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28 de septiembre de 2011


La deserción en la universidad pública

Hoy 1388 / Sólo se reciben 6% de los que ingresan

“Dentro de mil años, los que estudien nuestro tiempo seguramente dirán: ¡que época tan extraña! En lugar de ser un placer, estudiar era casi un castigo, una carrera de obstáculos para los pocos que llegaban a la Universidad…
El estudio no era un derecho inalienable de los seres humanos, se ponían toda clase de obstáculos a los estudiantes. Obstáculos económicos, geográficos, culturales, pedagógicos.

“Dentro de mil años, los que estudien nuestro tiempo seguramente dirán: ¡que época tan extraña! En lugar de ser un placer, estudiar era casi un castigo, una carrera de obstáculos para los pocos que llegaban a la Universidad…
El estudio no era un derecho inalienable de los seres humanos, se ponían toda clase de obstáculos a los estudiantes. Obstáculos económicos, geográficos, culturales, pedagógicos.
No se promovía el estudio y la investigación, necesario para la independencia nacional y el bienestar del las personas, sino que se lo desanimaba… La pedagogía partía de las ideas y no de la práctica…
Los que debían trabajar (la mayoría) no podían o les era difícil estudiar. Debían viajar lejos para formarse, muchas veces alejarse de su familia y de su terruño en lugar de arraigarse en el lugar que los vio nacer para entregar el fruto de sus conocimientos nuevos allí…
Los que abandonaban el estudio, por las dificultades, eran culpados por ello y se los llamaba ‘desertores del sistema educativo’, en lugar de llamarlos como lo que en realidad eran: expulsados del sistema educativo.
Analizando esa expulsión los sesudos gobernantes del sistema educativo los culpaban de la expulsión… por vagos. ¡Las víctimas eran transformadas en culpables!
Dirán los historiadores del futuro: Era el reino del revés… ‘Me dijeron que en el Reino del Revés nada el pájaro y vuela el pez, que los gatos no hacen miau y dicen yes porque estudian mucho inglés’”.
Del autor de estas líneas, Horacio Micucci, a sus hijas, casi como un cuento antes de dormir, cuando eran pequeñas, hace algunas décadas… ¡Nada ha cambiado!

 

¡Sólo seis de cada cien!
Según la Secretaría de Políticas Universitarias sólo se reciben el 6% de los que ingresan a la Universidad Pública. Los funcionarios emiten opiniones… reconocen que poco saben de las causas y, subterráneamente, se deslizan argumentos que culpan a los alumnos por aquello de lo que son víctimas.
Dicen que se abandona la universidad porque se consigue trabajo, postergando los estudios porque después se puede volver fácilmente a ella. Se oculta que, en realidad, se abandona la Universidad pública para trabajar y sostenerse económicamente porque, para muchos, se hace imposible mantenerse sin trabajar.
La Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA reconoce oficialmente que los alumnos tardan más de ocho años en promedio, para recibirse en sus carreras, o sea con no menos de 26 años de edad. Esto significa que, en una facultad donde los horarios de cursada presuponen que el alumno no trabaja, la familia lo ha podido mantener hasta esa edad.
Esta es la realidad de la mayoría universitaria, que a su vez, es minoría ya que pocos jóvenes de nuestro pueblo pueden ingresar a la Universidad. Algunos más tienen la “suerte” de llegar al secundario y la primaria. La mayoría “mira con la ñata contra el vidrio” a la Universidad, a la educación… y al pollo, que se asa lenta, tentadora y casi eróticamente, en la rotisería…

 

¿Deserción o expulsión?
Estudios realizados ponen en evidencia que, estudiando el rendimiento estudiantil, es significativa la diferencia entre los que tienen resuelta la cuestión económica de alguna manera sobre los que deben trabajar como único sostén.
La promoción que ingresó para estudiar bioquímica, en 1963 a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata era de unos trescientos estudiantes. A los seis años estipulados para la carrera sólo se habían recibido tres. Yo ingresé en 1964. Éramos otra vez unos trescientos. A los seis años, en 1970, sólo nos recibimos once. La experiencia sufrida en esos años, más el derrocamiento de Illia por la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse, fueron para mí y para muchos otros el acicate para la militancia estudiantil primero y docente después. Años más tarde me enteré que a Milstein, premio Nobel argentino por su descubrimiento de los anticuerpos monoclonales, le había pasado lo mismo.
Las estadísticas de la Secretaría de Políticas Universitarias, que mencionamos, demuestran que esto no ha cambiado. Todo lo contrario, ha empeorado.
Un artículo de La Nación de febrero de 2011, dice: “Menos del 10 por ciento de los que se inscriben sale de la universidad después de siete u ocho años con un título debajo del brazo. El resto abandona los estudios o los prolonga indefinidamente. El fenómeno, conocido como “desgranamiento”, es según el fundador de la Academia Nacional de Educación y rector de la Universidad de Belgrano, Avelino Porto, “un flagelo que afecta tanto a la universidad estatal como a la privada y que viene agobiando al país desde hace tiempo”.”
Desgranamiento…, elegante palabreja, para analizar asépticamente lo que se debiera llamar expulsión de los que menos medios económicos tienen (con esa imparcialidad flemática que permite mirar el sufrimiento de los estudiantes más pobres y sus familias con frialdad no comprometida).
 

