Los indicadores de mortalidad infantil o desnutrición son muy utilizados en la epidemiología positivista para medir la calidad o la eficiencia de los sistemas de salud de un país. Si los datos no fueran manipulados, como sucede en el nuestro, podrían dejar información útil para mejorar o corregir las acciones de salud, a sabiendas que es una información numérica que nunca nos permitirá comprender cuál es la esencia del problema.
Ya en 1848 Rudolf Virchow, ante una epidemia de tifoidea en los obreros del carbón en Alta Silesia, determinaba que las causas de la misma eran sólo en parte debidas al bacilo productor y que lo esencial eran las pésimas condiciones de existencia de los trabajadores de las minas y sus familias. La vida encontró a Virchow poco después con un fusil en la mano en la Revolución Prusiana.
Un siglo después Ramón Carrillo sentaba las bases para una epidemiología popular afirmando que los microbios eran una pobre causa de enfermedad frente a la falta de trabajo, de educación y de vivienda dignos. Además afirmaba que la obligación del estado para con la salud del pueblo no era una cuestión de beneficencia o solidaridad sino un derecho humano a la salud. En seis años disminuyó la mortalidad infantil de 300 por mil a 60 por mil.
Entonces debemos separar la cifra positivista y manipulada del índice, de la comprensión real del problema. Para comprender realmente el problema tenemos que mirar a las condiciones concretas de existencia del pueblo, desnaturalizando lo que se nos vende como natural y mirar críticamente la realidad. La miseria y la exclusión instaladas en Tucumán y el país. Familias enteras en condiciones de calle. Chicos de 5 o 6 años, enflaquecidos y tristes, limpiando vidrios o vendiendo flores en los semáforos por la noche. Adolescentes embarazadas en plena infancia dando a luz a chicos desnutridos y prematuros. Violencia de género y trata de personas rampantes. Inseguridad cotidiana. Hospitales atiborrados de gente, con largas listas de espera para cirugía y crónica falta de materiales, manejados por contadores aplicadores del ajuste que cuentan cuánto cuesta la gente y cuánto se puede ahorrar en su atención. Mirar críticamente (científicamente) las condiciones concretas de existencia de la gente nos muestra que las cifras de los índices no son reales, son mentirosas y se las manipula desembozadamente, desde el estado provincial y nacional, para mantener la gobernabilidad.
Por ello sostengo, afirmo y reafirmo, que las cifras de los indicadores no son verdaderas porque no son compatibles con lo que la realidad nos muestra. En esas condiciones de miseria, exclusión y pobreza no existe disminución de la mortalidad infantil ni de la desnutrición.
En el estado actual de la ciencia es posible curar muchas enfermedades. Y ello está muy bien. Pero curar es solo uno de los aspectos. El otro aspecto es cuidar a la gente para mantenerla sana. Desde Virchow y Ramón Carrillo el derecho a no enfermarse es incuestionable y necesario. Y posible. Para ello deberán diseñarse políticas de estado destinadas a respetar los derechos humanos de toda la sociedad y no solamente los derechos de las clases dominantes. Las políticas del Estado de las clases dominantes se basan en “hacer lo que es posible”. Sólo un Estado democrático y popular puede diseñar políticas destinadas a “hacer posible lo necesario” en trabajo, vivienda, educación, salud, seguridad y todo lo que sea necesario para cuidar el capital humano de la nación.
Diciéndolo de otra manera, el derecho humano a no enfermarse está sólo en el discurso de los Alperovich, los Kirchner y de los candidatos oportunistas liberales que se postulan para hacerse cargo del gobierno. Sólo un gobierno de amplia unidad popular podrá llevar a cabo una política que haga posible lo necesario.