En ese marco internacional crece la disputa interimperialista en América Latina.
En ese marco internacional crece la disputa interimperialista en América Latina.
América Latina es vital para el imperialismo yanqui: por ser su principal fuente de abastecimiento de materias primas estratégicas (antimonio, manganeso, estaño, el 96% de la bauxita y el 40% del petróleo); porque los EE.UU. destinan a América Latina un porcentaje de sus exportaciones semejante al que va a Europa; América Latina absorbe el 20% de las inversiones yanquis en el extranjero; y de América Latina provienen las 2/3 partes de la droga que entra a EE.UU.
Pero por sobre todas las cosas América Latina es el “patio trasero” del imperialismo yanqui, vital para su lucha por el dominio mundial con su rival soviético. Si éste lograse empantanar a los yanquis en América del Sur –con el desarrollo de guerrillas y movimientos revolucionarios vinculados a la URSS– el imperialismo yanqui vería atadas sus piernas para enfrentar la
disputa por la hegemonía mundial. En esa dirección la estrategia soviética en América del Sur teje, minuciosamente, la relación de los frentes guerrilleros que influencia con el narcotráfico, para incendiar, en un período no muy largo, la ladera oriental de los Andes y la zona de las nacientes de las tres grandes cuencas fluviales del continente (Orinoco, Amazonas y el Plata). Los yanquis, por su lado, utilizan la lucha contra el narcotráfico como pretexto para meter a sus tropas y armas en América del Sur.
Los yanquis temen el llamado “efecto dominó” de la rebelión centroamericana sobre México, el país latinoamericano de mayor importancia estratégica para ellos.
El llamado Documento Santa Fe 1, en 1980, estableció que América Latina y el Caribe deben ser el “escudo de la nueva seguridad mundial y espada de la expansión del poder global de los Estados Unidos” y, en cuanto al Atlántico Sur, ya en 1980 el Consejo de Seguridad de los EE.UU. planteó la necesidad de asegurar su defensa, alentando a Gran Bretaña “a mantener aquellas islas (por las Islas Malvinas) bajo su soberanía ante cualquier circunstancia.
América Latina es, también el principal centro de las inversiones alemanas en el mundo. Tradicionalmente franceses, ingleses, alemanes y yanquis han luchado por el dominio de estos países y durante muchas décadas fue el centro de la rivalidad entre yanquis e ingleses. En las últimas décadas han penetrado profundamente los soviéticos, ensillando los procesos revolucionarios latinoamericanos, con la ayuda, principalmente, desde fines de la década del sesenta, del gobierno cubano, y asociándose, y subordinando, a sectores de las clases dominantes locales.
Cada día les es más difícil a las burguesías nacionales del Tercer Mundo competir con las corporaciones imperialistas. Una sola de éstas, la Exxon yanqui, facturó, en 1975, más del doble que las 200 mayores corporaciones del Brasil juntas.
Las burguesías nacionales latinoamericanas (salvo excepciones) tratan de utilizar las rivalidades interimperialistas para forcejear y negociar porciones de poder. Tienen menos margen para hacerlo que en la inmediata postguerra y han perdido vigor reformista. Quieren crecer compartiendo el mercado nacional, regional e internacional, con los monopolios internacionales, a los que cada día están más vinculados (especialmente la gran burguesía) por las necesidades financieras y tecnológicas para poder expandir su producción. La gran burguesía nacional latinoamericana ha ido concentrándose para poder competir en el mercado nacional y ganar mercados regionales y mundiales y, para hacerlo, ha ido entrelazando sus intereses, crecientemente, con grupos financieros y monopolios imperialistas. Aspiran a desarrollar procesos de integración regional para ampliar sus mercados sin la necesidad de tener que desarrollar significativamente sus mercados internos. Porque para hacer esto último las burguesías latinoamericanas deberían realizar reformas agrarias y procesos independentistas que revolucionarían a los países latinoamericanos; países en los que el enemigo histórico de la burguesía, el proletariado, ya es la principal fuerza motriz revolucionaria.
En estas condiciones, amenazada permanentemente por la quiebra y la ruina, la burguesía pequeña y mediana, muy numerosa en nuestros países, resiste crecientemente los planteos exclusivamente mercado externistas, defiende el desarrollo del mercado interno, enfrenta en cierto grado y medida la dominación imperialista y estimula a las corrientes nacionalistas de nuestras sociedades.
Las burguesías nacionales de Brasil y Argentina empujan un mercado regional que, con Uruguay, Paraguay y Bolivia, tendría un territorio de 13.342.000 km2, superado sólo por el territorio de la Unión Soviética. Los 147 millones de habitantes de Brasil, más los 30 millones de argentinos, constituirían un mercado interesante para esas burguesías. Más aún si se amplía a los países mencionados y, desde allí, a toda América del Sur. Este objetivo que enfrenta, en cierta medida, la oposición de las superpotencias, es progresista. Algunos grupos de burguesía intermediaria relacionados con grupos europeos, tradicionales en la región, también impulsan este proyecto. Tal el caso de Bunge y Born, un grupo monopolista que desde principios de siglo xx ha enfrentado a los monopolios yanquis en América del Sur en alianza directa con grupos alemanes y manteniendo áreas de intereses repartidas con grupos ingleses. De los 50.000 empleados que tiene el grupo Bunge y Born en todo el mundo, 35.000 son brasileños y sus 117 empresas en ese país facturan por 4.500 millones de dólares anuales. En la Argentina la facturación total de las 40 empresas del grupo fue estimada en 1985, en 900 millones de dólares.