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19 de abril de 2017

El 16 de abril de 1879 se inicia la llamada conquista del “desierto”, por las tropas al mando del general Julio Argentino Roca.

La “conquista del desierto”

Genocidio y apropiación de personas y de las tierras

 
La apropiación de las tierras públicas fue una preocupación permanente de los grandes terratenientes, desde la época de la Colonia, aunque la misma nunca había podido materializarse de una forma rápida y eficaz por la tenaz resistencia que a la misma opusieron sus dueños ancestrales, principalmente los indios pampas en el sur y las tribus chaqueñas en el norte.

 
La apropiación de las tierras públicas fue una preocupación permanente de los grandes terratenientes, desde la época de la Colonia, aunque la misma nunca había podido materializarse de una forma rápida y eficaz por la tenaz resistencia que a la misma opusieron sus dueños ancestrales, principalmente los indios pampas en el sur y las tribus chaqueñas en el norte.
Larga resultaría la lista de agravios y usurpaciones padecidas por el indio y de las incursiones realizadas por el huinca para desmantelarlos, apropiándose de sus mujeres y niños que eran entregados o vendidos para el servicio de las clases altas del campo y de la ciudad.
Cuanto más dura la agresión, mayor fue la resistencia del indio que volvió una y otra vez a sus tierras, apoderándose de los ganados e incluso de los “cristianos”. Como había aprendido del blanco, también aplicaría a su servicio a los cautivos, aunque muchas veces dispensándoles un trato mejor que el que los “cristianos” daban a sus sirvientes. Esto explica por qué muchos gauchos prefirieron la vida de las tolderías a la de los fortines, cuando ésta era la única opción que les dejaba el arbitrio de los jueces de paz y comandantes de campaña.
En pie permanente de guerra, y hasta la década de 1870, los pampas lograron mantener su independencia, defendiendo palmo a palmo sus tierras y su libertad. El punto mayor de su gloria lo alcanzaron bajo la dirección de Calfucurá, quien además de su reconocida aptitud militar demostró una gran capacidad política, aprovechando a favor de su propia Confederación las contradicciones entre Buenos Aires y el interior, en particular después de la caída de Rosas, en 1852.
Le sucedió su hijo Namuncurá, quien luego de años de heroica resistencia, arrojado ya a los bordes de la cordillera, terminó rindiéndose en 1885, como forma de salvar los restos de guerreros y familiares. El drama no terminó ahí, pues el gobierno nacional le acordó entre otras cosas una porción de tierra para que viviera él y su gente. Como había ocurrido antes con Catriel y otras tribus, también como en esos casos terminaría siendo incluso despojado de esas tierras, cuando llegó la “civilización” a Río Negro.
“Y el indio que otrora había obligado a los gobernantes a negociar de potencia a potencia, el que había sido embajador del desierto ante Urquiza, y habíase carteado con ministros y generales; en una palabra, Manuel Namuncurá, General en Jefe de las Tribus de los Pampas, como en aquel entonces se titulaba, era desalojado del pedazo de tierra, donde vivía añorando su antiguo poder” (Rómulo Muñiz, Los indios pampas, Bragado, Buenos Aires, 1966).
 
