Las declaraciones del primer ministro de Hungría, Víctor Orban, realizadas el 23 de julio, suscitaron un violento rechazo. Fueron pronunciadas en una zona de Rumania donde hay una gran población de origen húngaro.
Orban rechaza a los migrantes venidos de África, que no admite ni como refugiados, e incluso hay barreras para impedir su ingreso, pero esta vez habló del «gran reemplazo» y contra «la mezcla de razas», contra una sociedad multiétnica.
Esto desató no solo una oleada de críticas, sino también renuncias en su gobierno. Su asesora Zsuzsa Hegedüs renunció por considerar las declaraciones de Orban como «un puro texto nazi».
Ned Price, portavoz del Departamento de Estado de EEUU, leyó una declaración de Deborah Lipstadt, enviada de Estados Unidos contra el antisemitismo diciendo que a 75 años del holocausto esta retórica era inexcusable. El ministro de Relaciones Exteriores de Rumania dijo que las declaraciones eran inaceptables y que era rechazable que hubieran sido dichas en territorio rumano.
Orban se defendió diciendo que su gobierno tiene tolerancia cero al antisemitismo y al racismo. Y siguió haciendo declaraciones aclaratorias.
El problema es que Orban se considera amigo de Putin, aunque desde la invasión a Ucrania evita nombrarlo.
Se opuso a las sanciones ante la invasión y a las reducciones de un 15 % del consumo de gas, aunque termino votándolas. El canciller húngaro Szijjarto viajo a Moscú y se reunió con Lavrov para pedir 700 millones de metros cúbicos de gas para el próximo invierno. Putin había sido uno de los primeros en felicitar a Orban cuando fue reelecto en abril.
El problema es mayor en cuanto a las perspectivas para la guerra en Ucrania si se tiene en cuenta que Georgia Meloni, de extrema derecha y racista, del partido Hermanos de Italia, podría ser elegida como primer ministra en las elecciones del 25 de septiembre y formaría gobierno con La Liga, de Matteo Salvini, que simpatiza con Rusia. Este gobierno estaría mucho menos alineado con la Unión Europea.
Hoy N° 1924 03/07/2022