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02 de octubre de 2010

Si bien ninguna crisis es igual a la otra, en la actual hay muchos elementos comunes a la que dio origen a la Gran Depresión de la década del ’30 del siglo pasado. Extractado del Tomo III de la Historia Argentina de Eugenio Gastiazoro.

La crisis de 1929

Hoy 1243 / A la gran depresión siguió la segunda guerra mundial

El auge económico capitalista de la década posterior a la Primera Guerra Mundial, de 1919 a 1928, alcanzó proporciones hasta entonces desconocidas, sobre todo en el campo financiero. Las industrias nuevas, como la automotriz, crecieron con gran rapidez.
La introducción de métodos de producción que hacían más intensiva la explotación de la fuerza de trabajo (en particular, el llamado fordismo), permitió mantener relativamente bajos los salarios y acelerar el proceso de acumulación del capital.
Las grandes ganancias y la propaganda de los consorcios financieros alentaban expectativas de beneficios futuros aún mayores. Esto facilitaba la especulación: las grandes empresas, y fundamentalmente los bancos, aprovechaban el auge y la demanda del mercado para lanzar más y más acciones. La promesa de grandes ganancias en el futuro llevaba a centenares de miles de pequeños ahorristas a entrar en el juego de la Bolsa.
El proceso de centralización de la propiedad adquirió un nuevo impulso, multiplicándose la emisión de valores. Pero la mayor cantidad de papeles no representaba un crecimiento proporcional de la riqueza, aunque por el momento esto pasara desapercibido: todo se basaba en ganancias futuras.
El auge de las fusiones y combinaciones de grandes empresas se operó principalmente en los servicios públicos, la industria automotriz, la producción de alimentos y la distribución al menudeo.
La producción industrial se siguió expandiendo. Los mayores pedidos y las expectativas de una expansión ilimitada, alentaron la instalación de nuevas plantas y el incremento de la producción de bienes de capital.
Sin embargo, esta expansión encontraría en algún momento su freno, al manifestarse en un extraordinario crecimiento de bienes de consumo final que la capacidad adquisitiva del mercado, determinada fundamentalmente por el nivel de salarios, no podría absorber.
En un primer momento, la venta a crédito, que adquirió una extraordinaria importancia en esos años, había permitido comprar a cuenta de futuros ingresos. Lo mismo ocurría con los mercados exteriores. Pero tanto el crédito interno como el externo no podían expandirse indefinidamente.
En última instancia, la realización de las ganancias por parte de los capitalistas dependía del cobro de esos créditos, el que a su vez dependía de la capacidad de pago de los compradores.
La gran expansión del crédito permitió contabilizar enormes ganancias a cuenta de los cobros futuros. En 1929, ciertos nubarrones presagiaban la tormenta: comenzaban a notarse dificultades para vender ciertos productos.
Algunos países, especialmente la Argentina y Australia, habían encontrado grandes dificultades para colocar sus productos agrícolas. Cayó el precio del trigo y la agricultura norteamericana acusó el impacto. Los pedidos de bienes industriales comenzaron a retrasarse y la producción empezó a declinar: las expectativas de grandes ganancias futuras empezaron a mostrar su base endeble.

El crac
La Bolsa de Nueva York, que se autosostenía en una alocada negociación de valores, cuyos precios habían llegado a las nubes, de repente se hizo crac el 29 de octubre de 1929. Cundió el pánico. Cada cual quería salvar algo de lo suyo vendiendo los papeles que hasta el día anterior había pujado por comprar.
Todo el gran edificio, montado sobre la base de futuras ganancias, se derrumbó. La cadena de créditos y de pagos se rompió en mil pedazos. La posibilidad de cobro sostenida por nuevos préstamos dejó de existir. Las ganancias que figuraban en los balances se convirtieron en cifras sin ningún valor, al no poder realizárselas mediante el cobro de los créditos.
Aumentó la desocupación, restringiéndose el consumo. Los excedentes de producción alcanzaron una extraordinaria despro-
porción, en relación con las posibilidades de venta.
El crac de la Bolsa de Nueva York de 1929 dio paso a la crisis mundial de 1930. El hecho de que efectivamente el capitalismo fuera un sistema mundial, hizo que el colapso repercutiera en todos los países que lo componían (con la excepción de la URSS, que en ese entonces era todavía socialista).
El inmediato traslado de la crisis de los Estados Unidos al resto del mundo se explica porque ese país se había convertido en el principal centro capitalista y la reconstrucción de las economías europeas y su expansión estaban estrechamente ligadas a las operaciones del capital norteamericano.
La quiebra del dólar, con el consiguiente corte del flujo de créditos hacia aquellos países, hizo que las características depresivas del sistema se manifestaran con todas sus fuerzas y que al hecho mismo de la crisis siguiera un largo período de estancamiento (la Gran Depresión), del que no se saldría hasta la Segunda Guerra Mundial de 1939-1944.


Recesión en Alemania, millones de despidos en Inglaterra…
El nuevo tsunami financiero sigue arrasando

El tsunami financiero internacional continúa arrasando con todo, produciendo grietas cada vez mayores en el edificio de la economía capitalista global y en cada uno de sus componentes nacionales.
Los centenares de miles de millones de dólares que se han volcado en los mercados de los principales países capitalistas, co- menzando por los propios Estados Unidos, apenas han logrado atemperar algunos efectos del vendaval sobre los bancos y las Bolsas. Pero de por sí son incapaces de evitar la crisis del sistema de explotación en base al cual se sostiene todo el edificio económico y financiero del capitalismo que sin ninguna impudicia pronostica por sus voceros, tan sólo en Inglaterra, “dos millones de desocupados para las navidades”.
Alemania, un país que no tuvo una burbuja inmobiliaria y cuyos consumidores no se sobreendeudaron, enfrenta la que podría ser la recesión más prolongada desde la fundación de la República Federal en 1949.
Los mismos capitalistas tienen que aceptar que estamos en los prole- gómenos de una crisis de superproducción, relativa a las posibilidades de absorción que crea el propio sistema capitalista, cuya profundidad y extensión es difícil de mensurar. Por eso el propio gobierno de Bush ha tenido que anunciar que va a tener que derivar parte de los fondos destinados a salvar el aparato financiero, a tratar de sostener la de- manda de los consumidores para paliar el debilitamiento de la demanda de bienes y servicios. Y el ganador Obama y los demócratas presionan para obtener más fondos para “salvar” a gigantes capitalistas como General Motors, Ford y Chrysler.