Enrique Líster fue dirigente del Partido Comunista de España, y uno de los jefes militares de los republicanos. Organizó antes del levantamiento franquista las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC), luego el trabajo revolucionario dentro de los cuarteles, y desatada la sublevación, Líster, quien había tenido entrenamiento militar en la URSS, organizó primero el Quinto Regimiento, y participó en las más importantes batallas contra los franquistas, hasta la caída de la República en 1939. De su libro Nuestra guerra. Memorias de un luchador, reproducimos algunos párrafos con su valoración sobre esta gesta heroica de la clase obrera y el pueblo español.
La más grande epopeya de la historia moderna española
Los que hemos defendido la causa de la República, si de algo tenemos que arrepentimos, si tenemos que sentirnos culpables de algo es de no haberla defendido mejor, es de nuestras debilidades, de no haber hecho mejor las cosas para conquistar la victoria que tanto merecía el pueblo. Empuñar las armas para defender la República era un deber de todo verdadero demócrata, de todo patriota, no sólo porque se trataba de defender el régimen que el pueblo se había dado democráticamente, sino, fundamentalmente, porque se trataba de defender las conquistas democráticas de ese pueblo y la vida de sus mejores hijos, amenazada por los fascistas.
A los que piensan que si los partidarios de la República no hubiésemos empuñando las armas en defensa del pueblo y del régimen legal que el pueblo se había dado libremente, se hubiese evitado esa terrible sangría en nuestro país, yo les digo que se fijen en lo que sucedió en aquellos lugares de España donde los fascistas tomaron el poder sin encontrar resistencia.
Incluso los dirigentes políticos, gobernadores civiles y otras autoridades republicanas que en muchos lugares se opusieron a la resistencia popular, o no se pusieron a su cabeza como era su deber, fueron, por regla general, las primeras víctimas de la sublevación, y esas víctimas eran solamente del campo democrático, mientras la resistencia popular, allí donde la hubo, hacía caer también a los del campo enemigo. Estoy completamente convencido de que la no resistencia no hubiese representado para el pueblo menos víctimas; la única diferencia hubiese sido en que esas víctimas pertenecerían única y exclusivamente a los partidarios de la República y la democracia.
Sí, no sería justo olvidar que en los planes de los sublevados entraba la liquidación de unos cuantos cientos de miles de españoles, y que así lo habían dicho ellos mismos. Lo que hicieron en la zona que ocuparon desde los primeros días —asesinar a todo lo que olía a izquierdas, o simplemente a liberal, y que al acabar la guerra repitieron en mayor escala aún en la zona republicana- no era más que la ejecución del plan establecido antes de la sublevación. Pero lo que no preveía el plan fascista era la resistencia popular, ni los tres años de guerra…
Es claro que en el campo republicano hay responsables de que la guerra entre españoles haya estallado. Son los jefes y responsables de partidos, así como gobernantes, que no han cumplido con su deber, que no han tomado las medidas que correspondían frente a los que preparaban la sublevación. Y claro que en el campo republicano hubo delincuentes. ¿Pero qué tenemos que ver con eso los que luchábamos en los frentes de batalla o los que trabajaban honestamente en ambas retaguardias?…
La lucha por nuestro lado fue una lucha justa, una guerra nacional revolucionaria. Una guerra progresista y de liberación que, a pesar de la derrota, quedará como una página gloriosa de las luchas heroicas del pueblo español. Como la más grande epopeya de la historia moderna española.
La agresión armada de las fuerzas militares de Hitler y Mussolini y de las unidades regulares portuguesas, y el empleo contra el pueblo de las unidades marroquíes y de la Legión extranjera, dotaron a la lucha popular del carácter de guerra de liberación nacional en defensa de la independencia, gravemente amenazada por semejante intervención armada de fuerzas extranjeras.
Por ese mismo carácter de contienda contra la tiranía fascista, y en defensa de valores y derechos tan esenciales para un pueblo como son su independencia y su libertad, esa guerra tenía —simultáneamente— el carácter de guerra revolucionaria. El pueblo comprendía que, al luchar contra la agresión fascista y reaccionaria, luchaba por destruir las bases materiales del fascismo y de la reacción en España, por lo cual puso manos a la obra con inmenso entusiasmo y decisión.
La Historia tendrá que valorar el esfuerzo y capacidad de un pueblo que, bloqueado por la reacción «no-intervencionista», desarmado, atacado por gran parte de las propias fuerzas armadas y por los ejércitos del hitlerismo y del fascismo italiano y portugués, en medio de la lucha contra el enemigo declarado y contra las incomprensiones, las insuficiencias, los errores y las traiciones, logró crear un Ejército dotado de una extraordinaria fortaleza moral, capaz de sostener durante tres años una resistencia eficaz y aun de obtener en muchas ocasiones importantes victorias sobre sus poderosos enemigos.
El pueblo, que había aplastado la sublevación en más de la mitad del país, se hallaba ante el problema de crear y armar un ejército de más de un millón de hombres; de organizar una economía de guerra en un país donde la técnica estaba aún bastante atrasada y en medio de un bloqueo marítimo bastante serio, ejercido por barcos de superficie y submarinos de la flota de guerra de Alemania e Italia. Los «técnicos» consideraban la empresa fantástica e irrealizable. Pero el pueblo español, que luchaba por una causa justa, «de cara al progreso social», realizó una serie de «milagros». En poco tiempo se crearon en Madrid toda una serie de talleres que fabricaban municiones, bombas, piezas de recambio. En enero de 1937 Madrid entregaba diariamente al Ejército centenares de miles de cartuchos. Millares de obreros, y sobre todo de obreras, se convirtieron, en plazos rapidísimos, en maestros en este arte.
Las fuentes de ese heroísmo de masas en la guerra de España fueron económico-históricas y políticas. Un factor político esencial intervino en la guerra, factor que dio al heroísmo y al patriotismo españoles profundidad y elevación extraordinarias, que hizo que en esa guerra “el patriotismo adquiriese su verdadero sentido”; ese factor fue el proletariado industrial español. El proletariado representó en nuestra guerra un papel muy importante en la organización del Ejército, y aportó a la defensa nacional sus cualidades de iniciativa, de disciplina voluntaria, de consecuente espíritu revolucionario.
El heroísmo de masas en la guerra era el resultado lógico de las nuevas condiciones surgidas después de la sublevación. La abnegación y el espíritu combativo del nuevo Ejército, como los del pueblo español, su creador, eran el reflejo ideológico de un nuevo régimen; de las nuevas relaciones económicas y sociales que nacían al aplastar a la reacción fascista. Eran la expresión del inquebrantable enlace entre el heroísmo guerrero y popular y el carácter político de la guerra. La inmensa mayoría del pueblo de la zona republicana combatía y trabajaba animada por el entusiasmo revolucionario, consideraba que la guerra que sostenía era justa, que era una guerra en defensa de su libertad y de la independencia de la patria, contra la reacción interior e internacional que, a su vez, por medio de la guerra, se proponía acabar con las conquistas democráticas conseguidas y eliminar el ejemplo que la lucha española inspiraba a los pueblos de otros países.