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08 de agosto de 2012

Conversamos con compañeras de la CCC del asentamiento Playón Urquiza en el barrio de la Chacarita, quienes nos cuentan cómo iniciaron su trabajo para paliar el hambre de los pibes.

La Esperanza pelea contra el hambre

Hoy 1431 / Comedor de Capital Federal

El Playón de Urquiza queda a unas pocas cuadras del Cementerio de la Chacarita. Es uno de los asentamientos que se conformó alrededor del año 2000, y que fue creciendo y multiplicándose a causa de la necesidad habitacional y de trabajo en la Capital Federal. Según atestiguan las compañeras de la CCC, quienes atienden el comedor para niños La Esperanza, actualmente residen más de 1.500 familias oriundas del interior y Gran Buenos Aires, y una gran mayoría de países limítrofes. Julia Rosales, coordinadora de la CCC de zona norte de Capital explica que ese predio donde se asienta Playón Urquiza lleva ese nombre porque allí funcionaban talleres y depósitos del Ferrocarril Urquiza; luego, con el desguace del ferrocarril, quedó ese lugar abandonado hasta que la necesidad de techo y la búsqueda de un lugar para habitar formaron un poblando con vecinos que se dedican en su mayoría al cartoneo y trabajos informales.
En el año 2002 ocuparon uno de los galpones para poner allí un comedor para niños donde –paradójicamente la realidad pareciera ser de sueños rotos–, lo nombraron La Esperanza.

 

Todo empezó un día…
Julia nos presenta a las compañeras que todos los días son las encargadas de hacer la comida en La Esperanza. Y cuenta que el comedor comenzó como merendero en la casa de una vecina, cuando eran sólo 50 vecinos habitando allí. En el 2002, cuando ocuparon el galpón, cocinaban con fuego a leña y con los ingredientes que juntaban entre vecinos y aportes de comerciantes. Y a partir de varios años de lucha y la emergencia alimentaria decretada por Defensoría del Pueblo, lograron que el Gobierno de la Ciudad les dé 350 raciones diarias de comida que se estiran –con la habilidad de las compañeras, claro- todas las noches hasta casi 500.
La Esperanza, según definen las compañeras es un “comedor asistido”, esto significa que no están en ningún programa. El Gobierno de la Ciudad aparte de los alimentos no les da para el gas ni para los insumos de limpieza. Y el gobierno nacional, directamente no les da nada. La historia es corta: La Ciudad no les da más porque el terreno pertenece a Nación, y Nación no le da porque está enfrentada con Macri. Y como en el medio está el hambre de los chicos, las compañeras contraprestan el plan con trabajo en el comedor, juntan moneda a moneda para comprar la garrafa, el detergente para la limpieza… “todo a pulmón”, como sintetiza Amelia.
La Esperanza se levanta en el asentamiento donde las ratas y las pestes que acarrea enferman a vecinos, donde los transas quieren hacer negocio con los pibes, donde la miseria, la falta de cloacas, el hambre y la enfermedad conviven cerca de la muerte. Sí, hasta la salita de salud más cercana la tienen en el Cementerio de la Chacarita. ¿Qué esperanza puede haber? La esperanza allí está puesta en la Corriente Clasista y Combativa, espacio de lucha que estas compañeras encontraron para pellizcar algo de dignidad en sus condiciones de vida y tener la esperanza de tener un trabajo y un techo digno para sus vidas.

Si no luchamos no conseguimos
Amelia es oriunda del Chaco, trabajaba con su marido en los algodonales hasta que en el ‘80 juntó sus cosas y se vino a vivir a José C. Paz. Por el 2004, cansada de cartonear en Capital y viajar en tren, decidió ocupar un terreno en Playón Urquiza. “Me acuerdo que tomé el primer tren que sale a las cinco de la mañana desde José C. Paz hasta acá, y con todos los chicos, fuimos armando la casita”. Más tarde conoció a Julia y la Corriente, donde “fui consiguiendo mi plan, mi platito de comida todos los días. Hoy día estoy en la CCC y me siento re orgullosa porque como le digo a los compañeros, si no peleamos, si no luchamos no conseguimos”. Amelia trabaja en la cocina del comedor todos los días, y cuenta los sacrificios que hicieron para comprar una balancita para pesar los alimentos que manda la Ciudad, “porque si no te embroman, te dicen que te mandan 25 kilos de carne y un vivo te sacó tres, cuatro kilos, que es para los chicos”. Y detalla que “el detergente y la garrafa, todo a pulmón, lo compramos nosotros acá.”
“La nación, nada”, dice Amelia, “me cansé de ir a cuanto anuncio hizo la presidenta, y a mí nunca me tocó nada porque siempre me faltaba un papelito y siempre me tuvieron a las vueltas. Todo lo que tengo es por el esfuerzo de la lucha”.

