En los primeros años del siglo XX, el movimiento obrero argentino y sus organizaciones gremiales y políticas dieron un gran salto adelante. La expansión de la economía argentina trajo aparejado un crecimiento de trabajadores del campo y de la ciudad, sometidos a condiciones de tremenda explotación. Estando en lucha los estibadores del Puerto de Buenos Aires, los obreros del Mercado Central de Frutos, los conductores de carros, etc., y convocada por la Federación Obrera Argentina (FOA), estalla el 22 de noviembre de 1902 la primera huelga general del movimiento obrero argentino.
El paro del puerto de Buenos Aires, lugar clave de la economía argentina, enfureció a la oligarquía. El gobierno del general Roca, con la aprobación de senadores y diputados, implantó el Estado de Sitio y la tristemente célebre Ley de Residencia (número 4144), para expulsar a los extranjeros acusados de agitadores. La policía y el Ejército ocuparon las calles, desencadenándose una brutal represión sobre el movimiento obrero.
La huelga fue derrotada, pero su desarrollo fue de gran importancia, mostrando la enorme capacidad de lucha y el potencial revolucionario del proletariado argentino. Desnudó ante las grandes masas el carácter reaccionario del Estado de los terratenientes, grandes burgueses intermediarios y el imperialismo, expresado políticamente por el gobierno de Roca.
Ya aparecía la necesidad de una fuerte organización del proletariado para poder enfrentar con éxito a ese Estado. Y en el seno del movimiento obrero estaba abierta una gran lucha de líneas, que se daba principalmente entre los anarquistas y los socialistas.
El socialismo, impregnada su dirección por el revisionismo, absolutizaba la lucha política y parlamentaria. El anarquismo, tejido por tendencias espontaneístas, sindicalistas e incluso antiorganizadoras, absolutizaba la lucha económica. Ambos, al crear un abismo entre la lucha económica y la lucha política, eran impotentes para organizar la fuerza revolucionaria que necesitaba el proletariado.
En 1903, el movimiento obrero se dividió en dos centrales sindicales: la FORA dirigida por los anarquistas y la UGT que dirigían los socialistas. En ambas, predominaban concepciones no marxistas que dificultaron el avance del movimiento obrero.
Durante los años 1903 y 1904 se triplicaron las huelgas, destacándose las de ferroviarios, azucareros y obreros de la carne. En febrero de 1905 se produce una nueva insurrección radical contra el régimen oligárquico.
Pese a la intensificada represión de los gobiernos oligárquicos (clausura de locales, prohibición de la prensa obrera, la militancia sindical es considerada delito. etc.), las organizaciones sindicales se van desarrollando y fortaleciendo. Ya para fines de 1905 la mayoría de los gremios habían conquistado la jornada de 8 ó 9 horas y logrado aumentos de salarios. Entre 1906 y 1910 crecen las luchas y se extienden a varias provincias.
El 1º de Mayo de 1909, una concentración convocada por la FORA en plaza Lorea, fue violentamente reprimida con un saldo de 11 muertos y cientos de heridos. La FORA, la UGT y los sindicatos autónomos forman un comité de huelga y declaran la huelga general.
El 3 de mayo se inició la lucha. Trescientas mil personas acompañaban los restos de los asesinados. La policía dirigida por el coronel Falcón cargó sobre la columna dejando un saldo de varios muertos.
La huelga sigue y dura ocho días. El Ejército y la policía acompañados de bandas “nacionalistas”, “niños bien” de la oligarquía, se lanzan sobre los barrios obreros para quebrar la organización y romper el movimiento. Asaltan e incendian círculos culturales, bibliotecas y locales obreros.
Pero el movimiento no pudo ser aplastado. El gobierno debió negociar y aceptar todas las peticiones obreras. Por primera vez en nuestra historia, sobre la base de una huelga general, el movimiento obrero lograba semejante triunfo. Habían pasado 19 años desde aquella primera conmemoración del 10 de Mayo de 1890. Diecinueve años de experiencias de lucha protagonizadas por grandes masas explotadas que, a través de su práctica, fueron tomando conciencia de su fuerza como clase.
