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25 de febrero de 2015

Grey: un perverso que odia a las mujeres

Una película conservadora bajo el disfraz del erotismo

Cincuenta sombras de Grey es el título de la trilogía de la británica L.E James que ha despertado revuelo en la crítica literaria y cinematográfica, a raíz del récord de ventas que viene alcanzando, desde el lanzamiento del primer libro hasta el estreno de la primera entrega de este film (dirigido por Sam Taylor-Johnson y producido por Universal Pictures) que promete una segunda parte. Una literatura que tiene como lectoras modelo a mujeres entre treinta y cuarenta años, que han acumulado experiencias, desilusiones y sumado cicatrices en el amor. Por lo cual, no es un detalle menor que el estreno mundial de la película haya sido el 14 de febrero, Día de los enamorados o Valentine day, como le denominan en Estados Unidos.
En pocas palabras: Se trata de la historia de Anastasia Steele (Dakota Johnson), una estudiante de literatura y Christian Grey (Jamie Dornan). Ella virgen todavía, él un galán de 27 años millonario que nunca conoció el amor y por lo tanto no permite que lo toquen, pero que se expresará sexualmente con violencia física y todas las formas posibles de clichés del género erótico. Anastasia utilizará esa información y permitirá que el señorito Grey la someta con el objetivo de “transformarlo”, de convertirlo en ese buen hombre que evidentemente Anastasia y, en la fantasía, miles de espectadoras sueñan.  
No es el objetivo de este comentario hacer un análisis estético del film. Solo para señalar aspectos de esta mercancía: ambos reúnen los estándares de belleza; Grey –como amo- exhibiendo su cuerpo sometiendo a Anastasia nos evoca a las publicidades de desodorantes Axe. El trabajo del personaje de Anastasia –kilómetros luz de los personajes de Jane Austen, donde las mujeres son las que eligen, Orgullo y prejuicio- se reduce a pasividad, sometimiento, gemidos y miradas de éxtasis en ese frío mundo de Grey. 
No son las herramientas del masoquismo, el sexo explícito, la falta de transformación y la frialdad de los personajes lo que hace cuestionar a esta película categorizada en el género masoromanticista, es la concepción de romance y de pasión que pretenden vender a las mujeres con películas y novelas con este peculiar tono romántico. En el juego de Grey, Anastasia firma un acuerdo de confidencialidad en el que accede a un control y vigilancia absoluta de toda su vida, desde la elección de comida, bebida y cómo se viste. A cambio, él le regala lujos. Sometimiento total, disfrazado de proteccionismo. ¿Algo nuevo?
La pregunta es: ¿Es posible transformar a un Grey en nombre del amor? No, no es posible, aunque en la literatura y la filmografía esté trillado de paces entre clases: “Viste… al final él no era tan malo; él la hacía sufrir, pero ella fue más inteligente, le mostró el amor y lo transformó”. 
Bajo el disfraz de su erotismo y su tono atrevido, se trata nada más y nada menos de una película conservadora porque mantiene vigente valores machistas. 
¿Qué pasaría en nuestro país si una pareja se atreviese al “juego” de sometimiento y dominación como hacen Anastasia y Grey cuando ella entra a la sala roja? Lejos de toda esa imagen minimalista y estéticamente elaborada de las Cincuenta sombras de Grey, tendríamos un cuerpo de mujer mutilado, ensangrentado, lleno de hematomas y de denuncias en la comisaría. Denuncias sin respuestas porque la ley está hecha para los Grey. Tendríamos un cuerpo arrojado en un container de la basura o en la vera de un arroyo, sin rastros de belleza, sino impregnado en semen, sangre y con olor a días de descomposición. Tendríamos movidas y marchas pidiendo justicia por Anastasia.
¿Qué nuevo para el erotismo de las mujeres aporta esta película? Nada. Es una película más que –paradójicamente escrita y dirigida por mujeres– bajo el engaño de “película para chicas”  es el hombre el que somete y el que goza, no al revés. 
En la ficción, Anastasia logra la “aspiración” dentro del juego de Grey: coche de lujo, ropa, zapatos, salidas, etc. En la realidad, Grey sigue lastimando a otras mujeres, a millones de espectadoras que visitan las salas de cine del mundo.