El 2 de abril de 1982 fueron recuperadas para la soberanía nacional las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. La bárbara agresión del imperialismo inglés, posterior a este acto, impuso a la Argentina una guerra nacional que duró hasta el 14 de junio.
La guerra de Malvinas conmovió profundamente a la sociedad argentina, a todo el pueblo. Todo lo que se ha hecho después para que se olvide la guerra, para desmalvinizar, tiene que ver con la profundidad de los sentimientos que se removieron
con motivo del desembarco argentino en las islas, de la agresión inglesa posterior y de la lucha contra esa agresión. Nunca como entonces apareció tan claro para las masas que la Argentina es un país dependiente que tiene una parte de su territorio sometido a dominio colonial. Y que es un país disputado por las grandes potencias.
Porque en ese momento nos encontramos frente a la agresión británica y el boicot económico de los países de la Comunidad Europea. Los yanquis, después del juego hipócrita de supuesto árbitro de su secretario de Estado, Haigh, ayudaron a preparar fríamente el ataque inglés. Los rusos, que no vetaron en las Naciones Unidas la propuesta inglesa, suspendieron luego la compra de nuestros productos agropecuarios presionando descaradamente por concesiones a cambio de una hipotética ayuda, que nunca existió, y además nunca reconocieron nuestra soberanía en las Malvinas. También China se abstuvo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con la diferencia de que posteriormente apoyó la soberanía argentina sobre Malvinas. En ese momento sólo contamos con el apoyo de los países del Tercer Mundo y de América Latina, en particular Perú, Cuba y Venezuela.
La guerra por el dominio y la soberanía sobre las Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur produjo un cambio sustancial en la política nacional. Fue una guerra justa desde el punto de vista nacional; desde el punto de vista de la contradicción del mundo moderno entre los países imperialistas, opresores, y los países dependientes, oprimidos. La Argentina, un país de un olvidado rincón del mundo, se atrevió a empuñar las armas para recuperar un pedazo de su territorio en manos del imperialismo inglés y enfrentar su agresión. El poder estaba en manos de una dictadura prooligárquica y proimperialista, pero, al igual que en 1806 y 1807 con las invasiones inglesas –cuando vivíamos oprimidos por el virreinato colonial español–, el pueblo supo ubicar a su enemigo principal, por encima del carácter tiránico del gobierno y las pretensiones de la dictadura militar de utilizar la guerra para tapar sus crímenes e intentar perpetuarse en el poder. En cambio, políticos como Frondizi y Alfonsín trabajaron para la derrota mientras trajinaban de reunión en reunión negociando la herencia del “proceso”.
Miles de jóvenes combatientes (soldados, suboficiales y algunos oficiales patriotas) enfrentaron con las armas en la mano la agresión del imperialismo inglés: 648 patriotas dieron su vida regando con su sangre nuestras islas y mares adyacentes, 365 de ellos miembros de las naciones y pueblos originarios.
Las masas protagonizaron la mayor movilización de este siglo. Masas que tomaron conciencia, abruptamente, de la realidad de la Argentina como un país oprimido y débil; un país que interesa a las potencias imperialistas fundamentalmente por su posición estratégica en el Atlántico Sur; un país que tiene como amigos verdaderos a los países de América Latina, Asia y África, a sus pueblos y a la clase obrera mundial, que fueron los que nos apoyaron, incondicionalmente, en la ocasión. Si esa solidaridad no fue más efectiva, como ocurrió también con la oleada patriótica que conmovió al país, fue por la línea que siguió la dictadura, inversa a la que requería una guerra nacional.
En plena guerra, el Comité Central de nuestro Partido en su informe del 29 de mayo alertó que “ni desde la Junta Militar, ni desde la mayoría de las direcciones sindicales y políticas se empuja realmente la organización de las masas para la guerra. Además, las quintacolumnas proyanqui y prorrusa bloquean esa organización. Si la resistencia sólo es sostenida por las Fuerzas Armadas con el apoyo pasivo del pueblo fracasará, porque el enemigo es muy poderoso”. Y porque la dictadura, que chorreaba sangre, era incapaz de garantizar la unidad nacional que exigía la guerra.
El Partido impulsó la organización del pueblo para enfrentar al imperialismo inglés; también planteamos que se debían nacionalizar las estancias de propiedad inglesa, los bienes de las compañías británicas y no pagar la deuda externa con Gran Bretaña. Una posición firme al respecto, al contrario de lo que se hizo, no sólo hubiera vigorizado el respaldo de los que nos apoyaban sino también obligado a definirse a una serie de países que oscilaban, con la demostración de la voluntad argentina de luchar hasta el fin. En definitiva, el resultado de la guerra podía haber sido distinto, si se la entendía como una lucha prolongada que hubiera conmovido a toda América. Si los yanquis jugaron un rol hipócrita fue precisamente por el temor de que se encendiera una hoguera en su “patio trasero”.
La lección de Malvinas demuestra que quienes quisieron pelear, y lo hicieron con patriotismo, vieron malograr su empeño por una dictadura que era un instrumento fundamental del sistema de sometimiento nacional y de dominación oligárquica.
La unión nacional contra la agresión imperialista exigía la más amplia y profunda movilización del pueblo para que éste tomase en sus manos la defensa de la patria, creando las condiciones para una defensa nacional basada en las mejores tradiciones de la lucha por la independencia nacional frente a España y las dos primeras invasiones inglesas: pueblo y nación en armas; tal como lo hacen hoy los pueblos y naciones que no se arrodillan ante las grandes potencias.
Las consecuencias de esta guerra para la conciencia antiimperialista del pueblo argentino fueron muy grandes. Grandes masas populares se sintieron estafadas. Las clases dominantes desataron una feroz campaña desmalvinizadora, tratando de contrarrestar el sentimiento antiimperialista que abrió esta guerra. Los excombatientes fueron olvidados y maltratados, negándosele hasta el día de hoy la resolución de sus urgencias más elementales. Sectores de la corriente militar nacionalista que habían sido formados en la tesis de que nuestro país estaba ubicado junto a Occidente, se encontraron de pronto con que la primera vez en el siglo que las Fuerzas Armadas argentinas debieron pelear verdaderamente con una nación extranjera, tuvieron que hacerlo contra los jefes de Occidente. Ante esta realidad, muchos de ellos consideraron que iban a contar con la solidaridad y apoyo soviético, y no fue así. Se dieron cuenta de que los soviéticos lo único que querían era aprovechar esa lucha para avanzar en sus posiciones. Por todo lo cual se produjo el resurgimiento de una poderosa corriente nacionalista en las Fuerzas Armadas.
Aprovechando la derrota de Puerto Argentino, la corriente proterrateniente prorrusa expresada por el violovidelismo recuperó posiciones con Bignone. Pero ya la dictadura no pudo quitarle al pueblo el amplio espacio legal que ganó con motivo del gran movimiento patriótico que se había desarrollado entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, y por la profunda división que se produjo a partir del resultado de la guerra en las Fuerzas Armadas. Se extendió la lucha obrera y popular y surgieron organizaciones específicas, como Amas de Casa del País en el movimiento femenino, iniciativas multisectoriales, etc. Así se entró en un nuevo período en el que la dictadura, acosada por la lucha de masas y minada por sus propias contradicciones, pudo sin embargo elegir el camino de su retirada, negociándolo con los dos grandes partidos burgueses, el radicalismo dirigido por Alfonsín y el Partido Justicialista.
Hoy N° 1956 23/03/2023