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13 de febrero de 2019

Sobre el Estado (primera parte)

Hubo un tiempo en que no existió Estado

Antes de que naciera la división de la sociedad en clases existía una organización comunista primitiva. No había ningún aparato especial para emplear sistemáticamente la fuerza y coaccionar a los hombres; es decir, no había Estado.

En condiciones de una producción extremadamente rudimentaria, las relaciones sociales, la disciplina y la organización del trabajo se mantenían por la fuerza de la costumbre o por la autoridad de que gozaban los ancianos o las mujeres (que entonces estaban equiparadas al hombre o muchas veces ocupaban una posición superior a él).

Hace muchos miles de años los hombres vivían en pequeñas tribus y se hallaban en condiciones muy cercanas al salvajismo.

En su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Federico Engels desarrolla en detalle, siguiendo el estudio de Morgan (La sociedad antigua), la constitución social en la que vivían desde el siglo XV los iroqueses, pueblo indígena de Estados Unidos. “Aquí podemos estudiar –escribe Engels– la organización de una sociedad que no conocía aún el Estado. El Estado presupone un poder público particular separado del conjunto de los respectivos ciudadanos que lo componen”.

Basándose en diversas investigaciones, Engels subraya que en tiempos prehistóricos, los griegos y los romanos muestran básicamente ese mismo tipo de unidad social, la gens, que Morgan descubrió entre los iroqueses.

En síntesis, la gens se distinguía por lo siguiente: “Sin soldados, gendarmes ni policía, sin nobleza, sin reyes, gobernadores, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marcha con regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la colectividad, a quien conciernen, la gens o la tribu, o las divisiones de gens entre sí; sólo como último recurso, rara vez empleado, aparece la venganza, la cual no es más que una forma civilizada de nuestra pena de muerte, con todas las ventajas y todos los inconvenientes de la civilización. No hace falta ni siquiera una parte mínima del actual aparato administrativo, tan vasto y complicado, aun cuando son muchos más que en nuestros días los asuntos comunes, pues la economía doméstica es común para una serie de familias y es comunista: el suelo es propiedad de la tribu, y los hogares sólo disponen, con carácter temporal, de pequeñas huertas. Los propios interesados son quienes resuelven las cuestiones, y en la mayoría de los casos una usanza secular lo ha regulado ya todo. No puede haber pobres ni necesitados: la familia comunista y la gens conocen sus obligaciones para con los ancianos, los enfermos y los inválidos de guerra. Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres. No hay aún esclavos, y, por regla general, tampoco se da el sojuzgamiento de tribus extrañas”.

En el momento de la conquista de nuestra América, la economía y la organización social de nuestros antepasados indígenas se encontraban en diferentes estadios de desarrollo. Como analiza Otto Vargas en su libro Sobre el modo de producción dominante en el Virreinato del Río de la Plata, en los grandes imperios –azteca e inca– existía una división en clases pronunciada, casi había desaparecido la organización en tribus, se imponía la organización territorial sobre la organización gentilicia y se había construido un Estado poderoso; en cambio, otras sociedades se encontraban en el salvajismo, como los tehuelches y pehuenches, que eran cazadores y recolectores nómades que dominaban el arco, la flecha y la rueda. Los guaraníes, que se extendieron por el oriente de América del Sud hasta el Río de la Plata, practicaban un cultivo semimigratorio, no sedentario ni intensivo como el de los indios andinos, la tierra era un bien común, los jefes de tribu eran electos en asamblea popular y trabajaban su propia parcela.

Otto Vargas se refiere a los inicios de la domesticación de animales y de la agricultura en la región andina, unos 6.000 años antes de Cristo. En un proceso, en algunos milenios, “la banda trashumante fue reemplazada por la comunidad aldeana. Esta, manteniendo los lazos de consanguinidad, era una organización multifamiliar (varios padres con sus hijos) en la que el papel de la mujer era muy importante y en donde la opinión de sus miembros, el ‘consejo’, reemplazaba al jefe de la banda”. (Ob. Cit.)

Las investigaciones científicas revelan en todos los continentes una misma ley, una misma lógica interna de evolución: primero –en condiciones de un desarrollo muy limitado y rudimentario de las fuerzas productivas– una sociedad comunista primitiva, sin clases, sin aristocracia; luego la división de la sociedad en clases, sobre la base de la división social del trabajo, requerida por los cambios tecnológicos, y el surgimiento del orden social esclavista y del Estado, es decir, un aparato especial que se destaca del seno de la sociedad y se pone por encima de ésta, compuesto por personas dedicadas exclusivamente a gobernar a los demás, para lo cual necesitan un instrumento especial para ejercer la coerción sobre ellos y someter su voluntad por la fuerza.

Entre los iroqueses, el pueblo, hombres y mujeres, rodea a la asamblea del consejo e influye en sus determinaciones tomando la palabra. Entre los griegos de los tiempos a los que se refieren los poemas de Homero, hay una asamblea del pueblo (ágora), convocada por el consejo para decidir los asuntos importantes: cada uno podía hacer uso de la palabra. Cada miembro de la sociedad tenía el derecho efectivo a intervenir en las decisiones porque tenía asimismo el poder necesario para ejercerlo. En aquella época –escribe Engels–, en que todo miembro masculino adulto de la tribu era guerrero, no había aún una fuerza pública separada del pueblo y que pudiera oponérsele” (Ob. Cit.).

Hoy N° 1754 13/02/2019