 

También nos costó
Raquel es de Perú, vino a nuestro país cuando tenía 21 años. Vivió en Longchamps y trabajaba haciendo limpieza en Capital. Recuerda cuando en 2003 juntó unos pesitos con su marido y compraron en Playón para construir. En esa época, “venía a cocinar y trabajábamos con leña, cocinábamos en el hornito de barro, a veces traíamos a nuestra voluntad para poder cocinar”… “Pero también nos costó, hemos tenido conflicto con el marido que siempre cuestiona que qué tanto en la calle. Pero aquí estamos y no es casual que formamos un grupito de mujeres, que somos las que más estamos. Y si no fuera por este grupo que buscamos cómo dar de comer, de solucionar y ver que no le falte a la gente, varias personas necesitan…” Raquel cuenta cómo hacen rendir las raciones, que la gente cuando no alcanza la comida del día para todos, aunque sea para “un caldito, un fideíto para los chicos, algo se lleva. Porque acá siempre ves más chicos pidiendo para comer”.

 

Aprendí a pelear por lo que queremos
Mercedes es conocida como Meche entre las compañeras, ella vivía en Banfield donde quedó sin su terreno que había comprado de palabra en un momento muy difícil, cuando tenía internado a uno de sus hijos en Casa Cuna. Cuenta que ocupó en Playón Urquiza gracias a la ayuda de una amiga, y por ese entonces enfrentó el avasallamiento de la policía que la sacó con una Ithaca en la espalda… pero volvió al terreno porque no tenía donde vivir. Y recuerda cuando las compañeras de la Corriente les traían pañales, leche, y ahora tiene una modesta casa de material “gracias a la lucha de la CCC que nunca me abandonó y me ayudó para salir adelante”, a lo que Julia acota: “acá Kirchner no quería traer materiales, nada… así como ahora muchas no tienen Asignación por hijo, porque tienen la “tarjeta de ciudadanía porteña” que es para comer. Acá no hay Argentina Trabaja, no hay Asignación por hijo… si la querés, tenés que renunciar a la tarjeta ciudadana”.
Laura es quien lleva el listado de los chicos que van a comer a La Esperanza, además es responsable de la Juventud de la CCC. Cuenta que vivía en Barracas, y se mudó al Playón gracias a Meche. “Empecé a conocer el comedor y acá recién aprendí a pelear por lo que vos querés”. Cuenta que en listado tiene “425 chicos y en lista de espera más de cien”.
En su tarea en la Juventud de la CCC, cuenta que tratan de salir a luchar “por los pibes que están con la droga, los sumamos a pelear. Porque la juventud necesita muchas cosas, los pibes son los que están más jodidos. Porque por ahí si no terminaste la primaria, la secundaria, no conseguís un laburo, entonces los pibes consiguen la más fácil… entonces salimos a pelear, con el apoyo de los compañeros que están hace años, para pelear por algo para los jóvenes”.
Cuenta que la mayoría de los pibes que están en la JCCC tienen entre 18 y 24 años, pero que muchas madres van a pedirles para que entusiasmen a los pibes menores de edad para alejarlos de la droga en el barrio. Pero siempre se vuelve al mismo punto, el abandono del gobierno: “Nosotros hacemos proyectos para los pibes, pero hay que pelearla para que te lo acepten y el gobierno siempre te pone piedras en el camino para que no pueda salir… en cambio si sos de La Cámpora, ahí no tienen problema para poner guita para proyectos”.

 

Sin DNI, sin Asignación Universal por Hijo
Romina tiene 22 años, tres hijos y uno fallecido. En la charla se le quiebra la voz de la bronca de años por pelearla y porque las cosas le cuesten tanto. “Yo estaba embarazada de siete meses, y estaba sola, me uní a la CCC y salí adelante, porque yo no tengo ningún plan del gobierno porque no tengo documento. Mi casa era un nido de ratas, nos goteaba por todos lados, no podíamos vivir como vivíamos, mis chicos vivían enfermos por la humedad. Y ahora tenemos nuestro techito, la peleamos, venimos todos los días a trabajar al galpón, a llevarle el platito de comida a los chicos. Me uní a la Juventud, estoy con ellos palo a palo, todos los días luchando.
Romina putea expresando su odio a este gobierno. “Cuando yo nací en Chaco mi papá trabajaba en los algodonales, y cobraban 20 pesos para anotar un hijo, pero mi papá trabajaba todo el día por dos pesos, y nunca pudieron conseguir esos 20 pesos; y después cuando nos vinimos para acá era también todo pobreza, todo pobreza… hace siete años la vengo peleando para que me den el DNI y no me lo hacen, recién ahora me entregaron un papel para viajar al Chaco, pero tengo que llevar a mi mamá y mi papá. Si no tengo DNI no tengo Asignación por Hijo, no tengo nada… tengo una bronca… porque tengo 22 años y no puedo darles a mis hijos lo que me piden. Si no fuera por lo que hacemos en la CCC yo no tengo nada”.
Las compañeras agradecidas por la visita, finalizan la charla. Continúan su conversación sobre cómo sumar gente para tener una salita de salud en el barrio, una guardería, sumar pibes a proyectos, para sacarlos de la esquina…, a pocos días del comercial “Día del Niño”, siguen peleando y planificando la esperanza.