De un solo golpe…
Hasta 1877 los terratenientes ganaderos bonaerenses y su ejército venían quitando lentamente las tierras a los indios, manteniendo ciertas relaciones de amistad y comerciales y operando con el sistema de fortines, complementado por la famosa zanja de Alsina (por Adolfo Alsina, quien fuera vicepresidente de Sarmiento y entonces era ministro de Guerra de Avellaneda). Al morir Alsina en 1877, le sucedió en el ministerio el joven Comandante en Jefe del Ejército, Julio Argentino Roca, quien planteó quitarles de un solo golpe todas las tierras de Buenos Aires y La Pampa a los indios (a lo que hay que sumarle el sur de Córdoba, de San Luis y de Mendoza), llevando el límite hasta el Río Negro. Se ganarían así más de 20.000 leguas cuadradas, cuyo reparto en beneficio de los terratenientes y especuladores e hizo incluso antes de su conquista, con el pretexto de obtener los fondos para financiar la expedición (ver recuadro).
Hacia 1880, el remington y los ejércitos de línea habían cumplido con la tarea de práctico aniquilamiento de las gloriosas tribus pampa. Así los indios fueron expulsados más allá del Río Negro; los encontrados en el camino: muertos, los hombres; o sometidos, las mujeres y los niños, que eran repartidos para el servicio de las familias blancas. Luego aprovechando que Chile se hallaba en guerra en el norte con Perú y Bolivia –la guerra del salitre de 1879–, se avanzaría en la ocupación de la Patagonia, confinando a las últimas tribus indígenas en los bordes orientales de la cordillera de los Andes. En 1881 se firmaría con Chile el primer Tratado de límites por el que la oligarquía chilena reconocía a la oligarquía argentina la posesión de la Patagonia, y ésta le reconocía a cambio el Estrecho de Magallanes, la mitad de Tierra del Fuego y las islas del sur. Siendo ya presidente Roca entonces, también se emprendería la conquista del Chaco, con lo que se completaría a grandes rasgos la apropiación total del territorio argentino, en lo que son sus fronteras actuales.
Podemos decir que el “problema” del indio, que en definitiva era el problema de la apropiación de la tierra en nuestro país, si bien se resolvió a través de los medios conocidos, fue resuelto de la peor forma posible para el desarrollo de la riqueza nacional. Porque no lo fue en beneficio de una auténtica colonización, como se hubiera podido dar si se hubiera posibilitado el acceso a esas tierras a quienes verdaderamente las iban a trabajar, que hubieran podido ser tanto los indios como los criollos nativos, y también miles de inmigrantes, porque tierra hay suficiente para todos. Sino que lo fue en beneficio de los grandes terratenientes y especuladores, que se apropiaron para sí de extensiones inmensas sin el propósito inmediato de ponerlas en producción y que cuando lo hicieron lo fue en desmedro de esos verdaderos colonos, sometiéndolos a relaciones feudales de explotación. Así el indio y el criollo, como su mezcla mestiza y con el negro, fueron convertidos en peonadas de las estancias, los ingenios y los obrajes, en condiciones de servidumbre peores que las de los coolíes chinos; y los inmigrantes, a los que también en su mayoría se los excluyó del acceso a la propiedad de la tierra, en verdaderos ilotas, como se los llamó entonces comparándoselos con los siervos griegos o irlandeses (“esclavos blancos”, diría Mitre).
(Extractado de Eugenio Gastiazoro: “Tierra e indios” y “La conquista del ‘desierto’”, en Historia argentina, tomo II, Editorial Agora, segunda edición, 1986).
 
Los nuevos dueños
La conquista es santa; porque el conquistador es el Bien y el conquistado el Mal. Siendo Santa la conquista de la pampa, carguémosle a ella los gastos que demanda, ejercitando el derecho legítimo del conquistador. (…)
Los hacendados y comerciantes más distinguidos han ofrecido espontáneamente su fortuna y su crédito al gobierno, para realizar el gran propósito.
El gobierno nacional ha vendido al señor Martínez de Hoz mil leguas (2.500.000 hectáreas) de la tierra que va a conquistarse, una vez trasladada la línea de frontera. La adjudicación de esta zona considerable se verificará entre el río Colorado y Bahía Blanca. (…) El señor Luro solicita 200 leguas (500.000 hectáreas) sobre el río Colorado, según se dijo en la Bolsa. (…) El señor Unzué compra los campos de Guaminí (500.000 hectáreas) y el señor Hueyo los de Carhué (250.000 hectáreas).
Como se ve, la cesión del valor de la tierra es una imposición del patriotismo y ella no importa sacrificio alguno para la Provincia (La Prensa, 16/10/1878, en Manuel Fernández López: Los nuevos dueños del desierto, Centro Editor de América Latina, 1971).