Lideró en Salta, junto con Loreto Sánchez de Peón, una red femenina de espías, que actuó con reconocido coraje y eficacia, que determinó que el jefe realista comentase al virrey del Perú que las mujeres de las estancias fuesen, cada una de ellas “una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de este ejército”. Denunciada y apresada fue condenada a morir tapiada en su propio hogar; una vecina patriota
horadó la pared y la proveyó de agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados. De allí en más su apodo fue “la Emparedada”.
Pacho O´Donnell; La Nación, 30/4/10.