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19 de julio de 2017

La guerra antifascista (2)

A 100 años de la Revolución de Octubre

 

 
La guerra fue durísima. En octubre de 1941 la URSS estaba al borde de la derrota. Los alemanes habían llegado a las afueras de Moscú. Fueron rechazados a punta de coraje por las tropas rusas y las milicias obreras que salían directamente del trabajo al frente. Tuvieron enorme incidencia los batallones comunistas. Es muy recordado el desfile del 7 de noviembre en la Plaza Roja en conmemoración del 24º aniversario de la Revolución y el discurso de Stalin, mientras se escuchaba el tronar de los cañones alemanes. Algunos funcionarios aburguesados huyeron, al igual que ciertos sectores privilegiados. Los soldados y los milicianos atacaban a los tanques nazis con granadas de mano, botellas de gasolina y otros medios de resistencia desesperada. En un solo mes, de octubre a noviembre de 1941, la cantidad de miembros del Partido Comunista entre los soldados que defendían Moscú aumentó de 33.000 a 51.000, y el número de jóvenes comunistas (komsomoles) de 59.000 a 78.000.
Hasta comienzos de diciembre de 1941 –en cinco meses y medio– los nazis habían perdido el 24,4% de sus efectivos en el Este: 775.000 bajas, de las cuales 200.000 eran muertos. En cambio, en el Oeste, durante todo el año 1940, sus bajas habían sido tan solo de 156.000, entre ellos 30.000 muertos.
La capital de la Revolución, Leningrado, resistía el cerco nazi mediante la movilización total de sus habitantes en la defensa y el trabajo. El sitio duró tres años. Los alemanes quedaron aferrados allí con 300.000 efectivos. Durante el invierno de 1941-42 los leningradenses defendieron su ciudad sin luz, sin alimentos, sin combustible para calentarse del terrible frío. Sufrían bombardeos diarios de la artillería. La moral era elevada, pesaba mucho la tradición proletaria revolucionaria y el papel movilizador y organizador del Partido. A partir de marzo de 1942, lograron asegurar una buena vinculación con el resto del territorio soviético y así, abastecerse. 
El curso de la guerra recién cambió con la histórica batalla de Stalingrado, iniciada en setiembre. Combatían casa por casa; incluso, al verse cercados, los soldados continuaban combatiendo al grito de “nunca nos rendiremos”. El 14 de octubre estuvo a punto de caer la ciudad. Fue el momento más crítico de la guerra, más grave aún que un año atrás cuando los nazis estaban a las puertas de Moscú. La resistencia a muerte no era en vano. Se preparaba en el máximo secreto un plan de cerco y contraofensiva, asegurándolo mediante una minuciosa organización, que permitió concentrar una superioridad absoluta de fuerzas en efectivos de 3 a 1, y en armamento de 4 a 1, fabricados en su totalidad por la industria soviética a mediados de 1942. El 22 de noviembre de 1942, 330.000 tropas nazis quedaron totalmente cercadas. Los combates se prolongaron hasta fin de enero de 1943. Los alemanes tuvieron 200.000 muertos y unos 100.000 prisioneros, entre los cuales había un mariscal de campo, 24 generales y 2.500 oficiales.
El movimiento guerrillero comenzó desde los primeros meses de la guerra. Se desarrolló en las regiones ocupadas por los nazis, especialmente en Bielorrusia, y se fue desplegando durante todo 1942. Con la victoria de Stalingrado recibió un enorme estímulo y experimentó un notable auge durante 1943. En su apogeo llegó a tener 500.000 guerrilleros armados. En los primeros tiempos, la carencia de armas limitaba el desarrollo. Ya en la batalla de Moscú, los guerrilleros, unos 10.000 que atacaban en la retaguardia alemana, contribuyeron a derrotar su ofensiva. En la batalla de Stalingrado también los guerrilleros jugaron un gran papel en la destrucción de las largas líneas alemanas de comunicación y abastecimiento.
Desde los primeros meses de 1942 se estableció la coordinación entre las guerrillas y el alto mando central soviético. Pese a la salvaje represión nazi, no hubo prácticamente ciudad ocupada que no contase con una organización de resistencia que golpeaba a los nazis, convergiendo con la actividad guerrillera cuyas bases estaban en los bosques. A partir de Stalingrado comenzó a cambiar la correlación de fuerzas y los soviéticos pasaron a la ofensiva. 
Veinte millones de muertos, es decir, uno de cada diez soviéticos. Un millón de inválidos. Varios millones de personas con sus capacidades físicas y/o mentales disminuidas. Millares de poblados destruidos. La producción agrícola quebrantada; la industria de la parte europea desmantelada.
Por cierto que la frialdad de los números no puede pintar el cuadro vivo del verdadero precio de la victoria. Pero, solo captando en toda su magnitud lo que costó el triunfo sobre el nazismo se puede comprender en profundidad sus causas.
La industrialización, la colectivización en el campo y la revolución cultural del socialismo, fueron de fundamental importancia para la victoria sobre el nazismo y para frustrar los planes de otros imperialismos.
El factor decisivo fue el heroísmo, la iniciativa y la energía de las grandes masas. Por encima de los interrogantes y las incertidumbres generadas por los serios errores previos e iniciales –que posibilitaron el rápido avance alemán en 1941-42–, la clase obrera y el campesinado trabajador, la gran mayoría del pueblo, adultos y jóvenes, hombres y mujeres, cerraron filas alrededor del Partido Comunista. El papel dirigente del Partido se elevó a una altura sin precedentes. Como jefe político y militar y como organizador de las grandes masas para el combate y la producción, como fuerza núcleo en las unidades militares en el frente. Millones de nuevos miembros se integraron a sus filas. Surgieron decenas de miles de nuevos dirigentes talentosos. Todos ellos han destacado el trabajo en equipo; en el exaltado patriotismo popular se fundieron el elemento socialista y el elemento nacional ruso. Y la guerra antinazi y antifascista de la URSS se unió con la lucha liberadora de todos los pueblos sometidos por el nazismo.