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31 de agosto de 2011

Islandia, el pequeño país de la Europa boreal, está sumido en una profunda crisis desde el 2008, sus habitantes han logrado bloquear la salida neoliberal y conseguido conquistas importantes, sin embargo esto no ha tenido mayor repercusión en los medios mundiales.

Islandia y su triunfo con la deuda externa

Hoy 1384 / El pueblo no quiso pagarla

Efectivamente desde el 2008 una sucesión de acontecimientos políticos impulsados por fuertes movilizaciones sociales han forzado la renuncia en bloque del gobierno y el adelanto de las elecciones; la convocatoria a dos referéndum populares que culminaron con el voto masivo por el no pago de la deuda; el enjuiciamiento y encarcelamiento de los banqueros y funcionarios y la posibilidad de contar con una nueva Constitución Nacional. Sin embargo solo las redes alternativas (Rebelión entre ellas) y algunos portales (como el Cadtm) han hecho circular estas informaciones, que en su gran mayoría han sido ignoradas por los medios tradicionales.
En el 2007 ascendió al primer lugar en el índice de desarrollo humano del PNUD, muy por delante de países como los Estados Unidos, Francia o el Reino Unido. En el 2009 fue calificado por la ONU como el tercer país más desarrollado del mundo, siendo ranqueado su PBI “per cápita” entre los primeros diez.
Todo tuvo inicio cuando a partir de la privatización bancaria el gobierno impulsó una política de “vivienda propia”, que los bancos apoyaron con créditos hipotecarios de fácil acceso y cuyas cuotas estaban atadas a la evolución de los precios, pero no a la de los salarios. A la par que el consumo fue alentado con créditos de corto plazo. Cuando en el 2008 el déficit de balanza comercial obligó a devaluar la moneda nacional un 50 por ciento, la inflación se disparó y esas cuotas resultaron impagables. Para financiar todo ese festival crediticio los bancos tomaron fondos en el mercado mundial, especialmente en Gran Bretaña y Holanda. Al momento del estallido el endeudamiento bancario superaba en diez veces al PBI nacional. Resultado: más de la tercera parte de la población está sobreendeudada, 13.000 viviendas fueron embargadas y decenas de miles de familias ingresaron en la pobreza.
Sin embargo la resistencia de la población de este pequeño país ha roto con la política de “lo posible” y ha conseguido logros significativos. La secuencia de estos hechos es por demás significativa:
En 2009 las movilizaciones y manifestaciones callejeras, incluidos cacerolazos a lo argentino, rechazaron el plan de ajuste del FMI, hicieron renunciar al gobierno y obligaron a convocar elecciones anticipadas. El nuevo gobierno intentó por ley imponer una reestructuración de la deuda, que alcanza a los 3.500 millones de euros, que implicaba que cada familia pagara 100 euros por mes durante 15 años.
En 2010 la población nuevamente en las calles rechaza esta ley, el presidente decide entonces no ratificarla con su firma y convoca a un Referéndum Popular. El 93 por ciento de los votantes se expresa por el no pago de la deuda. En paralelo se desenvuelve una investigación sobre las responsabilidades de la crisis que concluye con varios banqueros y funcionarios enjuiciados y presos, mientras otros huyen del país.
En 2011 un nuevo referéndum ratificó el no pago por el 60 por ciento de los votos.
La actual crisis financiera estimuló esta necesidad y abrió el debate político por lo que el Parlamento resolvió la creación de la Asamblea Constituyente, para la cual fueron elegidos por el voto popular 25 representantes (10 mujeres y 15 hombres), entre los más de 500 que se postularon. Sin embargo antes que se iniciaran las deliberaciones la elección fue invalidada por el Tribunal Supremo por vicios procedimentales. La Asamblea fue transformada entonces en Consejo Constitucional, integrado por las mismas personas antes elegidas, comenzaron a sesionar a principios de abril en tres grupos, las reuniones son públicas y se pueden consultar en un sitio web. Debe elevar sus propuestas y conclusiones a fines de julio próximo.
Más allá del resultado final de esta crisis, Islandia muestra que es posible pensar en salidas alternativas, que no es imprescindible salvar a los bancos como paso previo a cualquier otra medida. Que es posible romper con el posibilismo que impone el cerco neoliberal y hacer que los costos no los paguen los que siempre los pagan. Que hay otro camino que implica decisiones no solo económicas sino fundamentalmente políticas y democráticas.
La importancia económica no es en realidad significativa para el resto de Europa, pero sí su contenido político. En rigor un mal ejemplo. Tal vez ésta resulte la principal razón de porqué tienen tan poca prensa los acontecimientos que desde hace más de dos años se desenvuelven en Islandia.