El 29 de enero de 1921 se produce una gran lucha de los trabajadores de La Forestal, en el contexto del cierre de plantas de tanino y de expulsión de los quebrachales de los obreros y sus familias. “hizo crisis la acumulación de odios”, escribió en esos días el diario El Litoral. Al declararse la huelga, un contingente de entre 300 y 400 trabajadores intentó tomar las fábricas, ubicadas en las localidades de Villa Ana y Villa Guillermina. El objetivo era impedir el lockout patronal y garantizar la continuidad de las fuentes de trabajo.
La Federación Obrera local adhirió a la huelga, convocando a actos en las principales ciudades de Santa fe. “Grande es el movimiento obrero en la provincia –cita Gastón Gori al diario Santa Fe–, grande y temible. A la paralización total de las actividades en Rosario se agrega el conflicto del norte y por último la huelga ya declarada de todos los sindicatos de la capital, incluso el de los ferroviarios a punto de declarar el paro de un momento a otro”.
La represión fue brutal. La compañía utilizó a la nefasta Gendarmería volante y a las fuerzas policiales. Se desarrollaron enfrentamientos armados durante varios días, con los huelguistas refugiándose en los bosques, y la policía y la gendarmería volante persiguiéndolos, quemando las viviendas de los obreros –con la venia de la Forestal, dueña de las casas–, y el local de la Federación Obrera.
Los diarios de la época, pese a su postura favorable a la patronal, no pudieron dejar de reflejar los desmanes represivos: “Ni la acaudalada compañía ni los poderes públicos que le prestan cooperación, comprenden que no es a tiros como se puede pacificar a los varios miles de obreros sin trabajo”, decía el diario Santa Fe. El periódico del Partido Socialista La Vanguardia denunció que entre fines de enero y marzo de 1921 hubo entre 500 y 600 muertos por la cacería de los obreros y sus familias en los montes de quebracho.
Hubo un diputado, Belisario Salvadores, que en mayo de 1921 denunció estos hechos en la Cámara afirmando que “La masa obrera, acicateada por la miseria y el hambre, había sacudido su docilidad musulmana y mirado de frente al opresor para reclamarle una equitativa compensación a sus sacrificios; fue lo suficiente, el señor feudal airado, lanzó sobre sus infelices obreros sus huestes ebrias del alcohol, sedientas de sangre, sedientas de lujuria innoble, sedientas de saqueo, sedientas de exterminio y la obra nefanda comenzó” y realizó una pormenorizada denuncia de los atropellos cometidos.