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08 de septiembre de 2020

8 de septiembre de 1943

Julius Fucik

Julius Fucik fue un gran escritor y periodista comunista checoslovaco, que nació el 23 de febrero de 1903 en Smichov, barrio obrero de Praga, capital de la actual República Checa. Lo fusilaron los nazis el 8 de septiembre de 1943. En su homenaje se conmemora el Día Internacional del Periodista.

Julius Fucik trabajó como obrero, y desde joven se dedicó a escribir. Se afilió a los 18 años al Partido Comunista de Checoslovaquia. Escribió en varios periódicos vinculados al PC, incluido su órgano central. En 1938 los comunistas fueron ilegalizados y sus publicaciones prohibidas. Fucik siguió escribiendo en la clandestinidad.

En mayo de 1939 el ejército nazi ocupa Checoslovaquia y Fucik es intensamente buscado. Tras caer el Comité Central del PC, Fucik colaboró con su reconstitución y aseguró la publicación ilegal de su prensa. Los nazis persiguieron brutalmente a los patriotas checos y a los comunistas.

Fucik cayó el 24 de abril de 1942. El 25 de agosto de 1943 fue “juzgado” en Berlín tras ser ferozmente torturado. En el juicio planteó “Me hice comunista porque no podía ni quería resignarme a sufrir el régimen capitalista… ahora van a dictar su sentencia. Conozco su contenido. La muerte a ese hombre. Mi veredicto acerca de ustedes lo he dictado hace ya mucho tiempo, escrito con sangre de la gente honrada de todo el mundo: ¡Muera el fascismo, muera la esclavitud capitalista! ¡La vida al hombre! ¡El porvenir al comunismo!”.

Desde la celda de la Gestapo nazi escribió en hojas sueltas que le proveía uno de sus guardianes, en realidad un hombre del PC infiltrado, que se aseguró de sacar los escritos de Fucik de la cárcel y hacérselos llegar a Gusta Fuciková, su compañera, que había sobrevivido a la prisión de los ocupantes hitlerianos.

Así nació esa obra que todo comunista debe leer: Reportaje al pie del patíbulo, un canto a la vida que sólo un revolucionario convencido de que vendrá un mundo mejor podía escribir. Ese mundo que vio edificándose en la Unión Soviética a comienzos de la década de 1930. De ese viaje surgió un libro titulado significativamente: En el país donde nuestro mañana ya significa ayer.

Fucik, antes de su Reportaje al pie del patíbulo era ya uno de los más importantes escritores e investigadores de su generación en Checoslovaquia. Dejó inconclusos importantes trabajos de rescate de los escritores tradicionales de su país, incluido el poeta Jan Neruda.

La firmeza de sus convicciones es la que lo llevó a sobrellevar la tortura con entereza y preocupación por sus camaradas detenidos. La misma firmeza que lo llevó a decir ante los jueces nazis: “Sé que seré condenado y que mi vida llega a su fin, pero también sé que hice lo que pude por nuestra victoria. Estoy seguro de que seremos los vencedores. Nosotros morimos, pero otros vendrán a continuar nuestra obra”.



Reportaje al pie del patíbulo

Cantamos cuando nos sentimos tristes; cantamos cuando el día es alegre; acompañamos con nuestro canto al camarada que se va y con quien quizás nunca nos volvamos a encontrar; cantando recibimos las buenas noticias del frente oriental, y también cantamos por placer, como cantan los hombres desde siempre y como seguirán cantando mientras existan. No hay vida sin canto, como no hay vida sin sol.

La muerte es más sencilla de lo que tú creías, y el heroísmo no tiene vanagloria. Pero el combate es aún más cruel de lo que podrías suponer, y para perseverar y llegar a vencer, para eso hace falta una fuerza inconmensurable. Lo notas todos los días en la acción, pero casi nunca llegas a percibirla por completo. Todo parece tan evidente, tan natural.

Un buen día, el hoy será el pasado y se hablará de una gran época y de los héroes anónimos que han hecho historia. Quisiera que todos supiesen que no hay héroes anónimos. Eran seres con nombres, con rostros, con deseos y esperanzas, y el dolor del último entre los últimos no fue menor al del primero, cuyo nombre se venerará.

Hemos vivido por la alegría, por la alegría hemos ido al combate y por la alegría morimos. Que la tristeza no sea unida nunca a nuestro nombre.

 

Escribe Germán Vidal