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02 de octubre de 2010

Hablemos de violencia… y de violentos

Hoy 1244 / 25 de noviembre, día internacional contra la violencia hacia las mujeres

No lo veo directamente. Ni su cara. Siento el olor fuerte del perfume que usaba y de pronto unas pisadas pesadas en el suelo y que toda la tierra a mi alrededor se mueve. Entonces veo una huella grandota. Como de animal grande. Grito pero la voz no me sale.” ¿Una película de terror? No: es la repetida pesadilla de Elizabeth Díaz, relatada en un reportaje de Marta Platía (Clarín, 10/11/08). Eli, violada desde los 9 años por Arturo Benavídez, su patrón, quedó embarazada a los 18, y el 8 de febrero de 2006, tras un parto secreto y solitario, mató a la niña producto de la violación y fue encarcelada. La movilización de sus ex maestras y vecinos, y un juicio con jurado popular, hicieron posible en noviembre de ese mismo año su absolución. La reacción de su pueblo de San Javier, Córdoba, obtuvo también el juzgamiento del violador, que la semana pasada fue condenado a 8 años de prisión. Aunque la condena es insignificante para la magnitud del daño ocasionado a la víctima, Eli se mostró satisfecha “porque me creyeron a mí”.
Las palabras de Elizabeth Díaz alumbran con transparente claridad el lado más oscuro de hechos brutales como el que padeció: un sistema social que avala el sometimiento de la mujer, y la condena al silencio, ya que concede a su palabra poco o ningún valor.
En el reportaje mencionado Eli cuenta: “Nunca sentí que valiera algo. Siempre sentí que no era nada”. “A veces pienso que tuve suerte en algo: como yo era tan chiquita, tan ignorante, eso me ayudó a llegar viva hasta hoy. Creía que la vida de las mujeres era sufrir y obedecer. Ahora sé que no es así.” En el extremo opuesto, Romina Tejerina, una adolescente que no quería someterse a ese “destino” de sufrir, por un hecho parecido no fue absuelta: fue condenada a 14 años de prisión. Y si la valentía de sus abogados y la movilización del movimiento de mujeres hizo posible que la condena no fuera mayor, la lucha fue cruenta y difícil, y aún continúa por su libertad. Tampoco fue fácil aunar el apoyo popular. Las viejas ideas sobre las mujeres siguen en pie: la que va a los bailes, o usa la pollera corta, es culpable; no hay violador. El juez Héctor Tizón, que además es escritor célebre y reputado de “progresista”, públicamente desmintió a Romina y naturalizó la violación dentro de la sociedad jujeña en la que vive e imparte esa ciega “Justicia”.

Las mil formas de violencia
Eli y Romina son apenas dos casos entre miles y miles; la mayoría no sale a la luz. Mujeres y niñas que viven a diario la pesadilla de la violación. Violencia extrema que se suma a otras violencias: los golpes, físicos y psicológicos, a veces hasta la muerte; las humillaciones; el acoso laboral; la riesgosa clandestinidad de los abortos; la discriminación; el secuestro y la esclavización sexual. El movimiento de mujeres avanzó en la denuncia y la exigencia de medidas concretas, y el caso de Romina Tejerina es un hito. Si las páginas policiales empezaron a reflejar casi a diario estos hechos de violencia contra las mujeres no es sólo porque se siguen sumando: es también porque muchas más –y muchos más- se atreven hoy a denunciarlos.
Sin embargo, crecen también desmesuradamente formas nuevas o renovadas de explotación y violencia contra las mujeres, como la trata (tráfico de personas, en este caso mujeres y niñas), la esclavización sexual, la prostitución infantil. Según estimación de las Naciones Unidas habría 27 millones de esclavos en el mundo, que producen una ganancia de 31 mil millones de dólares (Corriere della Sera, 13/2/2008). El 77% de esas víctimas son mujeres (igual fuente). El 87% del mercado esclavo está ligado al comercio sexual.
En nuestro país, casos como el de Marita Verón, Fernanda Aguirre, Florencia Penacchi, son muestras de nuestra “integración” a ese mercado. También en estos casos fue extendido sobre los denunciantes –las madres, la familia- y las propias víctimas, un manto de dudas. Quiénes eran, qué hacían, si irse fue una decisión personal, etc. etc. Investigación de la víctima e impunidad de los verdugos.
Una y otra vez, cualquiera sea la forma que toma la violencia contra las mujeres, se trata de mantenerla en el ámbito de lo individual y lo privado. Y a poco de escarbar, se encuentra que se trata de una violencia social, que nos involucra a todos, e involucra al poder público. Son las profundas ideas sobre la mujer y la naturalización de un lugar de opresión dentro de este sistema social, los que alientan dramas como el de Eli y Romina. Son ésas las ideas en que se amparan violadores y golpeadores. Son leyes y jueces apoyados en esas ideas los que les garantizan impunidad.
Ser hombre y ser patrón es un doblete que suma poder, dentro de un sistema social que naturaliza la explotación de las personas. Explotación que no se detiene ante los negocios más aberrantes, y entre ellos está el tráfico de mujeres y niñas. Un sistema que se resguarda en base a la violencia, y que por eso mismo la perpetúa.

Una fecha simbólica
La lucha contra la violencia hacia las mujeres no es una “cosa de las mujeres”: es un deber para cualquier revolucionario. Lucha diaria, y en todos los terrenos (aún los familiares y conocidos). La elección del “Día internacional” que conmemoramos es, al respecto, un símbolo: un 25 de noviembre de 1960 eran torturadas, violadas y asesinadas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal Reyes en República Dominicana. Las tres hermanas estaban enroladas en la resistencia clandestina contra el dictador Rafael Trujillo. Se cuenta, además, que la mayor de ellas, siendo estudiante, había desairado como mujer al dictador. El 1981, el Primer Encuentro Latinoamericano en Bogotá, Colombia, decidió la jornada internacional. La fecha reúne así la violencia de género a lo social y lo político, y a la lucha por la liberación de toda opresión.