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22 de agosto de 2012


«La basura de Europa”

Hoy 1433 / Crónicas proletarias

Las clases dominantes que triunfaron en la conformación de una Argentina oligárquica y dependiente, al tiempo que masacraban a los pueblos originarios y diezmaban negros y criollos en las guerras civiles, la del Paraguay y las “campañas al desierto”, impulsaron la inmigración europea. Pero no cualquier inmigrante, ya que lo que se necesitaban eran brazos para explotar, y no “permitir que la escoria y la crápula de las ciudades populosas, la inmigración prostituta, se aproveche de las franquicias ofrecidas a la honesta laboriosidad, a la industria viril y honrada”, decía el agente de inmigración Samuel S. Navarro, en su Memoria de Inmigración (Buenos Aires, 1874). Este mismo agente advertía que descuidar esto era proceder como “las colonias de Nueva Zelandia (sic), o como la Nueva Gales del Sur, que completarán varias generaciones, antes que pueda borrarse en sus habitantes el indeleble virus de su origen, y el tinte de la corrupción espantosa que ha precedido a su formación”.


Esta idea, del “virus de origen” del criollo, indio o negro vago y poco afecto al trabajo, que debía ser reemplazado por el inmigrante laborioso, fue cuidadosamente elaborada por los algunos de los más conspicuos representantes de las clases dominantes, en sus distintas variantes. En esto coincidían tanto Alberdi como Sarmiento, pese a sus diferencias en muchas otras cuestiones.


El autor de las Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina, que acuñó la frase “gobernar es poblar”, se encargó de aclarar: “Poblar es civilizar, cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con pobladores de la Europa civilizada, pero poblar no es civilizar sino embrutecer, cuando se puebla con chinos y con indios… Poblar es apestar, corromper, degenerar, envenenar en un país, cuando en vez de poblar con la flor de la población trabajadora de Europa, se la puebla con la basura de la Europa, atrasada o menos culta (Obras completas. T. VIII, pg. 144).


Sarmiento decía, por su parte, que los argentinos “Somos pobres hombres llenos de pretensiones y de inepcias, miserables pueblos ignorantes, inmorales y apenas en la infancia. Somos una raza bastarda que no ocupa sino que embaraza la tierra” (Obras Completas, T. 5, pg. 198).


Coherentes con estas ideas, los gobiernos tanto de Argentina, Uruguay y Brasil siempre rechazaron los emigrados políticos, ya pocos años después de la revolución de 1848 en Francia, para preservarlos de los “misioneros del ateísmo, de revuelta y anarquía”, como decía el representante francés en Uruguay en la década de 1860.