Un año después cuando se preparan los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, ante el llamamiento a la huelga por la derogación de la Ley de Residencia y el cumplimiento de la promesa de liberar los presos sociales, el gobierno desencadena una feroz represión al movimiento obrero. Se decretó el Estado de Sitio y se sancionó la Ley de Defensa Social, para reprimir al movimiento sindical. Fueron apresados más de 2.000 obreros, cien deportados y otros tantos confinados en Ushuaia. Así conmemoraba la oligarquía el Centenario.
Sacando fuerzas de su flaqueza, y en el marco de una nueva crisis económica iniciada en 1910, el movimiento obrero continuó sus luchas. Esto estimuló a otros sectores populares.
En Macachín, La Pampa, se levantaron los campesinos exigiendo la abolición de los contratos esclavistas y los pagarés en blanco. Pese a que el gobierno envió tropas para reprimir, la huelga triunfó.
En junio de 1912 estalló en el sur de la provincia de Santa Fe, la huelga conocida como el Grito de Alcorta. La lucha se desató contra los altos arrendamientos y los contratos leoninos y se extendió rápidamente hacia el norte de la provincia de Buenos Aires y el sur de Córdoba y Entre Ríos. Pese a la represión el movimiento triunfó, surgiendo la Federación Agraria Argentina.
El Grito de Alcorta señalaba el comienzo de una nueva etapa en la historia de las luchas campesinas argentinas. Hacía su aparición en el corazón de la pampa húmeda un nuevo torrente del otro gran protagonista de la revolución, poniendo en evidencia ante grandes masas las nefastas consecuencias del latifundio, grandes extensiones de tierra monopolizadas por la oligarquía terrateniente. “La tierra para quién la trabaje”, pasó a ser una de las banderas del movimiento agrario.
Con el desarrollo de las luchas obreras y campesinas, fue creciendo una corriente revolucionaria dentro del movimiento sindical y dentro del Partido Socialista, corriente que reivindicó el marxismo y el carácter clasista del socialismo.
La posibilidad de una convergencia obrerocampesina con sectores burgueses y pequeñoburgueses que tras las banderas del radicalismo enfrentaban al régimen conservador, ponía en riesgo el poder de las clases dominantes, que a su vez se encontraban horadadas por la agudización de la disputa interimperialista que llevaría a la Primera Guerra Mundial. Terciando en la tradicional disputa entre ingleses y franceses, desde fines del siglo pasado habían ido adquiriendo un importante peso interno otros intereses imperialistas, como los italianos, los belgas y particularmente, los alemanes. Cuando la disputa de estos con los ingleses pasa a ser la principal, en la primera década de nuestro siglo, comienzan a terciar también aquí los imperialistas yanquis.
En estas condiciones, la oligarquía elige el mal menor. Concede en 1912 el voto universal masculino, secreto. Hace jugar a su favor la fiebre electoralista de conciliación con la oligarquía y el imperialismo, predominante tanto en el socialismo como en el radicalismo. Esto condicionará todo el desarrollo posterior del movimiento democrático. El inicio de la guerra en 1914, entre las potencias atlánticas (principalmente Inglaterra y Francia) y los imperios centrales (Alemania y Austria, Hungría), ahondará la división interna de la oligarquía, a la vez que debilitará transitoriamente la opresión imperialista sobre nuestro país. Así, a través de elecciones, el radicalismo llega al gobierno nacional en 1916.
El carácter de clase del gobierno radical y su considerable relación con la oligarquía, determinaron que el triunfo electoral del radicalismo no significara el fin del Estado de los terratenientes, la gran burguesía intermediaria y el imperialismo, aunque se recortasen algunos privilegios de esos sectores.
El proletariado crecía y se lo admiraba por sus luchas. Pero carecía del Partido que le permitiera participar activamente, con independencia, en la revolución democrática y, en su curso, tomar su dirección política, ya que, por su línea, ni socialistas, ni anarquistas podían hacerlo.