¿Ingreso irrestricto o limitación por desgaste?
Las protestas estudiantiles chilenas mostraron a la luz del día una concepción universitaria elitista, para pocos… los que pueden. Algunos autores argentinos se apresuraron a destacar la diferencia con lo que ocurre en nuestro país… con ingreso irrestricto, ¿ingreso irrestricto o expulsión, limitación, educación para pocos? ¿Será una nueva muestra del doble discurso?
Destacados comunicadores sociales (Neustadt entre ellos) y ¿prestigiosos? investigadores nos han dicho, desde hace años, que sobran profesionales, que sobran médicos, por ejemplo. Lo llamaron con otra frase majestuosa: “Plétora profesional”.
Pero esa empecinada realidad que se empeña en desdecir a los charlatanes, vino a traer la epidemia de Dengue y la Gripe A y… crujieron y colapsaron el sistema privado y público de atención. ¡Terca realidad que no comprende “los relatos” de los ideólogos!
Era lógico que así ocurriera. ¿No dijeron que hacía falta un médico cada mil habitantes y con eso sacaban la conclusión de que sobraban unos ochenta mil médicos?
¡Mal cálculo, señores académicos de la limitación! Desaprobados. ¡A estudiar de nuevo la regla de tres simple! Si hace falta un médico cada mil habitantes, con cuarenta millones de habitantes, hacen falta cuarenta mil médicos. Pero, como resulta que esos médicos tienen que dormir, comer y descansar, trabajando ocho horas diarias hacen falta tres médicos cada mil habitantes y uno más para los feriados y domingos, para un sistema de atención primaria como el que postula la OMS. O sea, cuarenta mil multiplicado por cuatro: ciento sesenta mil médicos. El Ministerio de Salud tiene registrados unos ciento veinte mil médicos. Nos faltarían cuarenta mil más. Y no hemos contado a los especialistas. Ni hablemos si redujéramos las ocho horas de labor a seis horas para tener tiempo para la actualización continua. Harían falta más de doscientos mil médicos… si la salud fuera también un derecho inalienable.
Lo mismo pasa con los ingenieros en sus distintas especialidades, que resulta que, ahora, faltan.

 

La limitación del ingreso y del egreso es el principal problema democrático de la Universidad
La limitación es un monstruo con muchas formas: cursos de ingreso, falta de horarios para el que trabaja, falta de turnos de examen, cátedras “filtro”, etc.
Para una Argentina convertida en una republiqueta sojera, minera, petrolera, pesquera no hacen falta profesionales. Sólo unos pocos para hacer los relevos de la casta de funcionarios e ideólogos de la sumisión nacional y la depredación del pueblo y nuestras riquezas.
De allí que elitismo educacional es dependencia y cipayismo. Y democratización de la enseñanza es independencia nacional y soberanía popular. Y federalismo. Todo se une.
Un dato más de la realidad: la necesidad de desarraigarse del lugar de origen para estudiar. Lugar de origen que pierde a los nuevos profesionales que encuentran mejores posibilidades en Buenos Aires. Ya se sabe, Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires. Entonces promover que los jóvenes estudien allí donde nacieron y vuelquen allí sus conocimientos es promover el federalismo. El verdadero, no el de palabra. El federalismo artiguista, si se me admite el adjetivo.
En realidad hace años que repetimos lo mismo. Mis hijas suelen decir que, con los años, cada vez me parezco más a Doña Cora, ese personaje de Gasalla, que cuenta una y otra vez su lesión en la cadera.
¿Serán los años o es que nos quejamos siempre de las mismas cosas porque no se resuelven las necesidades de la patria y del pueblo? Necesidades que duelen una y otra vez. Como la cadera de Doña Cora…